Apostolado. Trascendencia de nuestra vida



El Evangelio de la Misa nos muestra a Jesús junto al lago de Genesaret con una gran muchedumbre que deseaba oír la Palabra de Dios. Pedro y sus compañeros de trabajo lavaban las redes después de bregar una noche sin pescar nada. Y Jesús, que quiere meterse hondamente en el alma de Simón, le pidió la barca y le rogó que la apartase un poco de tierra.

Cuando terminó de hablar, Jesús dijo a Simón: Guía mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca. Quizá han terminado de limpiar las redes de las algas y del fango del lago. Todo invita a la excusa: el cansancio, las redes lavadas y preparadas para la noche siguiente, la inoportunidad de la hora... Pero la mirada de Jesús, el modo imperativo y a la vez amable de dar la orden, el supremo atractivo que Cristo ejerce sobre las almas nobles... llevaron a Pedro a embarcarse de nuevo. El único motivo de echarse al agua con las barcas es Jesús: Maestro –le dice Pedro–, hemos estado fatigándonos durante toda la noche y nada hemos pescado; pero no obstante, sobre tu palabra echaré las redesIn verbo autem tuo..., sobre tu palabra. Esta es la gran razón de los santos, la que movió a San Josemaría en todos los momentos de su vida. In verbo autem tuo... En tu palabra; porque Tú lo quieres, porque esa es Tu voluntad...

Si en alguna ocasión aparece esa fatiga peculiar que origina el no ver frutos en la vida interior personal o en el apostolado, en la familia, cuando encontramos motivos humanos para abandonar la tarea, debemos oír la voz de Jesús que nos dice: Duc in altum, guía mar adentro, deja la orilla, recomienza de nuevo, vuelve a empezar... en mi Nombre.

¡Cuántas veces nos dijo San Josemaría que en la vida interior, en el apostolado habíamos de estar siempre recomenzando! El secreto de la victoria definitiva está en saber «volver a empezar», en intentarlo una vez más con la ayuda de la gracia, acudiendo con más confianza a la intercesión de la Virgen, que es garantía de que todo saldrá adelante.

Pedro se adentró en el lago con Jesús en su barca y pronto se dio cuenta de que las redes se llenaban de peces; tantos, que parecía que se iban a romper. Entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca para que vinieran y les ayudasen. Vinieron y llenaron las dos barcas de modo que casi se hundían. Dios premia siempre, con frutos incontables, el deseo de hacer su voluntad.

Así ha sucedido con el Opus Dei, que San Josemaría fundó por inspiración divina el 2 de octubre de 1928. Su fe operativa consiguió, con la ayuda del Señor, que se removiesen los obstáculos que se levantaban. Será también nuestra fe y el deseo de hacer la voluntad de Dios, con la ayuda de la gracia y la intercesión de la Virgen, la que vencerá los obstáculos que podamos encontrar en nuestra vida, en el apostolado, en el ambiente...También nosotros podremos decir: Omnia possum in eo qui me confortat!, ¡todo lo puedo en Aquel que me conforta! Y «para cumplir una misión tan comprometedora, es necesario un incesante crecimiento interior, alimentado por la oración. San Josemaría fue un maestro en la práctica de la oración, a la que consideraba como una extraordinaria «arma» para redimir el mundo (...). Este es el fondo, el secreto de la santidad y del auténtico éxito de los santos».

Después de aquel milagro, Jesús dijo a Simón: No temas: desde ahora serán hombres los que has de pescar. Pedro y quienes le habían acompañado en la pesca, sacando las barcas a tierra, dejadas todas las cosas, le siguieron.

Jesús comenzó pidiendo a Pedro una barca y se quedó con su vida. Algo parecido a lo que hizo con nosotros. El Apóstol dejaría tras de sí una huella imborrable en tantas almas que Cristo mismo puso a su alcance. Comenzó correspondiendo en lo pequeño y el Señor le manifestó los grandes planes que para él, pobre pescador de Galilea, tenía desde la eternidad. Nunca pudo sospechar la trascendencia y el valor de su vida. Miles y miles de personas encendieron su fe en la de aquellos que siguieron a Jesús, y muy particularmente en la de Pedro, que sería la roca, el cimiento inconmovible de la Iglesia.

La correspondencia fiel de San Josemaría, tuvo unas consecuencias insospechadas en pocos años: gracias a su oración y mortificación, y al influjo espiritual, miles de personas de los cinco continentes de toda condición social han dedicado su vida, en las circunstancias ordinarias, a seguir de cerca al Señor al servicio de la Iglesia y de todas las almas. La Prelatura del Opus Dei es como un río de paz para tantas personas en medio del mundo, en la entraña misma de la sociedad.

Tampoco nosotros podemos sospechar las consecuencias de nuestro seguimiento fiel a Cristo. Cada vez nos pide más correspondencia a lo que, de modo diferente, nos va manifestando. Si somos fieles, un día nos hará contemplar el Señor la trascendencia de nuestro seguirle con obras:

«Eres, entre los tuyos –alma de apóstol–, la piedra caída en el lago. -Produce, con tu ejemplo y tu palabra un primer círculo... y este, otro... y otro, y otro... Cada vez más ancho.

»¿Comprendes ahora la grandeza de tu misión?».

No pongamos límites al Señor, como no los puso Pedro, ni los santos, ni tampoco San Josemaría, cuya fiesta litúrgica celebramos hoy.

Nuestra Madre Santa María, Stella maris, Estrella del mar, nos enseñará a ser generosos con el Señor cuando nos pida prestada una barca y cuando quiera que le demos la vida entera. Ninguna condición hemos puesto para seguirle.



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