BXVI y Trump. El Vínculo: el Heroísmo de la Derrota


(…) encontré esclarecedora la analogía que establece entre Trump y Benedicto XVI. La hago mío y trato de desarrollar sus virtualidades latentes.

La derrota de Trump, deseada y obtenida por el Sistema -llamo al Sistema esa “alianza estratégica de poder, digamos occidental […] entre política, economía, ciencia, medios de comunicación y moral (en el sentido de la Iglesia)” – es análoga a la derrota de Benedicto XVI deseada y obtenida por el Sistema. 

El arrogante constructor de Nueva York y el tímido teólogo bávaro no podrían ser más diferentes el uno del otro. La analogía, por tanto, no es a nivel personal, sino en relación con el papel histórico “jugado” por uno y otro en sus respectivas instituciones y con respecto al Occidente posmoderno que ambos han intentado “gobernar”.

Se podría escribir, sin demasiada teoría de la conspiración conspirativa, de las fuerzas idénticas (incluso los nombres de los rostros conocidos de ciertas tramas son idénticos) que trabajaron para la renuncia de Benedicto XVI y la derrota de Trump, para la elección de Bergoglio y la elección de Biden. Pero ese no es mi interés ahora.

La analogía, de hecho, va mucho más allá de los destinos de un presidente estadounidense y un Papa, involucra las dos respectivas “soberanías” (Estados Unidos de América y la Santa Iglesia Romana) y la misma civilización occidental.

¿Qué es lo que se derrotó realmente con la derrota de Benedicto XVI? El intento de Ratzinger (desesperado, podemos decir ahora) de salvar al catolicismo postconciliar de su destino suicida, “curando” a la Iglesia de su maldad interior y devolviendo así un alma a Occidente.

Este proyecto heroico, al igual que los héroes de un cierto romanticismo trágico, conducido tenazmente por Benedicto XVI en el plano teológico (hermenéutica de la continuidad), en el plano litúrgico (Motu proprio Summorum Pontificum), en el plano de la civilización (Discurso de Ratisbona) y en el plano político-jurídico (doctrina de los principios no negociables, paradigma del derecho natural como fundamento del Estado liberal) terminó y fracasó con la dimisión de Benedicto XVI.

¿Qué es lo que se derrotó realmente con la derrota de Trump? El intento (¿desesperado?) de salvar a Estados Unidos (y con ello a Occidente) de la cada vez más abrumadora corriente nihilista del globalismo liberal, de una revolución que trotskistamente quiere ser permanente y universal -las guerras neocon de Bush para “exportar la democracia”, las revoluciones de colores y las primaveras árabes de Obama-Clinton- maoísticamente cultural hasta el extremo de la cultura de la cancelación. Este titánico intento de Trump por arrancar a los Estados Unidos de la disolución en un universal revolucionario permanente ha pasado a través de un nuevo paradigma de política exterior, una apuesta por la reindustrialización y la ralentización del proceso de globalización, el renacimiento público de la identidad cristiana, una interesante hermenéutica de los derechos humanos en sentido iusnaturalista (Comisión Glendon). Este titánico intento fue derrotado con la derrota de Trump y la elección de Biden.

Siguiendo con el razonamiento analógico, no nos podemos contentar con extender la analogía a Obama-Hilary Clinton-Biden con respecto a Estados Unidos-Occidente en relación con Bergoglio respecto a la Iglesia, sino que con mucho mayor beneficio podemos aventurarnos a considerar los resultados en las dos respectivas “soberanías” de la derrota de Benedicto XVI y Trump, así como la consecuente elección de Bergoglio y Biden.

¿Qué estamos presenciando en la Iglesia tras la dimisión de Ratzinger y la elección de Bergoglio? Una notable aceleración del proceso revolucionario postconciliar y, en consecuencia, una polarización cada vez mayor, una ruptura (cismática o pre- cismática de hecho) del catolicismo actual que es cada día más evidente. Más allá de los matices y de las distinciones más o menos refinadas, hoy la Iglesia está dividida entre bergoglianos (a menudo más allá del propio Bergoglio) y antibergoglianos, lo demás son sutilezas. Las posiciones moderadas, “centristas”, ruinianas (en Italia), wojtylianas e incluso ratzingerianas son cada vez más aplastadas y puestas fuera de juego por la revolución radical que tiene lugar en la Iglesia.

¿Qué estamos presenciando en Estados Unidos tras la derrota de Trump y la elección de Biden? Una radicalización de los demócratas con respecto a la agenda liberal (incluso se podría decir liberal-socialista) y la pretensión totalitaria de borrar lo que no es ideológicamente liberal, una polarización cada vez mayor (en el lado antitrumpiano: segundo proceso de destitución, censura social, intento de clasificar a los partidarios de Trump como terroristas domésticos, aceleración de la agenda liberal sobre el aborto, transexualismo, etc.; en el lado trumpiano: ira por unas elecciones robadas, convicción de estar en un régimen, miedo al socialismo, Biden y los líderes demócratas juzgados como satanistas enemigos de Dios), una ruptura de la unidad nacional (hay de hecho 2 naciones, 2 pueblos ideológicamente irreconciliables, los primeros llamamientos a la secesión se escuchan en Texas y Florida y también en el hogar católico: por ejemplo, Eric Sammons, El caso católico para la secesión). Más allá de los matices y distinciones más o menos refinadas, hoy Estados Unidos se divide entre trumpianos y antitrumpianos. El resto son sutilezas.


La analogía Trump-Benedicto XVI, Biden-Bergoglio, Estados Unidos-Iglesia nos ayuda a entender que la figura de nuestro tiempo es: 1) la polarización (en la irreconciliabilidad de las dos posiciones, hasta el punto de un cisma o una secesión), 2) la victoria de la Revolución (liberal-radical-socialista-género-ecologista-globalista: “Todo lo que se dijo en Asís en Economía de Francisco y en la Encíclica Fratelli tutti se ajusta a los principios y objetivos de esta curiosa alianza de poder. Nunca ha ocurrido en la historia contemporánea. Nunca antes”), 3) la derrota de la “reforma en la continuidad”.


La derrota de Benedicto XVI y del presidente Trump es en los hechos la derrota del último “reformismo” heroico/titánico posible, el último intento de “reforma en la continuidad” de la Iglesia y de Estados Unidos-Occidente antes de la imposición definitiva de la Revolución en sus desenlaces extremos.

Con el fin del pontificado de Ratzinger y de la primera presidencia de Trump no ha sido derrotada la Tradición, la Contrarrevolución o la Reacción, sino el último Reformismo posible. El pontificado de Ratzinger y la presidencia de Trump son, de hecho, comprensibles sólo como “reforma en la continuidad”. Y tal vez la derrota dependa precisamente de esto… de que sea imposible la “reforma en la continuidad” de la Iglesia postconciliar y del Occidente liberal-democrático.

Si así fuera, la situación actual, aunque dramática, tendría el precio de la disolución progresiva de la ilusión, y Bergoglio-Biden tendrían el mérito involuntario de poner de manifiesto la imposibilidad del compromiso reformista con la Revolución.


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