Santa Gema y su ángel



Su ángel fue para ella un maestro en los caminos del espíritu para que cada día pudiera estar más cerca de Dios. Por eso, le llamaba la atención hasta de los más pequeños defectos y no le pasaba por alto ni los más mínimos detalles. Muy especialmente, le exigía obediencia al confesor y al director espiritual. Ella dice:

El ángel de la guarda comenzó a ser mi maestro y guía, me reprendía cada vez que hacía mal alguna cosa, me enseñaba a hablar poco y sólo cuando me preguntaban. Una vez que los de casa hablaban de una cierta persona y no muy bien, yo quise intervenir. El ángel, amigo severo, me hizo un gran reproche. Me enseñaba a mantener la mirada baja y hasta en la iglesia me reprendía severamente, diciéndome: “¿Se está así en la presencia de Dios?”. Otras veces me decía: “Si no eres buena, no me dejaré ver por ti”45.

Otro día, durante la oración de la tarde, se me acercó el ángel y, tocándome la espalda, me dijo:

  • -  Gema, ¿cómo tanta desgana en la oración?

  • -  No es desgana, es que hace dos días que no me siento bien.

  • -  Cumple tu deber con esmero y verás cómo Jesús te amará aún más...

    Le supliqué al ángel de la guarda que fuera a pedir permiso a Jesús para pasar la noche conmigo. Desapareció al momento. Y, cuando obtuvo el permiso, regresó46.

    Pero un día su falta fue más grave y el castigo también. Dice ella misma: Había recibido de Monseñor la prohibición absoluta de salir sola de casa. Ese día faltaba precisamente la tía (señora Cecilia) y nadie podía observarme y salí para ir a las Cuarenta Horas... Vi un hombre que comenzó a seguirme. Eché a andar sin saber adónde iba. Después de no sé qué tiempo, me hallé en la iglesia de san Miguel. Aquel hombre había entrado también en la iglesia, pero luego desapareció. Fui a confesarme, entré y estaba Monseñor. Lo primero de que me acusé fue de haber, como quien dice, escapado de casa, pero él no me riñó como de ordinario; al contrario, me dijo que había hecho bien. Seguí confesándome y aprobaba todo lo que le decía. Salí y de nuevo aquel hombre comenzó a seguirme hasta la iglesia de la Santísima Trinidad. Fui corriendo a las monjas y les rogué que me acompañaran a casa, pues tenía miedo, pero no me quisieron llevar al punto... Fue un día del diablo. Monseñor (que le confesó) era el diablo que vino hasta con la mitra en la cabeza47.

Otra vez fue el mismo Jesús quien le hizo sentir su disgusto. Afirma: Una mañana, después de la comunión, Jesús me dio a conocer una cosa que le había disgustado. La había hecho la tarde anterior. Acostumbraban a venir a casa dos chicas amigas de una hermana mía y se hablaba, no de cosas malas, pero sí mundanas. Yo tomé parte y dije lo mío, como las demás, pero por la mañana Jesús me riñó tan ásperamente que se apoderó de mí un terror tal que habría deseado no hablar ni ver a nadie48.

En otra ocasión, (por haber manifestado repugnancia en leer a la señora Cecilia una carta dirigida al padre Germán)... recibí de Jesús un buen castigo. Me dijo que el ángel no se me dejaría ver por espacio de varios meses. Desde ese día, no lo he vuelto a ver y hoy, que ha venido, no ha querido irse49.

Ayer, en el transcurso del día, me dio el ángel algunos avisos. El primero fue a la hora de comer. Se me acercó. He de decir que en ese momento se me había ocurrido un pensamiento. Se comprende que él lo entendió y me dijo: “Hijita, ¿quieres de verdad que me vaya y no vuelva más a verte?”. Me avergoncé y entré dentro de mí misma.

Otra vez ayer, mientras estaba en la iglesia, se me acercó y me dijo: “La Majestad de Jesús y el lugar en que estás piden otro modo de obrar”. En ese momento, había levantado los ojos para mirar a dos niñas y ver cómo iban vestidas. La última fue en la noche. Estaba en la cama de modo menos modesto y me ha reñido, diciéndome que, en vez de adelantar y aprovechar sus enseñanzas, me hago cada vez peor y aflojo a cada paso en el bien50.

Esta tarde, por obedecer a la tía y a mi hermana, he tenido que ir con ellas a ver ciertos juegos, entretenimientos, etc. Yo no quiero ir nunca más, sépalo... Mi ángel no debía estar contento, pues no ha ido51.

Mientras comía, levanté los ojos y vi al ángel de la guarda que me miraba con un rostro tan severo que hacía temblar. No me habló. Más tarde, al irme unos momentos a la cama, me dijo que lo mirase a la cara. Lo miré y bajé enseguida la vista, pero él insistió y me dijo: “¿No te da vergüenza cometer faltas en mi presencia?”. Volvió a insistir en que le mirase; por espacio de más de media hora me hizo estar en su presencia, mirándole continuamente a la cara. Me echaba unos ojos tan severos... No hice más que llorar... De cuando en cuando, me repetía: Me avergüenzo de ti... Ha estado conmigo varias horas, pero sin hablar y siempre severo... Por fin, pasadas las tres, he visto que el ángel se me acercaba, me ponía la mano en la frente y me decía estas palabras: “Duerme, mala”.


Esta mañana he recibido la comunión. No me atrevía a hacerla. Parece que Jesús me ha dejado entrever un poco el motivo por el que el ángel se muestra tan severo conmigo: por la última confesión que hice mal (no manifestando todas las cosas extraordinarias). El ángel no ha dejado de mostrarse conmigo severo hasta esta mañana en que manifesté todo al confesor. Apenas salí del confesionario, me miró sonriente con aire complacido, me pareció que volvía de la muerte a la vida. Más tarde me habló..., se acercó y me acarició... Y me dijo: “Hoy no me avergüenzo de ti, ayer sí”52.


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Epistolario, Ed. litúrgica española, Barcelona, 1944, p. 276. Autobiografía, p. 255.
Carta al padre Germán del 5 de abril de 1901.
Diario del 22 de julio de 1900.

Carta al padre Germán del 17 de setiembre de 1900. 16