Los santos y sus encuentros eucarísticos con los ángeles


Antes de ir a misa cada mañana, Santa Germaine de Pibrac clavaba su bastón en el suelo en medio de su rebaño. Un ángel venía a vigilar el rebaño en su lugar. A pesar de los lobos que aullaban a su alrededor, nunca perdió un solo animal.

Asimismo, cuando San Isidoro iba a misa por la mañana temprano mientras sus compañeros de trabajo iban al campo, dos ángeles que parecían jóvenes robustos araban y cultivaban en lugar de Isidoro hasta que éste volvía.

Benoîte Rencurel, una pastora de Laus, vio ángeles volando en el aire por encima del tabernáculo y alrededor del altar durante la misa. "Se reían como si estuvieran perfectamente contentos de ver a los fieles reunidos en oración". 

San Juan Crisóstomo dijo: "Todo el santuario y el espacio alrededor del altar están llenos de poderes celestiales para honrar a Aquel que está presente en el altar". Explicaba que, al comenzar la misa, legiones de ángeles rodeaban el altar "en una actitud comparable a la de los guerreros en presencia de su rey."

Santa Brígida pensaba que los querubines hacían "vibrar el aire con sonidos y cantos indecibles" durante la Consagración.

Inés de Langeac, monja dominica, nunca dijo: "Voy a misa", sino "¡Voy a amar!". Un día, su padre espiritual le prohibió comulgar por su excesivo deseo de hacerlo. Al final de la misa, se dio cuenta de que faltaba una de las hostias restantes. Entonces Inés le confesó que su ángel había venido a tomar una hostia del copón para dársela.

Teresa Neumann no podía absorber ningún alimento. Durante treinta y cinco años, sólo vivió de la comunión diaria. Teresita veía constantemente a su ángel, que se situaba a su derecha y le revelaba los secretos de sus visitantes. Sabía si hacía mucho tiempo que las personas que venían a verla habían comulgado. También podía saber si la hostia que le presentaban estaba consagrada.

A veces los ángeles ofrecen la comunión. El ángel que se apareció a los tres niños en Fátima les dio la Comunión. Lucía recibió el Cuerpo de Cristo, mientras que Francisco y Jacinta consumieron la Sangre de Cristo. El ángel les dijo: "Recibid el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y consolad a vuestro Dios".

Asimismo, Benoîte Rencurel recibió la Comunión de su ángel un día que no había sacerdote. Le dijo: "Te voy a dar la Comunión. Enciende las velas, acércate al altar, toma el paño y arrodíllate". Luego le ordenó que entrara en su habitación "para rezar y dar gracias a Dios".

Tan grande y tan humilde

¿Somos conscientes de lo que hacemos cuando recibimos a Jesús en la Comunión? Estemos plenamente atentos a lo que sucede en este hermoso momento de la celebración de la Misa. A veces he oído que la gente responde con un "gracias" al recibir la hostia, pero el diálogo litúrgico es tan hermoso:


"El Cuerpo de Cristo", tu Señor y Dios, tu Amado que dio su vida para salvarte.

"Amén", lo creo. Lo creo con toda mi alma. ¡Lo deseo más que nada!


Esto me recuerda estas palabras del santo Cura de Ars: "Si se celebrara una sola misa en el mundo, las multitudes acudirían a ella por millones".

Este misterio eucarístico es tan humilde que corremos el riesgo de trivializarlo con el paso de los domingos. Pero no juzguemos según las apariencias, porque sólo Dios ve nuestros corazones. 

Afortunadamente, el Pan de Vida es también el Pan de los pobres. No esperemos a ser santos para comulgar, porque la comunión nos santifica. Alimenta en nosotros fuerzas espirituales por las que nos volvemos más devotos y atentos a los demás. El Cura de Ars creía que cada persona que se acerca a comulgar es escoltada por su ángel de la guarda. Nuestros ángeles de la guarda, más que nadie, pueden ayudarnos a ser más entusiastas y vigilantes.


Señor, Tú eres el Pan de Vida.

Tú te entregas a mí.

Recibo -el Cuerpo de Cristo-

para que me convierta en lo que recibo: el Cuerpo de Cristo.


Basado en un sermón de San Agustín


San Felipe Neri se extasiaba en cada Eucaristía, a veces incluso desde que se ponía los ornamentos sacerdotales. "Sus ojos, que estaban fijos en el Cielo, ya no veían lo que le rodeaba". Cuando recibía la Comunión, su corazón palpitaba y las lágrimas corrían por su rostro.

Cuando el Padre Pío celebraba la Misa, a veces tardaba quince minutos en decir las palabras de la Consagración porque le llevaban a ser muy contemplativo.

Asimismo, cuando elevaba la hostia delante de los fieles, mantenía la mirada fija en Jesús durante varios minutos. El padre Derobert pensaba que la gente no "asistía" a la misa del padre Pío, sino que "participaba" en ella. Otro sacerdote declaró: "La Eucaristía era el centro de atracción hacia el que convergían todos los momentos de la jornada del Padre Pío. Cada hora del día era una preparación ininterrumpida y una continua acción de gracias a Jesús en el Santísimo Sacramento."

Algunos sacerdotes le preguntaron: "¿Somos los únicos que estamos de pie alrededor del altar durante la misa?". El Padre Pío dijo que los ángeles de Dios estaban alrededor del altar.

"Padre, ¿quiénes se encuentran alrededor del altar?".

"Toda la corte celestial".


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