¡Qué cosa tan grande es ser sacerdote! (Cura de Ars)


 Con frecuencia el Cura de Ars solía decir: «¡Qué cosa tan grande es ser sacerdote! Si lo comprendiera del todo, moriría». Dios llama a algunos hombres a esta gran dignidad para que sirvan a sus hermanos. Sin embargo, «la misión salvífica de la Iglesia en el mundo es llevada a cabo no solo por los ministros en virtud del sacramento del Orden, sino también por todos los fieles laicos», cada uno en su propia vocación y en su quehacer en el mundo, siendo como antorchas encendidas en la noche, pues estos, «en virtud de su condición bautismal y de su específica vocación, participan en el oficio sacerdotal, profético y real de Cristo, cada uno en su propia medida». De ninguna manera su participación en la vida de la Iglesia consiste en ayudar al clero, aunque alguna vez lo hagan. Lo específicamente laical no es la sacristía, sino la familia, la empresa, la moda, el deporte..., que procuran, en su propio orden, llevar a Dios. La misión de los seglares ha de llevarles a impregnar la familia, el trabajo y el orden social con aquellos principios cristianos que lo elevan y lo hacen más humano: la dignidad y primacía de la persona humana, la solidaridad social, la santidad del matrimonio, la libertad responsable, el amor a la verdad, el respeto hacia la Justicia en todos los niveles, el espíritu de servicio, la práctica de la comprensión mutua y de la caridad...

Pero para que puedan ejercer en medio del mundo «este papel profético, sacerdotal y real, los bautizados necesitan el sacerdocio ministerial por el que se les comunica de forma privilegiada y tangible el don de la vida divina recibido de Cristo, Cabeza de todo el Cuerpo. Cuanto más cristiano es el pueblo y cuanta más conciencia toma de su dignidad y de su papel activo dentro de la Iglesia, tanto más siente la necesidad de sacerdotes que sean verdaderamente sacerdotes».

Hoy pedirnos al Señor sacerdotes santos, amables, doctos, que traten las almas como joyas preciosas de Jesucristo, que sepan renunciar a sus planes personales por amor a los demás, que amen profundamente la Santa Misa, fin principal de su ordenación y centro de todo su día, y que orienten sus mejores esfuerzos pastorales, «como en el Cura de Ars, en el anuncio explícito de la fe, del perdón, de la Eucaristía»


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