Bergoglio está acelerando su poder destructor




    Desde el comienzo del pontificado de Francisco, en este blog propiciamos, en materia litúrgica, una estrategia de perfil bajo, de no hacer olas, o de hacernos los muertos para que no nos mataran. Y lo hicimos basados en un hecho que conocíamos muy bien como argentinos: a Bergoglio no le interesa la liturgia y es absolutamente incapaz de entenderla. Por tanto, nunca iba a tener un problema doctrinal con la cuestión litúrgica. En todo caso, el conflicto podía darse si los defensores o protectores de la liturgia tradicional le ocasionaban un problema que sí fuera válido para él. 

    Y la estrategia funcionó por más de ocho años: Bergoglio no hizo nada contra la liturgia tradicional e incluso favoreció en lo que pudo a la FSSPX. Y lo hizo resistiendo presiones fuertes del episcopado italiano —completamente bugniniano— y de lobbistas más o menos impresentables como Andrea Grillo. 

    Con Traditiones custodes el panorama cambió rotundamente. Bergoglio no solamente decidió el exterminio de la liturgia tradicional sino que lo hizo adoptando los fundamentos más extremistas, y también menos sólidos, del mencionado Grillo. Algo pasó en el medio y sólo podemos hipotizar qué fue. Estimo que habrán sido varios factores: a las presiones italianas se sumó que los obispos americanos son, en su mayoría, valedores de la liturgia tradicional, y el Papa los considera sospechosos o abiertos enemigos de su pontificado (como buen peronista con un fuerte ingrediente del nacionalismo argentino sabe que todos los americanos son malos. Yankee, go home!). No sería raro que Traditiones custodes haya sido una represalia jesuítica de causar daño a los americanos —obispos y fieles—, a los que tanto detesta. 


    En las últimas semanas hemos conocido la carta del Mons. Roche al cardenal Nichols, y la prohibición casi total de las celebraciones tradicionales en Roma por parte del cardenal vicario Angelo de Donatis. Estos dos hechos son significativos por su gravedad. Se trata de aplicar la  solución final, la desaparición completa de la liturgia tradicional. Esto supone, entre otras cosas, el estrangulamiento o el exterminio a través de otros medios no menos crueles, de los institutos que nacieron orientados a esa liturgia, como la Fraternidad San Pedro, el Instituto Cristo Rey de Gricigliano o el Instituto del Buen Pastor. Ayer, Bergoglio dio alguna pista al respecto al alertar a los obispos italianos acerca de un gravísimo peligro: los seminaristas rígidos. Dijo: "Hemos visto con frecuencia seminaristas que parecían buenos, pero rígidos. Y la rigidez no es del buen espíritu".  Pareciera que el Romano Pontífice prefiere seminaristas guarros y mundanos, que no parezcan buenos. De ese modo, los superiores se garantizarán que sea un joven flexible y fofo, alejado de cualquier tipo de peligrosas rigideces, como rezar el rosario diariamente o el oficio divino en latino, si es que no se le ocurre usar sotana. 


    La aniquilación de los institutos tradicionales significará también dejar a la intemperie a decenas de miles de (rígidos) fieles de todo el mundo, que son incapaces de adaptarse a los nuevos aires eclesiales. Si esto sucediera, y la lógica indica que debe suceder, el Papa Francisco podría competir con Enrique VIII sobre quién eliminó la mayor cantidad de monasterios e iglesias católicas durante su reinado.


    Esta situación ya la vivió la Iglesia durante el pontificado de Pablo VI. Y la única reacción en esa ocasión fue la de Mons. Lefebvre y de quienes lo siguieron, que pasaron a ser considerados perros impuros por todos los católicos, jerarquía o simples fieles. Era preferible un mormón o un musulmán a un lefebvriano. ¿Pasará lo mismo en esta ocasión?


    No me parece. Creo que habrá un resistencia mucho mayor y más numerosa. Un primer hecho a tener en cuenta es que en esta ocasión los obispos tienen un mayor poder de decisión, y en su mayoría, sea por el motivo que fuere, son más bien remisos en la aplicación de Traditiones custodes. No vemos, salvo excepciones como la de Roma, que estén construyendo cámaras de gas para encerrar a los tradicionalistas y aplicar la solución final exigida por los oficiales vaticanos. Y esto ocurre, a mi entender, porque los obispos se están tomando un poco más en serio su función de maestros y pastores de su grey y aumentando su conciencia de que no son meros delegados del obispo de Roma. Paradójicamente, están volviendo a la posición tradicional —la que sostuvo la Iglesia hasta bien entrado el siglo XIX—, del poder y autonomía de los obispos.


    En segundo lugar, las exigencias de Bergoglio aparecen cuando su pontificado ya está ajado y su credibilidad se ha disuelto. Ya todo el mundo sabe quién es el porteño ramplón que logró encaramarse al solio petrino sin tener las menores cualidades para tamaña función, y aplicarán con cuidado las indicaciones que vengan de Roma, no sea que, por obedecer al Papa, causen un daño enorme a las almas que les fueron confiadas. Y lo cierto es que aún hay muchos obispos que conservan la fe.


    Finalmente, hay un hecho que tampoco puede pasarse por alto. Bergoglio está acelerando la intensidad de su poder destructor, y la liturgia tradicional no es más que un aspecto de esa, su obra. Y esto causará reacciones católicas en muchos, más allá de que no sean simpatizantes de la liturgia tradicional. Specola nos ilustró la semana pasada sobre dos hechos que están sucediendo y de los que no se habla mucho. En primer término, la orden de destruir la vida contemplativa que, para Bergoglio, no tiene ya ningún sentido en el siglo XXI. Las órdenes contemplativas no gustan, se presentan como inútiles y desde los organismos del Vaticano pretenden eutanasiarlas ante su resistencia a desaparecer. Y en segundo término, y como allí mismo se explica, la intención es el exterminio también de los movimientos. Ya lo hizo con el monasterio de Bose —y convengamos que era de los más afines a Francisco—, lo comenzó a hacer con Comunión y Liberación hace pocos meses, y no tengo dudas que pronto será el turno del Opus Dei.


    Si Dios, en su sabiduría infinita e incompresible para los hombres, sigue manteniendo con vida a Bergoglio y éste continúa con su plan destructor, seguramente será hora de pensar en otras estrategias.


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