Amor efectivo: hacer la voluntad de Dios



 Saber que Dios nos ama, con amor infinito, es la buena nueva que alegra y da sentido a nuestra vida, y es la extraordinaria noticia que Cristo resucitado nos envía a anunciar a todos los hombres. Nosotros también podemos afirmar que hemos conocido y creído el amor que Dios nos tiene. Y ante este amor nos sentimos incapaces de expresar lo que nuestro corazón tampoco acierta a sentir: «¿Saber que me quieres tanto, Dios mío, y... no me he vuelto loco?».

Cuanto el Señor ha hecho y hace por nosotros es un derroche de atenciones y de gracias; su Encarnación, su Pasión y Muerte en la Cruz que hemos contemplado en estos días pasados, el perdón constante de nuestras faltas, su presencia continua en el sagrario, los auxilios que a diario nos envía... Considerando lo que ha hecho y hace por los hombres, nunca nos debe parecer suficiente nuestra correspondencia a tanto amor.

La prueba más grande de esta correspondencia es la fidelidad, la lealtad, la adhesión incondicional a la Voluntad de Dios. En este sentido Jesús nos enseña mostrando sus deseos infinitos de hacer la Voluntad del Padre, y nos dice que su alimento es hacer el querer del que le envió. Yo he guardado los mandamientos de mi Padre -dice el Señor- y permanezco en su amor.

La Voluntad de Dios se nos muestra principalmente en el cumplimiento fiel de los Mandamientos y de las demás enseñanzas que nos propone la Iglesia. Ahí encontramos lo que Dios quiere para nosotros. Y en su cumplimiento, realizado con honradez humana y presencia de Dios, encontramos el amor a Dios, la santidad.

El amor a Dios no consiste en sentimientos sensibles, aunque el Señor los pueda dar para ayudarnos a ser más generosos. Consiste esencialmente en la plena identificación de nuestro querer con el de Dios. Por eso debemos preguntarnos con frecuencia: ¿hago en este momento lo que debo hacer?. ¿Ofrezco mi quehacer a Dios al comenzarlo y durante su realización? ¿Rectifico la intención cuando se intenta introducir la vanidad, «el qué dirán»...? ¿Procuro trabajar con perfección humana? ¿Soy fuente habitual de alegría para quienes viven o trabajan junto a mí? ¿Les acerca a Dios mi presencia diaria en medio de ellos?

«Amor con amor se paga», pero amor efectivo, que se manifiesta en realizaciones concretas, en cumpIir nuestros deberes para con Dios y para con los demás, aunque esté ausente el sentimiento, y hayamos de ir «cuesta arriba». «En lo que está la suma perfección claro está que no es en regalos interiores ni en grandes arrobamientos (...) -escribía Santa Teresa-, sino en estar nuestra voluntad tan conforme a la Voluntad de Dios, que ninguna cosa entendamos que quiera, que no la queramos con toda nuestra voluntad».

El amor debe subsistir incluso con una aridez total si el Señor permitiera esa situación. Es en estas ocasiones donde, habitualmente, el trato con el Señor se purifica y se hace más firme.



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