El valor de un sola Misa



Sí, sí, no me canso de repetirlo, una sola Misa, bastaría para merecer la conversión de todos los mahometanos, de todos los herejes, de todos los cismáticos, en una palabra, de todos los infieles y malos cristianos: bastaría para cerrar las puertas del infierno a todos los pecadores y sacar del purgatorio a todas las almas que están allí detenidas.

¡Oh, qué desdichados somos! ¡Cuánto restringimos la esfera de acción del santo sacrificio de la Misa! ¡Cuánto pierde de su eficacia provechosa por nuestra tibieza, por nuestra falta de devoción, y por las escandalosas inmodestias que cometemos asistiendo a ella! 

Que no pueda yo colocarme a una elevada altura para hacer oír mi voz en todo el mundo exclamando: "Pueblos insensatos, pueblos extraviados, ¿qué hacéis? ¿Cómo no corréis a los templos del Señor para asistir sensatamente al mayor número de Misas que os sea posible? ¿Cómo no imitáis a los Santos Ángeles, quienes, según el pensamiento del Crisóstomo, al celebrarse la Santa Misa bajan a legiones de sus celestes moradas, rodean el altar cubriéndose el rostro con sus alas por respeto, y esperan el feliz momento del Sacrificio para interceder más eficazmente por nosotros?" Porque ellos saben muy bien que aquél es el tiempo más oportuno, la coyuntura más favorable para alcanzar todas las gracias del cielo. ¿Y tú? ¡Ah! Avergüénzate de haber hecho hasta hoy tan poco aprecio de la Santa Misa. Pero, ¿qué digo? Llénate de confusión por haber profanado tantas veces un acto tan sagrado, especialmente si fueses del número de aquéllos que se atreven a lanzar esta proposición temeraria: Una Misa más o menos poco importa.


San Leonardo de Porto Mauricio. El tesoro de la santa Misa