La guerra comercial de las vacunas



Durante meses, las vacunas han sido anunciadas como la solución, la única solución, al problema de la pandemia. Con el pasar del tiempo y el anuncio de las inminentes llegadas de los distintos productos, ha crecido de forma desmesurada la fe en el culto a las vacunas, una fe que no admitía objeciones y escepticismos, tanto como para amenazar con sanciones y castigos a quienes se atrevieran a cuestionar el rol salvífico del producto farmacéutico.

Ahora, sin embargo, ante los primeros datos de reacciones adversas, los primeros análisis del post marketing, las primeras publicaciones científicas que cuestionan la efectividad real de los distintos productos, es cada vez más evidente que estamos ante una auténtica guerra comercial entre empresas fabricantes, entre instituciones europeas y nacionales.

Parece que los únicos que todavía tienen una fe incondicional en las vacunas son los obispos de la Iglesia Católica que continúan brindándoles su apoyo y validándolas como un deber ético hacia el pueblo. Cierta narrativa católica también los ve como el resultado de un gran esfuerzo científico colectivo, que ha visto a científicos y filántropos financieros unirse en un gran esfuerzo por la salvación de la humanidad.

Nada más lejos de la verdad. Desde hace tiempo se ha dicho que la “carrera de las vacunas” siempre ha sido una gran carrera para obtener inmensas ganancias. Que una vacuna se puede hacer en 5-6 años y no en unos pocos meses, ha sido repetido muchas veces por voces científicas prudentes y equilibradas, pero el frente de las vacunas siempre ha rechazado rotundamente estas preocupaciones.

Ahora la situación que tenemos frente a nuestros ojos es la de un mutuo desprestigio entre muchas empresas, y en varios prestigiosos institutos de investigación que están tirando la toalla contra un virus muy particular como el Covid-19: un virus ARN, un virus que cambia continuamente, un virus perteneciente a una familia de patógenos, los Coronavirus, para los que nunca se había elaborado una vacuna.

El Instituto Pasteur, el más importante ente de investigación francés, ha anunciado que parará su principal proyecto de desarrollo de una vacuna anti-Covid, realizado en colaboración con la farmacéutica estadounidense Merck, un auténtico gigante del Big Pharma, después que los ensayos clínicos demostraron “no ser suficientemente eficaces”. Cuando se administró a humanos, “la vacuna candidata fue bien tolerada, pero las respuestas inmunitarias inducidas fueron más bajas que las observadas en personas recuperadas de una infección natural, así como las observadas con la vacunas autorizadas contra la Covid-19”, afirmó el Instituto Pasteur en un comunicado.

Mientras el Instituto Pasteur se toma tiempo para profundizar su investigación y, por lo tanto, se sale de la carrera frenética por poner una vacuna en el mercado a toda costa, las perplejidades se multiplican sobre las vacunas existentes.

En los próximos días, la EMA, la Agencia Europea de Medicamentos, debería concluir el proceso para la aprobación del preparado de la empresa británico-sueca AstraZeneca, pero mientras tanto, han salido publicaciones en Alemania que afirman que la vacuna sería eficaz en personas mayores de 65 años no más del 8%. Teniendo en cuenta que la edad media de los fallecidos en Europa Occidental es de 80 años, y que por tanto ésta debería ser la población a proteger más, cabe preguntarse si relación costo-beneficio de este producto es realmente positiva.

Los expertos alemanes han manifestado perplejidad sobre cómo se diseñó el ensayo de la vacuna debido a la aparente falta de participantes mayores en los ensayos clínicos, y enfatizaron que Ema le pidió a AstraZeneca que proporcionara más datos, que actualmente no están disponibles. Si la vacuna AstraZeneca no pudiera usarse en personas mayores de 65 años, habría enormes consecuencias para los planes de vacunación en toda Europa. Tendríamos una vacuna “para jóvenes”, donde la tasa de mortalidad es infinitesimal, lo que sería de poca utilidad para la erradicación de la epidemia.

Luego está el tema de los contratos: somos testigos de los incumplimientos contractuales de Pfizer, que evidentemente había hecho mal sus cálculos, lo que aún sería un error muy grave, o jugaron mintiendo, ganando una gran porción del mercado sin ni siquiera tener los productos listos o programados para la entrega. La presidenta de la Comisión Europea Ursula von der Leyen en el Foro Económico Mundial de Davos golpeó a los productores de vacunas recordándoles que “deben respetar las entregas”.

En realidad, Europa debería haber estipulado contratos que no fueran concesiones totales a las empresas farmacéuticas, hasta el punto de liberarlas del compromiso de indemnizar a los dañados por las vacunas. Lo que se otorgó a Pfizer y Moderna, ahora se debería revisar para productos inminentes y futuros, comenzando aquí también con AstraZeneca, a quien Bruselas solicita que elimine la cláusula de secreto del contrato.

En Gran Bretaña, algunos sospechan que este repentino rigor moral requerido en los acuerdos contractuales se explica por el hecho de que la empresa es británica y, por lo tanto, después del Brexit, esto puede ser una forma de represalia por parte de la Unión Europea. En fin, una de las vacunas más prometedoras en desarrollo, la del gigante francés Sanofi (que es la misma empresa que produce Hidroxicloroquina), está experimentando retrasos en su preparación, y no estará lista hasta otoño.

Una verdadera lástima, dado que Sanofi será una vacuna tradicional y no una terapia génica con ARNm. Más segura y también más ética, ya que no se utilizan células de embriones humanos. En resumen: con el debido respeto de quienes se ilusionaron con el gran esfuerzo colectivo por parte de la comunidad científica, la de las vacunas es una carrera donde los competidores no se ahorran golpes bajos. Sería de esperar que la opinión pública se diera cuenta de que ha sido ampliamente ilusionada y que la forma real de derrotar la epidemia es centrarse principalmente en las terapias.


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