Jesús se aparece a un grupo de rabíes venenosos (M Valtorta)



XI. A un grupo de rabíes en Yiscala.

Un grupo venenoso de rabíes que tratan de persuadir de sus exigencias a algunos hombres que titubean. Lo que quieren es conseguir que éstos vayan donde Gamaliel, que se ha encerrado en su casa y no quiere ver a nadie.

Dicen estos hombres:

-Os decimos que no está aquí. No sabemos dónde está. Ha venido. Ha consultado unos rollos. Se ha marchado. No ha dicho una sola palabra.

Y otros añaden:
-Tenía un aspecto tan alterado, y estaba tan envejecido, que metía miedo.
Con gesto de descortesía, los rabíes dan la espalda a estos que están hablando, y se marchan diciendo:
-¡Gamaliel también está loco, como Simón! ¡No es verdad que el Galileo ha resucitado! No es verdad. ¡No es verdad! No

es verdad que es Dios. No es verdad. Nada es verdad. Sólo nosotros estamos en la verdad.
El propio afán con que dicen que no es verdad muestra su miedo a que sea verdad y su necesidad de afianzarse.
Han bordeado la pared de la casa, ahora van en dirección a la tumba de Hil.lel. Mientras siguen ladrando sus 
negaciones, alzan la cara... y huyen lanzando un grito. Jesús, bonísimo con los buenos, está allí, lleno de terrible potencia, con los brazos abiertos como en la cruz... Las llagas en las manos rojean como si todavía gotearan sangre. No dice una sola palabra. Pero sus miradas fulminan.

Los rabíes huyen, caen, vuelven a levantarse, se hieren contra plantas y piedras, enloquecidos, trastornados por el miedo. Asemejan a homicidas a los que se condujera a la presencia de la víctima.

XII. A Joaquín y María, en Bosra.

-¡María! ¡María! ¡Joaquín y María! ¡Venid fuera!

Los dos, que están en una habitación tranquila e iluminada por una lámpara, ella cosiendo, él haciendo cuentas, alzan la cabeza, se miran... Joaquín, palideciendo de miedo, susurra:

-¡La voz del Rabí! Viene de la otra vida...
La mujer, aterrada, se abraza al hombre.
Pero la llamada se repite, y los dos, bien estrechados el uno con el otro, para infundirse valor recíprocamente, se 
atreven a salir, a ir en la dirección de la voz.

En el jardín, iluminado por el hocino de una luna nueva, resplandece, envuelto por una luz más fuerte que muchas lunas, Jesús. La luz lo rodea y lo hace Dios; la sonrisa dulcísima y la mirada amorosa lo hacen Hombre:

-Id a decir a los de Bosra que me habéis visto vivo y real. Y decidlo en el Tabor, tú, Joaquín, a los que estén congregados allí.

Los bendice. Desaparece.

-¡Era Él! ¡No era un sueño! Yo... Mañana voy a Galilea. ¿Ha dicho al Tabor, verdad?...

XIII. A María de Jacob, en Efraím.

La mujer está amasando harina para hacer pan. Se vuelve al oír que la llaman. Ve a Jesús. Rostro en tierra, las manos en el suelo, muda de adoración, un poco asustada.

Jesús habla:

-Dirás a todos que me has visto y que te he hablado. El Señor no está sujeto al sepulcro. He resucitado al tercer día, como había predicho. Perseverad, vosotros que estáis en mi camino, y no os dejéis seducir por las palabras de los que me crucificaron. Mi paz a ti.

XIV A Síntica, en Antioquía.

Síntica está preparando una bolsa de viaje. Es de noche. En efecto, puesta encima de una mesa, junto a la mujer, que está doblando unos vestidos, arde una lámpara pequeña, temblorosa, de luz bastante limitada.

La habitación se ilumina vivamente. Síntica alza la cabeza, asombrada, para ver qué es lo que sucede, de dónde viene esa luz tan clara en esa habitación enteramente cerrada. Pero, antes de ver, Jesús 1a previene:

-Soy Yo. No temas. Me he mostrado a muchos para confirmarlos en la fe. También a ti me muestro, discípula obediente y fiel. He resucitado. ¿Ves? Ya no tengo dolor. ¿Por qué lloras?

La mujer, ante la belleza del Glorificado, no encuentra las palabras... Jesús le sonríe para animarla, y añade:

-Soy el mismo Jesús que te acogió en el camino cerca de Cesárea. Supiste hablar entonces, estando tan atemorizada como estabas y siendo Yo para ti "el Desconocido", ¿y ahora no sabes decirme una palabra?

-¡Oh, Señor! Yo me estaba marchando... para quitarme del corazón tanta inquietud y dolor.
-¿Por qué dolor? ¿No te han dicho que había resucitado?
-Han dicho y han contradicho. Pero no me han turbado sus contradicciones. Yo sabía que no podías descomponerte en

un sepulcro. He llorado por tu martirio. He creído en tu resurrección antes incluso de que me la refirieran. Y he seguido creyendo cuando han venido otros a decirme que no era verdad. Pero quería ir a Galilea. Pensaba: a Él ya no lo puedo perjudicar. Él ahora es más Dios que Hombre. No sé si me sé expresar bien...

-Comprendo tu pensamiento.

-Y decía: lo adoraré, y veré a María. Pensaba que Tú no ibas a permanecer mucho tiempo entre nosotros. De forma que estaba acelerando la partida. Decía: una vez vuelto al Padre, como Él decía, su Madre estará un poco triste dentro de su alegría. Porque es un alma, pero es también una madre... Y voy a tratar de consolarla, ahora que está sola... ¿Era soberbia yo!

-No. Compasiva. Le referiré a mi Madre este pensamiento tuyo. Pero no vayas allá. Quédate aquí donde estás y sigue trabajando para mí. Ahora más que antes. Tus hermanos, los discípulos, tienen necesidad del trabajo de todos para poder propagar mi doctrina. Me has visto, María está confiada a Juan. Cesen todas tus penas. Podrás fortalecer tu espíritu en la certidumbre de haberme visto y con la potencia de mi bendición.

Síntica siente grandes deseos de besarlo. Pero no se atreve. Jesús le dice:
-Ven.
Y ella se determina a arrastrarse de rodillas hasta Jesús, y hace el ademán de besarle los pies. Pero ve las dos llagas y no

se atreve a hacerlo. Susurra: -¡Qué te hicieron¡

Luego pregunta:
-¿Y Juan-Félix?
-Vive feliz. Sólo recuerda el amor, y en él vive. La paz a ti, Síntica.
Desaparece.
La mujer permanece en su actitud de adoración, de rodillas, alzada la cara, las manos un poco tendidas hacia delante,

lágrimas en el rostro, una sonrisa en los labios...