Dios fue martirizado para evitarnos el martirio eterno



28 de septiembre

Dice Jesús:
«Un ejemplo de fe limitada y de las consecuencias que acarrea lo tenemos en Pedro. Pedro en la pesantez de su ser no aun encendido por el Espíritu Santo y no corroborado

por mi Inmolación que descendería sobre él como sobre todos -porque Yo amaba mucho a mi generoso, impulsivo y también tan humano Pedro, en el que habían tantas dotes y tanta humanidad: verdadero campeón del hombre humanamente bueno y que para llegar a ser santo necesita injertar su bondad en la Bondad de Dios- Pedro no había aceptado totalmente mi Palabra. Su gran amor por Mí -y eso le ha absuelto de toda culpa- le llevaba a rechazar esas verdades de sangre que Yo anunciaba como reservadas para Mí.

"Señor, que esto no suceda nunca" había dicho una vez. Y aunque después de mi reproche no lo había vuelto a repetir, en el interior de su corazón se rebelaba ante la idea de que a su Señor le pudiera ser reservada una suerte tan horrible y que el reino de su Rey tuviera por palacio la cima de un monte y por trono una cruz.

Juan en cambio lo aceptaba todo; con el corazón que se le despedazaba pero también con el corazón de niño, para el que la palabra de quien le ama es verdad absoluta, inclinaba la cabeza y el corazón ante las predicciones de su Jesús y se preparaba a sí mismo, con fi- delidad absoluta en su vida, a ser fiel al Maestro también en la hora de la Pasión.

Juan, el puro y devoto creyente, permaneció fiel. Pedro, que quería acoger de la Verdad las verdades que seducían su espíritu todavía demasiado amalgamado con la carne, me renegó. Y su culpa de aquel momento era una falta de valor, pero también y sobre todo una falta de fe.

Si hubiera creído fielmente en Mí, habría entendido que su Maestro no había sido nunca tan Rey, Maestro y Señor, como en ese momento en que parecía un delincuente común.

Entonces alcancé el vértice de la enseñanza porque hice de mi enseñanza no ya una teoría, sino un hecho verdadero.

Entonces asumí el reino sobre todos los que existieron, que existían y que existirían, y me puse púrpura y corona tales que no podía asumirlas más resplandecientes, porque la primera venía dada por la sangre de un Dios y la segunda era el testimonio de cuanta fuerza alcanza el amor de Dios por vosotros, de Dios que muere de martirio para quitar a los hombres de los martirios eternos.

Entonces tomé de nuevo plena y completamente mi aspecto de Señor del Cielo y de la Tierra, porque sólo el Señor del Cielo podía satisfacer al Señor Dios y sólo el Señor de la Tierra podía borrar la culpa de la Tierra; de Señor de la Vida y de la Muerte, porque ordené a la Vida que volviera a vosotros y a la Muerte que no matara más. Hablo de la vida y de la muerte del espíritu, porque ante mis ojos sólo tiene valor lo que es espíritu.

Bienaventurados, bienaventurados, bienaventurados los que saben ser verdaderamente creyentes en Mí. Siempre. Suceda lo que suceda y se muestre bajo cualquier luz. Que si una apariencia se levanta como muro escabroso y negro para amedrentar vuestra alma, pensad siempre que detrás del obstáculo, que dura poco, Dios, su Luz, su Verdad, están siempre, iguales e igualmente operantes hacia vosotros.

Pensad esto, con todo vuestro corazón y con toda vuestra mente, y sabréis actuar como verdaderos discípulos míos. Actuando así poseeréis la Verdad. Y la Verdad, que residirá como vida en el centro de vuestro ser, os conducirá a la Vida».


Cuadernos Valtorta 1943