El mundano a la hora de la muerte (San Alfonso M Ligorio)



Imagínate junto al lecho de un cristiano negligente, que está dominado por la enfermedad y al que sólo le quedan unas horas de vida. Contempladlo oprimido por los dolores, por

 por los dolores, por los desmayos, por la asfixia, por la falta de aliento, por las transpiraciones frías, con la razón tan dañada que siente poco, entiende poco y puede hablar poco. La mayor de todas sus miserias es que, estando a punto de morir, en lugar de pensar en su alma y en preparar las cuentas para la eternidad, fija todos sus pensamientos en los médicos, en los remedios con los que puede ser rescatado de la enfermedad y de los dolores que pronto pondrán fin a la vida. "Son incapaces de tener otro pensamiento en sí mismos" (De Cont. Mundi, c. 15) dice San Lorenzo Justiniano, hablando de la condición de los cristianos negligentes en la hora de la muerte. Sólo pueden pensar en sí mismos. Seguramente sus parientes y amigos amonestarán al cristiano moribundo de su peligro. No; no hay ninguno entre todos sus parientes y amigos que tenga el valor de anunciarle la noticia de la muerte, y de aconsejarle que reciba los últimos sacramentos. Por miedo a ofenderle, todos se niegan a informarle de su peligro. -¡Oh, Dios mío! desde este momento te agradezco que en el momento de la muerte seré asistido, por tu gracia, por mis queridos hermanos de mi Congregación, que no tendrán entonces otro interés que el de mi salvación eterna, y todos me ayudarán a morir bien.

Pero, aunque no se le advierte de la proximidad de su muerte, el pobre enfermo, al ver a la familia desordenada, las consultas médicas repetidas, los remedios multiplicados, frecuentes y violentos, se llena de confusión y terror. Asaltado por los temores, los remordimientos y la desconfianza, se dice a sí mismo `Tal vez haya llegado el final de mis días´. Pero, ¿cuáles serán sus sentimientos cuando se le diga que la muerte está cerca? "Pon orden en tu casa, porque morirás y no vivirás". Qué dolor sentirá al escuchar estas palabras: Tu enfermedad es mortal: es necesario recibir los últimos sacramentos, unirte a Dios y prepararte para despedirte del mundo. ¿Qué? exclama el enfermo; ¿debo despedirme de todo, de mi casa, de mi villa, de mis parientes, de mis amigos, de mis conversaciones, de mis juegos y de mis diversiones? Sí, debes despedirte de todo. El abogado ya ha venido, y escribe esta última despedida: Lego tal cosa y tal otra, etc. ¿Y qué se lleva? Nada más que un miserable trapo, que pronto se pudrirá con él en la tumba.

¡Oh! con qué melancolía y agitación se apoderará el moribundo al ver las lágrimas de los criados, al ver el silencio de sus amigos, que no tienen valor para hablar en su presencia. Pero su mayor angustia provendrá del remordimiento de su conciencia, que en esa tempestad se hará más sensible por el recuerdo de la vida desordenada que hasta entonces ha llevado, a pesar de tantas llamadas y luces de Dios, de tantas amonestaciones de los Padres espirituales, y de tantos propósitos hechos, pero nunca ejecutados, o después descuidados. Entonces dirá: ¡Oh, infeliz de mí! He tenido tantas luces de Dios, tanto tiempo para tranquilizar mi conciencia, y no lo he hecho. He aquí que he llegado a la puerta de la muerte. ¿Qué me habría costado evitar tal ocasión de pecado, romper tal amistad, frecuentar el tribunal de la penitencia? Ah, muy poco; pero, aunque me hubieran costado mucho dolor y trabajo, debería haberme sometido a todos los inconvenientes para salvar mi alma, que es más importante para mí que todos los bienes de este mundo. ¡Oh! si hubiera puesto en práctica los buenos propósitos que hice en tal ocasión; si hubiera continuado las buenas obras que empecé en ese momento, ¡qué feliz me sentiría ahora! Pero estas cosas no las he hecho, y ahora ya no hay tiempo para hacerlas. Los sentimientos de los pecadores moribundos que han descuidado el cuidado de sus almas durante la vida, son como los de los condenados que se lamentan en el infierno por sus pecados como causa de su sufrimientos, pero se lamentan sin fruto y sin remedio.