Cómo nos ayudan los ángeles


Una religiosa me escribía en una carta lo siguiente: Desde pequeña he vivido en intimidad con mi querido amiguito, el ángel. Cuento siempre con él y puedo hablar con él en cualquier momento y de cualquier cosa. Tiene la tez blanca, suavemente sonrosada, ojos azules claros, rostro hermoso, expresión alegre y jovial, con una sonrisa cautivante. A veces, está serio, pero nunca frío o distante. Tiene los cabellos rubios. Cuando me habla, es delicadísimo y educadísimo. Sus alas son lindas, grandes y con plumas suaves y blandas. Cuando era pequeña, parecía tener un año más que yo. Ahora aparenta ser un joven de 18 ó 19 años y con una estatura unos 10 cms mas alto que yo. Pero, en alguna ocasión, lo he visto muy alto con las alas extendidas.

Siempre responde a mis preguntas o me dice que debo esperar la respuesta. Otras veces, me sonríe, que es lo mismo que decirme que sí a lo que le pregunto. Viste una túnica larga hasta los pies, de un tono azul claro. Las mangas son amplias. El tejido parece ser fino y suave. Cuando camina, parece no tocar el suelo y lo hace sin hacer ruido.

El día de Navidad íbamos en procesión por el convento, llevando una imagen del Niño Jesús y teníamos velas en las manos. Entonces, vi a los ángeles de las hermanas, que iban también con velas encendidas en sus manos. Mi ángel iba a mi lado y me miraba tiernamente. Quedé muy conmovida y no podía contener mis lágrimas. Todos los ángeles tenían como una aureola en forma de anillo alrededor de la cabeza.

Una religiosa contemplativa me escribía desde Polonia: Yo he experimentado un milagro de mi ángel. Siempre me ha gustado pintar y, como religiosa, tengo mi pequeño estudio para pintar dentro del convento. El 9 de marzo del 2004, mientras estaba pintando, encendí una pequeña vela a las 2 de la tarde. Me olvidé de apagarla y me fui a la capilla para la adoración del Santísimo, que tenemos todos los días desde la mañana hasta la tarde. No volví al estudio hasta el día siguiente a las 9,30 a.m. Y me sorprendí al ver todavía encendida la velita, que estaba en medio de una gran cantidad de pinturas al óleo. La vela, cuando la prendí, tenía unos 7 cms de alto y 5 cms de ancho y, cuando la encontré, tenía todavía 1,5 cms de alto. Realmente, creo que fue un milagro. Yo creo que fue mi ángel guardián quien me protegió y evitó un incendio, porque siempre me encomiendo a él al comenzar mi trabajo.

Otra religiosa me escribía: El otro día le pedí a mi ángel un favor y me lo hizo. Tengo dos pajaritos y mi oficio es limpiarlos. Pero se me escaparon y desaparecieron toda la mañana. Y, a primera hora de la tarde, regresaron al nido. Las hermanas dicen que eso fue un milagro. Y yo no cabía de contenta por el favor de mi ángel.

Veamos ahora el caso, contado por un sacerdote italiano. En un día espléndido de primavera, llevaba la comunión a un enfermo en bicicleta. Conocía muy bien el camino, pero, de pronto, se siente extraviado. Y se pregunta:

¿Dónde estoy? ¿Qué me ha sucedido? ¿Cómo he podido extraviarme por un camino que conozco tan bien? Doy vuelta para cerciorarme que no estoy soñando y veo una casa rústica. Sale una mujer, llorando, que me mira con ojos asombrados. Al reconocerme, se pone a gritar de alegría: “¡Un sacerdote! ¡Gracias ángel de mi guarda, por haberme escuchado y habérmelo mandado!”

Se acerca y me dice: “Venga, padre, mi marido se está muriendo y acaba de pedir un sacerdote. Estaba desesperada, porque no podía dejarlo solo y tampoco sabía dónde ir a buscar un sacerdote. ¡Había deseado tanto que él quisiera un sacerdote, él que siempre lo había rechazado! Le he dicho a mi ángel que se encargara de buscarlo. Y, de pronto, aparece Ud. como llovido del cielo. Gracias, Padre, gracias”.

Entonces, me doy cuenta de que su ángel se había puesto de acuerdo con el mío y me había guiado sin darme cuenta a donde mi ministerio era más urgente. Pero me esperaba otra sorpresa: cuando abro el portaviáticos para darle la comunión, me doy cuenta, asombrado, de que hay dos hostias, cuando yo estaba seguro de haber puesto sólo una. Me recojo en adoración al lado del moribundo, que instantes después levanta el vuelo al paraíso. Luego, emprendo el camino hacia la casa del enfermo al que iba a visitar.

En los días sucesivos, percibo mucho más que antes la presencia del ángel de la guarda junto a mí, que, sonriendo y regañándome suavemente, me repite: “No te olvides nunca de mí. Yo siempre estoy contigo”.


P. ÁNGEL PEÑA BENITO O.A.R.

ÁNGELES EN ACCIÓN