Acudir siempre a su Maternidad divina


 

Mujer, ahí tienes a tu hijo. Al aceptar al Apóstol Juan como hijo suyo muestra su amor incomparable de Madre. «Y en aquel hombre oraba el Papa Juan Pablo II te ha confiado a cada hombre, te ha confiado a todos. Y Tú, que en el momento de la Anunciación, en estas sencillas palabras: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra (Lc 1, 38), has concentrado todo el programa de tu vida, abrazas a todos, buscas maternalmente a todos (...). Perseveras de manera admirable en el misterio de Cristo, tu Hijo unigénito, porque estás siempre dondequiera están los hombres sus hermanos, dondequiera está la Iglesia». Sus manos se encuentran siempre llenas de gracias, siempre dispuestas a derramarlas sobre sus hijos.


San Juan recibió a María en su casa y cuidó con suma delicadeza de Ella hasta que fue asunta a los Cielos en cuerpo y alma: Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa. «Los autores espirituales han visto en esas palabras, que relata el Santo Evangelio, una invitación dirigida a todos los cristianos para que pongamos también a María en nuestras vidas. En cierto sentido, resulta casi superflua esa aclaración. María quiere ciertamente que la invoquemos, que nos acerquemos a Ella con confianza, que apelemos a su maternidad, pidiéndole que se manifieste como nuestra Madre». ¡Muestra que eres Madre! ¡Tantas veces se lo hemos pedido! Jamás ha dejado de escucharnos. No olvidemos nunca que la presencia de la Virgen en la Iglesia, y por tanto en la vida de cada uno, es siempre «una presencia materna», que tiende a facilitarnos el camino, a librarnos de los descaminos -pequeños o grandes a los que nos induce nuestra torpeza. ¡Qué sería de nosotros sin sus desvelos de madre! Procuremos nosotros ser buenos hijos.