Reconducid hasta Mí a los errantes —MAría Valtorta




29 de septiembre

Dice Jesús:

«"Pedros" siempre han existido y existen tantos. Ellos quisieran de Mí dones de bienestar terreno que nunca he prometido dar, porque Yo os encamino al Cielo y no a las cosas de aquí abajo, y todo cuanto os doy de felicidad terrena es una añadidura que no merecéis y no podéis exigir, y que doy únicamente porque el noventa por ciento de los hombres es de tan carne y sangre que sin tener dones de esta tierra se rebelarían todos.

De todas formas os rebeláis, hijos ingratos, dándome la culpa del mal creado por vosotros mismos. ¡Si al menos supierais soportar con resignación el mal que es obra de vuestras malvadas acciones, de vuestras lujurias, de vuestras prepotencias y desenfrenos, de vues- tros intereses y fraudes! Si supierais soportarlo diciendo: "Nos lo hemos merecido" ese mal se mutaría en bien, porque Dios tendría piedad de vuestra irreflexión.

Sí, si os viera humildes en el reconocimiento de vuestros errores, resignados a sufrir las consecuencias, filiales en el dirigir hacia Mí la mirada lagrimosa y la palabra suplicante, Yo que soy el Dios de la Misericordia y del Perdón, Yo que he venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido, y que no he perdido ni perderé en el transcurrir de los siglos -átomos de mi eternidad- mi sed de traeros salvación y bien, intervendría para salvaros aún, haciendo desbordar mi Amor y mi Misericordia sobre mi Justicia que me hiere antes a Mí que a vosotros, creedlo, pobres hijos míos, porque el deberos castigar, el deber dejar que vosotros mismos os castiguéis con sufrimientos creados por vuestro duro corazón y necio intelecto, es lo que constituye el dolor de vuestro Jesús, cuyo nombre es "Salvador" y no Justiciero, de Jesús que con tal de salvaros ha obrado, con el Padre y el Espíritu, ese milagro de indescriptible, inmensurable amor, ese milagro que ha dejado inmóviles con reverente estupor a los Cielos, que ha hecho temblar de ira a los abismos infernales y parar por una hora el curso de los astros y las leyes del universo, ese milagro que ha sido la separación de la segunda Persona de la divina Trinidad para descender: Luz eterna, Corazón de Dios, para hacerse corazón de hombre en el seno de una Virgen y luz para los hombres que habían apagado en ellos la luz.

Estos numerosos y nuevos Pedros -y nunca como ahora el mundo está lleno de ellos- cuando ven que no les doy lo que su humanidad desea, llegan a creer que Yo no soy lo que digo ser: es decir el Potente. Y ante esta creída impotencia mía, juzgan que no merece la pena seguirme y reniegan de Mí, exactamente como Pedro en aquella hora en que las apariencias estaban contra Mí.

Sin embargo, pobres hijos míos, son precisamente los momentos en los que, humanamente, parece que Yo esté ausente, aquellos en los que estoy inclinado sobre mis hijos y trabajo por ellos. Si no tuvierais en vosotros un espíritu contrario a Dios, y muchas veces ya en posesión de Satanás, sentiríais mi invisible Presencia y mi deseo de ayudaros. Pero huís de Mí. Preferís daros al amigo de un momento que seduce vuestra carne con satisfacciones dulces sólo en la superficie, pero después atosigantes en lo profundo y dañosas como un veneno mortal. Preferís daros, atados de pies y manos, al Enemigo en acecho.

Renegáis no sólo de Mí, vuestro Dios, sino de vuestra dignidad de hombres, vuestra inteligencia que os hace semejantes a Dios por encima de todos los animales creados por el Padre, únicos capaces de pensar y actuar no con el rudimental instinto de las bestias, sino con un fulgor de inteligencia que os alza a esferas muy próximas a Nosotros. ¡Oh! ¡esto sí que os hace semejantes a Nosotros, y no el conocimiento del Mal! Pero vosotros escucháis siempre el silbido de la Serpiente y queréis conocer también el Mal para ser semejantes a Dios. ¡Oh necios, necios, necios!

Dios en su esencia perfecta puede conocer el Mal, porque el mal no tiene poder sobre Dios. Pero vosotros no. Vosotros no sois perfectos y el Mal no os deja indiferentes cuando lo queréis investigar, conocer y probar. El haber masticado esa experiencia trajo la condena del hombre al trabajo, de la mujer a la maternidad dolorosa, de la raza al Dolor y a la Muerte. Pero vosotros, no persuadidos aún, queréis siempre ese alimento de infierno, que se desarrolla en vosotros cada vez más en obras malditas que aumentan dolor y muerte, fatigas, hambre y todo castigo sobre esta tierra y más allá, porque, repito, me acusáis hacedores del mal que creáis, y me maldecís por lo que soy inocente.

Salís de Dios con ira, hijos cegados por vuestro rencor, y caéis en el barrizal de Satanás.

Estáis en el barrizal hasta el cuello y no queréis agarraros a la Fe, amarra espiritual que os lanza a vosotros, náufragos, la Bondad eterna.

Si tuvierais esa Fe verdadera, como Yo os dije que deberíais tener, ninguna prueba contraria podría hacérosla perder, y venceríais los sucesos adversos porque forzaríais las puertas de la Misericordia, tan poco cerradas y que no piden sino ser abiertas y atrin- cheraríais las de la Justicia, abiertas para castigar vuestros delitos y que, por el amor infinito que os tenemos, deseamos cerrar.

¿ Qué debéis hacer con mis renegadores? Lo que Yo hice por Pedro. Llorar y orar para reconducirlos a Mí.

No os toca elegir un puesto en el Cielo, se lo he dicho a Santiago y a Juan y os lo digo también a vosotros. Y sabéis cuáles son las obras que hay que cumplir para merecerlo. Sólo tenéis que mirar a vuestro Jesús para saber cómo debéis actuar. Caridad, caridad, sobre todo caridad. En todos verme a Mí, vuestro Dios, servir a los hermanos como Yo os he servido hasta el holocausto de mi vida para arrancar almas a Satanás.

Almas, he dicho. Con esto no quiero decir que no debáis tener caridad también por los cuerpos de vuestros hermanos. Las obras de misericordia corporales sirven para preparar el camino a la más alta obra de misericordia que es la de dar de beber, de comer, vestir, cuidar las almas desnudas y pobres, hambrientas y sedientas de vuestros pobres hermanos, alejados de mi Redil o crecidos fuera de él, y que mueren en el desierto.

Os toca a vosotros, cristianos, y sobre todo a vosotras, mis amorosas, benditas, dilectísimas víctimas, flores vivas que exhaláis para Mí todo vuestro espíritu de flor y que viviréis como eternas rosas en el Cielo, os toca a vosotros, mis verdaderos amigos, reconducir hasta Mí a los errantes, sin juzgar si merecen ser dignos del Cielo.

No os toca a vosotros juzgar sobre el premio o el castigo. Sólo Yo soy Juez. A vosotros sólo os concierne reconducir, con mis mismas armas: oración y sacrificio, y después por último la palabra, a los pródigos a la casa del Padre; para poder colmar de júbilo el Corazón de Dios y llenar de gozo los Cielos por un nuevo pecador que se convierte, deja las tinieblas y vuelve a la Luz, a la Verdad, al Amor».


Cuadernos Valtorta 1943