El secreto de la santidad

                                         

Procedente de una familia numerosa, humilde y rica en fe, el jovencísimo Domingo Savio le había preguntado a san Juan Bosco cuál era el secreto de la santidad. Rezar y hacer el bien, con alegría, le respondió. Y Domingo lo hizo, demostrando ser un “pequeño, pero gran gigante del espíritu”, como lo llamó Pío XI.


Carlo Enrico va en el asiento trasero del coche grande. Su padre está al volante, su madre a su lado. El silencio en el coche es abrumador. Si al menos tuviera los cascos... pero se los han confiscado junto con su iPhone. Empieza a preocuparse, preguntándose cuánto tiempo estará castigado así, sin salir con los amigos, sin iPhone ni auriculares, sin videojuegos. Hay que reconocer que el momento en el que el guardia de la gran librería del centro de la ciudad le había pillado intentando irse con los cables que había robado del departamento de iPhone fue terrible. El guardia no había querido atender a razones, gritando enfadado contra “los hijos maleducados y mimados de los ricos”, y había llamado a la policía. La hora que había pasado en la comisaría pareció interminable, luego habían llegado sus padres, hablaron con el jefe y se lo llevaron a casa.

El interrogatorio de su padre no le había sacado mucho; no había sido capaz de decirles por qué había cogido esos cables (que, a decir verdad, ni siquiera necesitaba). Podría haberlos comprado –sus padres le daban una buena paga cada mes, y su madre siempre le decía que eso era mucho dinero para un niño de doce años-, pero cogerlos e intentar salir sin pagarlos le había parecido una cosa de adultos. Sus padres no pensaban lo mismo. Le habían anunciado lo que sucedería a continuación, además de los castigos descritos anteriormente. Después de una llamada telefónica que habían realizado al padre Celestino, el párroco que era amigo suyo, le habían dicho que al día siguiente iban a hacer una peregrinación. Qué palabra tan extraña…

Ahora viajan en “peregrinación” para conocer la vida de un joven casi de su edad que sus padres quieren proponerle como ejemplo. Su nombre es Domingo Savio. Carlo Enrico siente una punzada de celos: ¿quién podía ser este Domingo, al que sus padres admiran tanto, mientras que a él le han confiscado tantas cosas? ¿Quién sabe qué pasará cuando lleguen? Carlo Enrico lee en el cartel de la entrada del pueblo: “San Giovanni di Riva”. Llegan a su destino y se detienen frente a un edificio denominado “La Casetta”. Se bajan y son recibidos por un joven que será su guía llamado Alejandro. Comienzan su visita. Alejandro les explica que se trata del Centro de Espiritualidad Santo Domingo Savio, conocido como “La Casetta”, que se encuentra cerca de la casa donde nació el joven santo, en San Giovanni di Riva. La casa que había alquilado Carlo Savio, el padre de Domingo, está situada al noroeste, en la esquina del final de todo el complejo. Los Savio vivieron allí hasta noviembre de 1843, cuando Domingo aún no tenía dos años; entonces por razones de trabajo se trasladaron a Morialdo, una aldea de Castelnuovo, donde permanecieron unos diez años.

Al oír mencionar esa fecha, Carlo Enrico pregunta si Domingo había muerto. Alejandro sonríe y confirma que sí, que murió en 1857. El chico se siente un poco incómodo: no puede tener celos de alguien que está muerto. Comienza a prestar atención a las explicaciones de Alejandro, que ahora les muestra la pequeña capilla hecha con la antigua sala de la cocina. Luego visitan un pequeño museo que reproduce un taller de herrería como el del padre de Domingo, la habitación donde nació Domingo Savio con los suelos originales de ladrillo y la pequeña habitación de los niños. Carlo Enrico siente pena al ver una habitación tan pequeña, en la que tenían que caber no sólo Domingo, sino también sus hermanos, y piensa en la suya propia, espaciosa y luminosa.

Alejandro explica que Domingo Savio procedía de una familia relativamente pobre. Su padre, Carlo Savio, era, como hemos visto, herrero y su madre costurera; tuvieron otros nueve hijos. Sus padres pronto enseñaron a Domingo a rezar, a amar a Dios. El chico iba a misa casi todos los días y se convirtió en monaguillo. A los siete años se le ofreció hacer la Primera Comunión, algo inusual para la época, ya que la edad normal para recibir la Eucaristía por primera vez era de 12 años. Carlo Enrico queda impresionado al escuchar la historia.

Como Domingo era un niño inteligente, sus padres intentaron darle una educación completa. Pero el pueblo donde vivía la familia no tenía escuela. Todos los días Domingo recorría dos veces al día los cuatro kilómetros que separan Morialdo de Castelnuovo d'Asti, donde había una escuela. Muchos se sorprendían al ver al muchacho hacer este largo viaje, pero él respondía que no estaba solo, sino con Dios.

