El Covid, un negocio para las mafias de poder


Por Magdalena del Amo

Entiendo que la mayoría de la población continúe creyendo que estamos en una pandemia, con un virus asesino, muy contagioso y que si no llega pronto la vacuna estamos condenados a vivir con cuarentenas, sin abrazos y besos, llevando mascarilla, y perseguidos por los rastreadores a ver si damos positivo. Cada positivo es un número mágico más para el atrezo del tinglado. Se ha creado una suerte de egrégor, una forma mental negativa, a la que la sociedad alimenta inconscientemente con la vibración del miedo al peligro, la desesperanza y la incertidumbre ante el futuro. Pero ¿y los medios de comunicación? Pensemos que existen unos cuantos caraduras psicópatas que están encantados con el plan. Pero ¿y el resto? ¿Cómo es posible que no hayan descubierto lo que ocurre? ¿O lo han descubierto y prefieren callar, unos por intereses y otros por mimetismo? Información la tienen, y abundante.

La mayoría de los científicos del mundo, sean médicos, genetistas, virólogos, epidemiólogos o bioquímicos, incluídos Premios Nóbel, están en contra de que esto sea una pandemia y de que el virus sea letal. Me refiero a científicos en activo, en puestos destacados y bregando con el virus. Todos coinciden en que las medidas de cuarentena, mascarillas y distancia de seguridad son innecesarias y no han salvado vidas y, por unanimidad, opinan que no es necesaria una vacuna. Casi todos están de acuerdo en que son medidas políticas y no están basadas en criterios sanitarios o científicos. ¿Pero por qué no oímos o leemos sus opiniones, aunque sólo sea para establecer el debate? Pues porque esas voces son censuradas sistemáticamente, perseguidas y amenazadas. El debate no interesa porque los organizadores de esta farsa no pueden permitir que la gran mentira quede al descubierto y la sociedad despierte.

Muchos ciudadanos ya han caído en la cuenta y se preguntan por qué abren siempre las noticias dando el número de positivos, de contagiados, de asintomáticos o de ingresados en la UCI. Es pura estrategia seguida en todos los países, ordenada por la Organización Mundial de la Salud, esa especie de banda para delinquir, eso sí, con mucho disimulo. He aquí el auténtico nudo gordiano con sus cabos ocultos, aunque cada vez menos. La OMS no es la salvaguarda de la salud del mundo, como muchos ciudadanos honrados creen. Quizá lo fue en sus comienzos cuando se financiaba a través de los Estados miembros. Pero desde que es una organización cuasi privada, y son las multinacionales farmacéuticas quienes aportan grandes partidas para su sostenimiento y propaganda internacional, la OMS se ha convertido en una mafia de la que participa la "salud pública mundial". En las altas cúpulas, hablar de medicina no es hablar de salud, sino de intereses, y esto sí debería escandalizarnos si nos quedara algo de sensibilidad. Las palabras "medicina" y "salud" están prostituídas, pero eso está prohibido decirlo.

La OMS es una especie de pantalla de un gran conglomerado de grandes negociados, del que forman parte organismos especuladores que si bien llevan en sus rimbombantes nombres la palabra Medicina, en realidad son lobbiesthink tanks e institutos raros, dirigidos por millonarios sin escrúpulos, con altos cuocientes de inteligencia y excelentes historiales, egresados de universidades punteras como el MIT, Stanford o Harvard, de donde son abducidos por los cazadores de talentos de estos ideólogos de la Maldad. Muchos de ellos están involucrados, directa o indirectamente, en la fabricación de agroquímicos, transgénicos y medicamentos, justo lo que nos mantiene crónicamente enfermos y medicados, y a los africanos y asiáticos muriendo por miles o naciendo con gravísimas taras, por los efectos secundarios de sus panaceas. El negocio es redondo. Y eso lo consiguen presionando a los países, de diferentes maneras. Es la gran trampa disfraz de los usureros y corruptos megalómanos.

Desde esas grandes corporaciones, que tienen a la OMS como portavoz, se ha diseñado la cantidad que cada país debe aportar para vacunas, además, con carácter indefinido. Eso se ha conseguido, entre otros valedores, gracias a la corruptísima Comisión Europea (recordemos que hace tres meses dio luz verde a la experimentación con humanos de las vacuna de ARN, de las cuales son conejillos de Indias, España y Argentina), que abandera Ursula von Leyen, y al inefable Victor Dzau, presidente de la Academia Nacional de Medicina de Estados Unidos y miembro del Consejo Supervisor de la Preparación Mundial (GPMB), un organismo creado en 2017 para coordinar el reparto masivo de medicamentos y vacunas en caso de pandemias. Es fácil ver lo que se estaba planeando. Victor Dzau pertenece asimismo al comité asesor de los Institutos Nacionales de Salud (NIH), al que curiosamente también está vinculado Anthony Fauci, que fue quien desvió fondos para la investigación del virus quimera en Wuhan. La familia de Dzau está vinculada a los agroquímicos. Comprendo que no es fácil seguir el entramado. La GPMB es la OMS más el Banco Mundial. ¡Entre pillos anda el juego! Y ahí, en una suerte de promiscuidad monetaria indecente, convergen los grandes emporios de la Big Pharma, que, como quedó dicho, ya no se conforman con fabricar y vender medicamentos y vacunas que no necesitamos, sino que han conseguido, con el pretexto de la pandemia, que los países les financien las investigaciones. Y no por un periodo limitado de tiempo, sino ¡para siempre! Lo llamativo es que ni siquiera lo ocultan, pues en su web están colgados los datos. Puede que los retiren. Bucear en esas cloacas es realmente mareante.

Desde esos grupos de poder se han diseñado todas las medidas que debían adoptar los países, desde los pequeños detalles de salir a aplaudir a las ocho de la tarde hasta la gran ruina económica, pasando por la técnica denominada "control del mensaje" e "inundación de la zona", es decir, bombardeo mediático para que no se hable de otra cosa en los medios, en la calle y en las familias, a la vez que va aumentando la bola del miedo. Entre algunos de los organismos involucrados en la elaboración de informes, además del archiconocido Imperial College de Londres y el fraudulento informe de Neil Ferguson sobre de la tasa de muertos, se encuentran la Universidad Johns Hopkins, la fundación Bill & Melinda Gates, la Wellcome Trust y la Cruz Roja, entre otros. A esa gente le interesa el dinero, pero le interesa aún más robarnos el nuestro, porque de esa manera los países se ven obligados a endeudarse y a depender de fondos internacionales, y lo mismo los ciudadanos. Cuanto más vulnerables seamos, más fácilmente se nos dirige y controla.

Los medios de comunicación decentes y patriotas —creo que algunos, aunque pocos, lo son—, en lugar de promocionar tanto el uso de la mascarilla y hacer seguidismo de las absurdas normas políticas no respaldadas por dictámenes sanitarios ni científicos, deberían investigar un poco en las cloacas de la pandemia, como en su día hicieron con las del 11-M. Las cloacas covidianas son mucho más laberínticas y apestosas. Pero sacarlas a la luz debería ser un honor, a la vez que obligación, para cualquier periodista. Para mí lo es.


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