¿Cuál es tu puesto en el Cielo?


A fines del año 1413, mientras en Roma la señora Francesca de Ponziani pasaba casi todas las noches en oración, como lo hacía con frecuencia, una luz extraordinaria invadió la habitación y de improviso se le apareció el hijo de nueve años, Giovanni Evangelista, muerto santamente hacía poco tiempo.

Tenia el mismo traje, la misma estatura, las mismas actitudes, la misma fisonomía de cuando estaba vivo, pero – subrayan todos los historiadores – su belleza era incomparablemente superior. Evangelista no estaba solo. Otro jovencito de la misma edad, aunque de aspecto más resplandeciente, estaba a su lado...”.

Su primer movimiento fue el de abrazar al hijo y hacerle preguntas: “¿Estás bién, querido hijo? Cuál es tu puesto en los cielos? ¿Qué haces? ¿Te acuerdas de tu madre?”.

Extendió los brazos para estrecharlo, y él no se sustrajo a su ternura. Mirándola con una dulce sonrisa le dijo: “Nuestra única ocupación es la de contemplar el abismo infinito de la bondad divina, de alabar y bendecir su majestad (Dios) con un profundo respeto, una gran alegia y un amor perfecto. Como todos estamos absortos en Dios (...) no podemos sentir ningún dolor, gozamos de una paz eterna, no podemos querer y no queremos sino lo que sabemos que agrada a Dios, y ésta es toda nuestra felicidad”.

Luego le dijo que se hallaba en el coro de la jerarquía menos elevada y que el compañero que aparecía con él era un arcángel, a quien Dios enviaba hacia ella para su consuelo, con el fin de que permaneciera con ella todo el resto de su vida, siempre visible a los ojos del cuerpo.

Después de una hora de coloquio, Evangelista desapareció y el ángel se quedó.



Berthem-Bonto, Santa Francesca Romana e il suo tempo.

SEI, TORINO, 1943. p. 135-337.


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