María es el Acueducto que nos trae todas las gracias



Por «ser Madre de Dios, tiene una dignidad en cierto modo infinita, a causa del bien infinito que es Dios. Y en esa línea no puede imaginarse una dignidad mayor, como no puede imaginarse cosa mayor que Dios», afirma Santo Tomás de Aquino. Está por encima de todos los ángeles y de todos los santos. Después de la Humanidad Santísima de su Hijo, es el reflejo más puro de la gloria de Dios. En Ella brilla como en ninguna otra criatura la participación de los dones divinos: la Sabiduría, la Belleza, la Bondad... Nada manchado hay en Ella. Es el esplendor de la luz eterna, el espejo sin mancha del actuar de Dios, imagen de su bondad.

No dejemos hoy de recordarle muchas veces esa Maternidad divina, de la que proceden todas las gracias, virtudes y perfecciones que la adornan y embellecen: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros... No nos dejes de tu mano, cuida de nosotros como las madres protegen a sus hijos más débiles y necesitados.

San Bernardo afirma que Santa María es para nosotros el acueducto por el que nos llegan todas las gracias que cada día necesitamos. A Ella debemos acudir siempre, «porque esta es la voluntad de aquel Señor que quiso que todo lo recibiéramos por María», y de modo particular cuando nos encontremos más débiles, en las dificultades, en las tentaciones..., y tanto en las necesidades del alma como en las del cuerpo.

En el Calvario, junto a su Hijo, culminó la maternidad espiritual de María. Cuando todos desertan la Virgen se encuentra junto a la cruz de Jesús, en perfecta conformidad con la voluntad divina, sufriendo y padeciendo con su Hijo, corredimiendo. Ella «no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres». Esta maternidad de la Virgen perdura sin cesar, y ahora, en el Cielo, «no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna».

Hemos de agradecer mucho a Dios que nos haya querido dar una Madre a quien acudir en la Vida de la gracia. Y que esta haya sido su propia Madre. María es Madre nuestra no solo porque nos ama como una madre, o porque hace sus veces. La maternidad espiritual de Nuestra Señora es muy superior, más efectiva que cualquier maternidad legal o de afecto. Es Madre porque realmente nos ha engendrado en el orden sobrenatural. Si se nos ha dado poder de llegar a ser hijos de Dios, de participar en la naturaleza divina. es gracias a la acción redentora de Cristo, que nos hace semejantes a Él. Pero ese influjo pasa a través de María. Y así del mismo modo que Dios Padre tiene un solo Hijo según la naturaleza, e innumerables según la gracia, por María, Madre de Cristo, hemos llegado a ser hijos de Dios. De su mano recibimos todo el alimento espiritual, la defensa contra los enemigos, el consuelo en medio de las aflicciones.

Para Nuestra Madre del Cielo «jamás dejamos de ser pequeños, porque Ella nos abre el camino hacia el Reino de los Cielos, que será dado a los que se hacen niños (cfr. Mt 19, 14). De Nuestra Señora no debemos apartarnos nunca. ¿Cómo la honraremos? Tratándola, hablándole, manifestándole nuestro cariño, ponderando en nuestro corazón las escenas de su vida en la tierra, contándole nuestras luchas, nuestros éxitos y nuestros fracasos.

»Descubrimos así como si las recitáramos por vez primera el sentido de las oraciones marianas, que se han rezado siempre en la Iglesia. ¿Qué son el Ave María y el Ángelus sino alabanzas encendidas a la Maternidad divina? Y en el Santo Rosario (...) pasan por nuestra cabeza y por nuestro corazón los misterios de la conducta admirable de María, que son los mismos misterios fundamentales de la fe (...).

»En las fiestas de Nuestra Señora no escatimemos las muestras de cariño; levantemos con más frecuencia el corazón pidiéndole lo que necesitemos, agradeciéndole su solicitud maternal y constante, encomendándole las personas que estimamos. Pero, si pretendemos comportarnos como hijos, todos los días serán ocasión propicia de amor a María, como lo son todos los días para los que se quieren de verdad».

A Ella le decimos hoy con un antiguo himno de la Iglesia: monstra te esse matrem!, muestra que eres Madre y, que por ti nos atienda el que tomó sangre en tus venas para redimirnos.


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