Greta ocupará la silla del `Papa´



En Glasgow, en la conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio climático que se celebrará del 31 de octubre al 12 de noviembre, no estará Francisco. Ha cancelado el viaje de su agenda. Pero si él no va, el padre Thomas Reese, ex director de “America”, el semanario neoyorquino de los jesuitas, propuso a su hermano el Papa: “¿por qué no incluir a Greta Thunberg en la delegación vaticana? ¿Por qué no darle justamente a ella el asiento del Papa? No fuera de la conferencia, para desfilar con el pueblo oprimido por el vacuo “bla, bla, bla” de los políticos, sino dentro, cara a cara con los poderosos de la tierra, para decirles todo lo que hay que decir.

No es un misterio que Francisco, autor de la encíclica ecologista “Laudato si'”, admira a la joven activista sueca, con la que se reunió brevemente en la Plaza de San Pedro el 17 de abril de 2019. Pero es conocido además que Greta rivaliza con él en la escena pública mundial, como figura destacada en la defensa de la naturaleza.

Angelo Panebianco, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Bolonia y uno de los analistas más autorizados de la sociedad contemporánea, se centró en el fenómeno Greta e implícitamente en el binomio Greta-Francisco, en el "Corriere della Sera" del 8 de octubre:

“¿Greta no es quizás la demostración del hecho de que también las sociedades post-religiosas -como lo son ahora la mayoría de las sociedades occidentales, las europeas a la cabeza- necesitan profetas y profecías?”.

Entre las dos profecías – afirma Panebianco – hay semejanzas y diferencias.

Una semejanza entre la era religiosa y la post-religiosa es que en ambas la profecía irrumpe cuando las viejas creencias se han agotado, ya sean religiosas o civiles, como en el cso de nuestra civilización occidental.

Pero la semejanza más fuerte – a juicio de Panebianco – es que ambas profecías denuncian, por un lado, la inminencia de la catástrofe, y por otro lado señalan el camino de la salvación.

En la era religiosa, la catástrofe inminente era el juicio de Dios sobre las conductas malvadas de los hombres; basta pensar en la predicación de Juan el Bautista en el Nuevo Testamento. Mientras que “en nuestra era post-religiosa, la catástrofe anunciada es el fruto de la rebelión de la naturaleza contra la manipulación humana”.

En ambos casos “la profecía tiene éxito si y cuando responde a cuestiones de sentido, de significado. Al aceptar la profecía, las personas dan un nuevo significado a su propia existencia, se sienten, al menos en parte, diferentes de lo que eran antes de conocerla y hacen suyo el mensaje”.

Pero es precisamente aquí surge la diferencia. “La profecía religiosa ofrecía a los humanos - a cada uno de ellos - respuestas y, por lo tanto, consuelo, en mérito a los significados últimos de la existencia: el sentido de la vida y de la muerte, y las razones del sufrimiento en la vida terrenal. La profecía religiosa anclaba a los individuos en un conjunto de creencias que, al dar a cada ser humano la conciencia de su lugar en el mundo, le daba también la fuerza necesaria para afrontar las dificultades de la vida”.

¿Pero qué decir, en una época post-religiosa, de una profecía sólo ambiental, con su mensaje exclusivamente terrenal? “¿Puede tener tanto poder y capacidad para dar un sentido a la existencia de los individuos?”. Panebianco recuerda el precedente de Karl Marx, con el vínculo entre su mensaje y la antigua profecía hebrea, que de hecho durante un largo periodo “dio sentido a las acciones de millones de personas”.

A corto plazo, amplificada por el sistema de comunicación global, también la profecía de Greta “se muestra poderosa”. Pero no es en absoluto seguro que sea capaz de “satisfacer a largo plazo una demanda de sentido” y, en consecuencia, de “cambiar en forma duradera el modo en que los individuos, o muchos de ellos, viven su presencia en el mundo”.

Hasta aquí la comparación de Panebianco entre las dos profecías, la religiosa y la post-religiosa.

Por lo tanto, se podría pensar instintivamente que Francisco es el portador de la profecía religiosa. Pero éste no es el caso. El 4 de octubre, mientras Greta estaba en Italia protestando contra el “bla, bla, bla” de los gobernantes y movilizando la protesta “Viernes por el futuro”, el Papa tomaba parte en el Vaticano a una reunión entre líderes religiosos y científicos promovida por las embajadas británica e italiana ante la Santa Sede para preparar la conferencia de Glasgow.

La reunión culminó con un solemne llamamiento a la preservación de la naturaleza, firmado no sólo por el papa Francisco, sino también por el Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, el Patriarca Cirilo de Moscú, el Gran Imán de Al-Azhar Ahmad Al-Tayyeb, el rabino Noam Marans y representantes del budismo y de otras religiones.

Pues bien, en las 2.350 palabras del llamamiento, la palabra “Dios” no aparece ni una sola vez. Tampoco las palabras “creador”, “creado”, “criatura”. La naturaleza se define como “una fuerza vital”. El único, tímido y vago indicio de trascendencia está en la línea en la que se reconoce en el mundo natural “los signos de la armonía divina”.

Demasiado poco, en realidad nada, para hacer frente al desafío de la profecía exclusivamente terrenal de Greta, banalmente imitada incluso en sus excesos, por ejemplo, cuando el llamamiento de Francisco y de los otros líderes religiosos afirma que “puede que sólo quede una década para restaurar el planeta”.

Hace dos años, el profesor laico Panebianco publicó, junto con su colega de la Universidad de Bolonia, Sergio Belardinelli, católico, un libro en el que analizaba el estado actual de la civilización europea y del cristianismo.

La crítica que los dos autores dirigen a la Iglesia actual es la de ser “demasiado humana” y “poco escatológica”, demasiado silenciosa respecto a Dios, “creador y Señor del cielo y de la tierra”, cuando en realidad esta “profecía” debería ser su prioridad absoluta, “como bien lo entendió Joseph Ratzinger”.

Así planteadas las cosas, la idea de enviar a Greta a Glasgow en lugar del papa Francisco no es en absoluto peregrina.



Settimo Cielo di Sandro Magister