Virtudes necesarias: gratitud, cordialidad, amistad, alegría, optimismo, respeto mutuo...


Todo el Evangelio es una continua muestra del respeto con que Jesús trataba a todos: sanos, enfermos, ricos, pobres, niños, mayores, mendigos, pecadores... Tiene el Señor un corazón grande, divino y humano; no se detiene en los defectos y deficiencias de estos hombres que se le acercan, o con los que Él se hace el encontradizo. Es esencial que nosotros, sus discípulos, queramos imitarle, aunque a veces se nos haga difícil.

Son muchas las virtudes que facilitan y hacen posible la convivencia: la benignidad y la indulgencia, que nos llevan a juzgar a las personas y sus actuaciones de forma favorable, sin detenernos mucho en sus defectos y errores; la gratitud, que es ese recuerdo afectuoso de un beneficio recibido, con el deseo de corresponder de alguna manera. En muchas ocasiones solo podremos decir gracias, o algo parecido; cuesta muy poco ser agradecidos, y es mucho el bien que se hace. Si estamos pendientes de quienes están a nuestro alrededor, notaremos qué grande es el número de personas que nos prestan favores diversos.

Ayudan mucho en la convivencia diaria la cortesía y la amistad. ¡Qué formidable sería que pudiéramos llamar amigos a las personas con quienes trabajamos o estudiamos, a los padres, a los hijos, a aquellas personas con las que convivimos o nos relacionamos!: amigos, y no solo colegas o compañeros. Esto será señal de que nos hemos esforzado en muchas virtudes humanas que fomentan y hacen posible la amistad: el desinterés, la comprensión, el espíritu de colaboración, el optimismo, la lealtad. Amistad particularmente honda dentro de la propia familia: entre hermanos, con los hijos, con los padres. La amistad resiste bien las diferencias de edad, cuando está vivificada por el ejemplo de Jesucristo, perfecto Dios y perfecto Hombre, que ejercitó las virtudes humanas acabadamente, en plenitud.

En la convivencia diaria, la alegría, manifestada en la sonrisa oportuna o en un pequeño gesto amable, abre la puerta de muchas almas que estaban a punto de cerrarse al diálogo o a la comprensión. La alegría anima y ayuda al trabajo y a superar las numerosas contradicciones que a veces trae la vida. Una persona que se dejara llevar habitualmente de la tristeza y del pesimismo, que no luchara por salir de ese estado enseguida, sería un lastre, un pequeño cáncer para los demás. La alegría enriquece a los otros, porque es expresión de una riqueza interior que no se improvisa, porque nace de la convicción profunda de ser y sentirnos hijos de Dios. Muchas personas han encontrado a Dios en la alegría y en la paz del cristiano.

Virtud de convivencia es el respeto mutuo, que nos mueve a mirar a los demás como imágenes irrepetibles de Dios. En la relación personal con el Señor, el cristiano aprende a «venerar (...) la imagen de Dios que hay en cada hombre». 

También la de aquellos que por alguna razón nos parecen menos amables, simpáticos y divertidos. La convivencia nos enseña también a respetar las cosas porque son bienes de Dios y están al servicio del hombre. El respeto es condición para contribuir a la mejora de los demás, porque cuando se avasalla a otro se hace ineficaz el consejo, la corrección o la advertencia.

El ejemplo de Jesús nos inclina a vivir amablemente abiertos hacia los demás; a comprenderlos, a mirarlos con una simpatía inicial y siempre creciente, que nos lleva a aceptar con optimismo la trama de virtudes y defectos que existen en la vida de todo hombre. Es una mirada que alcanza las profundidades del corazón y sabe encontrar la parte de bondad que existe en todos. Una persona comprendida abre con facilidad su alma y se deja ayudar. Quien vive la virtud de la caridad comprende con facilidad a las personas, porque tiene como norma no juzgar nunca las intenciones íntimas, que solo Dios conoce.

Muy cercana a la comprensión está la capacidad para disculpar con prontitud. Mal viviríamos nuestra vida cristiana si al menor roce se enfriase nuestra caridad y nos sintiéramos separados de las personas de la familia o con quienes trabajamos. El cristiano debe hacer examen para ver cómo son sus reacciones ante las molestias que toda convivencia diaria suele llevar consigo. Hoy, sábado, podemos terminar la oración formulando el propósito de cuidar con esmero, en honor de Santa María, estos detalles de fina caridad con el prójimo.



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