Los obispos de Estados Unidos están presionando a sus congregaciones para obligarlas a tomar la terapia genética experimental y no aprobada del COVID-19.
Trey Blanton, de Church Militant, ofrece algunos ejemplos de discriminación diocesana en toda América.
John Stowe, obispo pro-gay de Lexington, Kentucky, está presionando a sus empleados para que se vacunen. Stowe exige que los trabajadores de sus escuelas católicas se sometan a pruebas de COVID cada 15 días si no se vacunan.
En Detroit, el arzob Allen Vigneron está imponiendo las restricciones a los feligreses. Aquellos que no hayan recibido la supuesta vacuna están obligados a llevar máscaras y a distanciarse socialmente.
La misma restricción se está pronunciando en Davenport (Iowa) y en la archidiócesis de Santa Fe (Nuevo México).
John Wester, el arzobispo de Santa Fe, va un paso más allá y declara que cada parroquia debe ser más restrictiva que lo que pide el gobierno local. Wester también decreta que sólo el coro puede cantar y que los miembros del coro están obligados a vacunarse.
Y en St. Cloud, Minnesota, el obispo Donald Kettler dice que aceptar el peligroso `medicamento´ COVID, de uso exclusivo en caso de emergencia, es un imperativo moral. Kettler dice a su diócesis que todo el personal, los voluntarios y los participantes deben estar vacunados para asistir a campamentos, retiros u otras reuniones de este tipo.
El clero está siguiendo el mismo plan de juego que los globalistas de izquierda. Los que siguen el diabólico plan marxista son recompensados, mientras que los que se oponen a tomar un peligroso producto contaminado por el aborto son condenados al ostracismo.
La Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) sólo ha permitido que la llamada vacuna COVID se utilice con fines de emergencia. No está aprobada por los medios normales y no puede ser obligatoria.
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