Cuanto más se ama a Dios más se le obedece —Valtorta



18 de septiembre

Dice Jesús:

«He dicho ayer: "El destino os lo hacéis vosotros". Ahora añado: El destino os lo hacéis vosotros. Pero cuando uno hace la Voluntad que el Padre le propone está seguro de lograr un destino de luz, mientras que cuando uno se cierra los oídos y los ojos para no oír y no ver la Voluntad del Padre y cierra el alma al amor que lleva a la obediencia, siguiendo no la voz del espíritu sino la de la carne y la sangre, atizados por Satanás, este uno se crea un destino de tinieblas cuyo fin es la muerte del espíritu.

Ahora, si reflexionas como en vuestra vida quien ama -sea hijo, hermano, esposo, alumno, inferior, sea quien sea- trata siempre de complacer al amado, puedes intuir ágilmente que quienes aman mucho a Dios sigan los deseos de Dios, sean los que sean; los que le aman poco le sigan menos y sigan sólo aquellos deseos que les cuestan poca fatiga; y aquellos que de hecho no le aman no le sigan en los deseos de su santa Voluntad, sino más bien se rebelen arrojándose en el sendero que lleva a las antípodas de la meta que Dios aconseja y se alejen del Padre blasfemándolo.

Se podría concluir por ello, sin miedo a errar, que la medida con la que la criatura ama a su Creador está dada por la medida con la que ella sabe obedecer a los deseos de su Señor y Padre. Miente aquel que dice de amar a Dios y después no sabe seguir su Voz que le habla con amor para conducirle a su morada.

Y ¿a quién quiere engañar con su mentira? ¿a Dios? a Dios no se le engaña. Vuestras palabras tienen el significado verdadero que tienen, y no aquel que vosotros les dais, y Dios comprende ese significado verdadero. Por lo tanto si decís amar al Señor y después re- chazáis obedecerle, que es una de las pruebas básicas del amor, Él no puede sino llamaros hipócritas y mentirosos y trataros como tales.

¿Queréis quizá engañar a Satanás, disfrutando de los cómodos arreglos de conciencia que os sugiere y al mismo tiempo hacerle saber que queréis gozar en esta vida, pero gozar también en la otra contemporizando entre Dios y Satanás, entre el Cielo y el Infierno? jOh necios! Al Astuto no se le engaña y, menos paciente que Dios, exige inmediata recompensa y hay que pagarle enseguida, porque él no acuerda demora. Y en verdad os digo que su yugo no es ala, sino pesada piedra que aplasta y hunde en el fango y en la oscuridad.

¿Queréis quizá engañaros a vosotros mismos diciéndoos que no es sino una necesidad de la tierra la que os empuja a hacer vuestra voluntad pero que, en el fondo, vosotros quisierais hacer la de Dios porque la preferís? Hipócritas, hipócritas, hipócritas.

En vosotros hay un juez que no conoce el sueño, y es vuestro espíritu. Aunque lo herís de muerte y lo condenáis a perecer, él grita en vosotros, mientras estáis en esta tierra, grita sus ansias de Cielo. Vosotros lo cargáis y amordazáis para volverlo inmóvil y mudo, pero se agita hasta librarse de vuestra mordaza y arroja su grito en el silencio desolado de vuestro corazón. Y, como el grito de mi Precursor, esa voz es tan atormentadora para vosotros que tratáis de apagarla para siempre. No lo lograréis nunca. Mientras viváis la oiréis y en el más allá gritará más fuerte reprochándoos vuestro delito de homicidas de vuestra alma.

La llave de ciertas aberraciones humanas que crecen cada vez más y llevan al individuo a delincuencias monstruosas, está en esta voz de la conciencia que vosotros tratáis de mitigar con nuevos rebotes de crueldad, así como el intoxicado trata de olvidar su merecida desgracia envenenándose cada vez más, hasta el aturdimiento.

Sed hijos, criaturas mías. Amad, amad a nuestro buen Padre que está en los Cielos. Amadlo cuanto podáis. Entonces os resultará fácil seguir su bendita Voluntad y lograr un destino de gloria eterna.

Yo, que le he amado a la perfección, le he complacido hasta el sacrificio de mi divinidad que por treinta y tres años se ha exiliado de los Cielos, y de mi vida destruida con el martirio más atroz de la carne, de la mente, del corazón, del espíritu.

Mi Madre, que fue la segunda tras de Mí en el saber amar y que amó con toda la perfección posible para la criatura -porque, dicho sea entre paréntesis y como respuesta a una objeción que te ha sido hecha, porque María poseía la plenitud de toda virtud y atributo, siempre y naturalmente como criatura, perfecta pero siempre criatura humana. Teniendo en sí la plenitud de la Gracia, es decir poseyendo a Dios como sólo Ella lo ha poseído, es obvio que su perfección alcanzara alturas solamente inferiores a las de Dios-. Y bien, María, que fue segunda tras de Mí en el saber amar, se ha adherido a la Voluntad de Dios hasta el sacrificio de su vocación, que era la de dedicarse únicamente a las contemplaciones de Dios, y de su corazón que le fue pedido por Dios para ser triturado.

La divina Maternidad de María es la prueba viviente de su adhesión a la Voluntad de Dios. Yo, el Hijo que no ha quitado a la Madre su candor de lirio inviolado, soy el testimonio de la condescendencia de María a los deseos de Dios.

Ella ha desafiado la opinión del mundo, el juicio del esposo, además de abrazar su patíbulo de Madre del Redentor, sin vacilar. Cierta de que Dios no rechazaba el don de su candor, dijo el más alto "fiat" pronunciado por labios mortales y no tuvo temores: su fuerza era Dios y a Él confiaba su honor, su futuro, todo, sin reservas.

He aquí vuestros modelos: Yo y María. Seguidnos y lograréis el destino que Dios desea para cada una de sus criaturas. Seguidnos y poseeréis la Paz, porque poseeréis a Dios que es Paz y sentiréis el bienestar de vuestro espíritu.

Las bienaventuranzas que he proclamado las tenéis ya en esta tierra si hacéis la Voluntad de vuestro Padre. Después, en el Cielo, serán setenta veces mayores porque entonces nada obstaculizará vuestro fundirse en Dios».


Cuadernos Valtorta 1943