En la escuela se hizo rápidamente conocido por sus grandes cualidades. Bastante querido por sus compañeros, decía sin embargo que sus mejores amigos eran siempre Jesús y María. San Juan Bosco (1815-1888) visitó la región en 1854 y oyó hablar de este niño piadoso e inteligente. Después de conocerlo e interrogarlo decidió llevárselo a su escuela, el Oratorio de San Francisco de Sales, en Turín, en el barrio de Valdocco, que entonces albergaba a unos 115 niños.

Domingo le contó a san Juan Bosco su sueño: ser santo. Carlo Enrico se quedó asombrado: nunca había oído hablar de algo así: querer hacerse santo. Un policía, un bombero, un piloto de Fórmula 1, sí: ¿pero un santo? Domingo definitivamente le intriga. Alejandro continúa con la historia, explicando que san Juan Bosco le había dado a Domingo el secreto de la santidad: rezar y hacer el bien, tratar de ser un ejemplo para los demás, haciendo todo con alegría y una sonrisa. Domingo se aplicó a ello, los numerosos episodios de su vida lo atestiguan. Aquí un ejemplo: Un día dos estudiantes, tras una fuerte discusión, decidieron luchar a muerte. Domingo fue a verlos, se puso entre ellos y blandió una cruz, diciéndoles que lo golpearan a él primero. Unos días más tarde consiguió reconciliarlos. Fundó un grupo de jóvenes, la Compañía de la Inmaculada, con el objetivo de edificar y santificar a sus miembros. Se le atribuyen visiones proféticas durante las cuales vio el restablecimiento oficial de la religión católica en Inglaterra.

Pero por desgracia Domingo tenía una salud frágil. Cayó enfermo en junio de 1856. San Juan Bosco, preocupado, lo envió a respirar el aire familiar de Mondonio (donde la familia Savio se había trasladado en 1853) para que pudiera descansar. Permaneció allí dos meses y regresó a Turín a finales de agosto. Pero volvió a caer enfermo. Don Bosco lo envió a la enfermería, y luego, con la esperanza de que el aire del campo le devolviera la salud, pidió a Carlo Savio que fuera a buscar a su hijo. Domingo regresó a Mondonio el 1 de marzo de 1857. Murió de tuberculosis el 9 de marzo, hacia las 10 de la noche. Poco antes de morir, dijo a sus padres con aire de éxtasis: “¡Oh, qué bonito lo que veo!”.

Cuando Domingo Savio murió, san Juan Bosco estaba tan convencido de su santidad que decidió publicar inmediatamente su biografía. Así, escribió un libro sobre Domingo en 1858 para destacar su vida ejemplar. De hecho, este chico que murió con poco menos de 15 años tenía todas las credenciales para ser considerado un modelo para los jóvenes. En 1914 sus restos mortales fueron trasladados a la Basílica de María Auxiliadora de Turín. Pío XI lo describió como un “pequeño o más bien gran gigante del espíritu”. Declarado héroe de las virtudes cristianas el 9 de julio de 1933, Pío XII lo beatificó el 5 de marzo de 1950 y lo canonizó el 12 de junio de 1954. Domingo, con casi quince años se convirtió así en el santo católico no mártir más joven de la historia (más tarde fue “superado” por otros santos aún más jóvenes, como Francisco y Jacinta Marto). Sus restos mortales, colocados en un nuevo relicario realizado con motivo del 50º aniversario de su canonización, se veneran en la Basílica de María Auxiliadora de Turín.

Es el patrón de los pueri cantores, así como de los monaguillos, ambas tareas litúrgicas que desempeñó activamente. Igualmente conocida es su especial protección a las mujeres embarazadas, mediante el signo del llamado “pequeño hábito”, en recuerdo del milagro con el que el santo salvó la vida de una de sus hermanitas que estaba a punto de nacer. La memoria litúrgica del santo se fijó para el 9 de marzo, mientras que para la Familia Salesiana y las diócesis piamontesas se fijó para el 6 de mayo, para evitar que la celebración cayera en Cuaresma.

La visita termina y, tras dar las gracias, Carlo Enrico y su familia emprenden el viaje de vuelta. El niño permanece en silencio durante todo el viaje. Cuando llegan a casa, va a su habitación y pone la pequeña imagen del santo en su mesita de noche. Se sienta en la cama y piensa en lo que ha aprendido durante ese día. Hace una promesa mental a Domingo de no volver a robar y de convertirse en un ejemplo para los demás. El padre le mira a través de la puerta, que ha quedado entreabierta, y comprende que su hijo ha aprendido hoy una importante lección. Agradece interiormente a santo Domingo Savio este nuevo milagro.



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