Apreciar sobre todas las cosas la vida del alma


Jesús no hace el menor caso a aquellos que se reían de Él; por el contrario, haciendo salir a todos, toma consigo al padre y a la madre y a los que le acompañaban, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: Talita qum, que significa: Niña, a ti te lo digo, levántate. Y enseguida la niña se levantó y se puso a andar, pues tenía doce años; y quedaron llenos de asombro.


Los Evangelistas nos han transmitido este detalle humano de Jesús: y dijo que dieran de comer a la niña. A Jesús –perfecto Dios y hombre perfecto– también le preocupan los asuntos relativos a la vida aquí en la tierra, pero muchísimo más todo aquello que hace relación a nuestro destino eterno. San Jerónimo, comentando estas palabras del Señor: no está muerta, sino dormida, señala que «ambas cosas son verdad, porque es como si dijera: está muerta para vosotros, y para mí dormida». Si amamos la vida corporal, ¡cuánto más hemos de apreciar la vida del alma!


El cristiano que trata de seguir de cerca a Cristo, detesta el pecado mortal y habitualmente no incurre en faltas graves, aunque nadie está confirmado en la gracia. Y esa convicción de la propia debilidad nos llevará a evitar las ocasiones de pecado mortal, aun las más remotas. ¡Vale mucho la vida del alma! Y ese amor a la vida de la gracia nos moverá a la práctica asidua de la mortificación de los sentidos, a no fiarnos de nosotros mismos, ni de una larga experiencia, ni del tiempo que quizá llevamos siguiendo al Señor...; nos facilitará el amar la Confesión frecuente y la sinceridad plena en la dirección espiritual.


Para asegurar esa vida del alma debemos mantener la lucha lejos de las situaciones límite de lo grave y lo leve, de lo permitido o prohibido. Los pecados veniales deliberados producen un tremendo daño en las almas que no luchan decididamente para evitarlos. Sin impedir la vida de la gracia en el alma, la debilitan, porque hacen más difícil el ejercicio de las virtudes y menos eficaces los suaves impulsos del Espíritu Santo, y disponen –si no se reacciona con energía– para caídas más graves.

Pidamos a la Virgen nuestra Madre que nos otorgue el don de apreciar, por encima de todos los bienes humanos, incluso de la misma vida corporal, la vida del alma, y que nos haga reaccionar con contrición verdadera ante las flaquezas y errores; que podamos decir con el Salmista: ríos de lágrimas derramaron mis ojos, porque no observa ron tu ley. No importa tanto la muerte corporal como mantener y aumentar la vida del alma.


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