La última profanación de Bergoglio: honra a los violadores goumier
Es cierto, Bergoglio inventa algo nuevo cada día. Ahora, a diferencia de sus ilustres predecesores, el pontífice ha decidido suprimir la tradicional misa de conmemoración de los difuntos, que habitualmente se celebraba en el cementerio romano de Verano, en la plaza donde se levanta la basílica de San Lorenzo fuori le mura (destruida por los bombardeos aliados el 19 de julio de 1943). No, el Papa Francisco ha decidido que el 2 de noviembre se convierta en itinerante, es decir, que se celebre en un lugar distinto al tradicional.
Este año lo vimos en el cementerio francés de Monte Mario, donde quiso conmemorar a los soldados que cayeron en Italia para liberar a nuestro país de la ocupación nazi-fascista. Inevitablemente, hizo un llamamiento a la paz y pidió a los fabricantes de armas que dejaran de hacerlo, para evitar más tragedias, nuevos conflictos y la muerte de tantos inocentes. Francisco celebró una misa por los muertos en el cementerio militar francés de Roma y depositó flores blancas, deteniéndose a rezar ante las tumbas de los soldados. Mirando las tumbas de los soldados, el Papa Francisco dijo: "Estas personas son buenas, murieron en la guerra. Murieron porque estaban llamados a defender la patria, a defender los valores, a defender los ideales y, muchas otras veces, a defender situaciones políticas tristes y lamentables".
Es una lástima que entre toda esta "buena gente" también hubiera soldados marroquíes que, alistados en el ejército de liberación del general De Gaulle, protagonizaran en suelo italiano torturas y violaciones contra todo aquel que tuviera la desgracia de pasarles por encima, niños, ancianos, mujeres, hombres, sin distinción de edad, sexo o raza. Violencia que se concedió a los goumiers como recompensa por su decisiva contribución a la demolición de las líneas de defensa alemanas en el valle del Liri. En esas cincuenta horas de libertad, se les permitió hacer todo tipo de cosas nefastas en detrimento de la población italiana, ciudadanos indefensos y ya muy probados por la guerra, que conocieron la cara oscura de los llamados libertadores.
Quién sabe cómo habrán reaccionado los habitantes de Ciociaria o, por ejemplo, los de la zona de Siena, que experimentaron la furia de los soldados marroquíes. Se habla de al menos 50.000 víctimas que, tras haber sido violadas y torturadas, también murieron por infecciones causadas por la violencia.
Paradójicamente, Bergoglio aprovechó la presencia de las tumbas de los caídos marroquíes para el enésimo spot a favor del ecumenismo y para reiterar que ante las guerras no hay diferencias religiosas que valgan. Los muertos, cristianos y musulmanes, merecen el mismo respeto y dignidad. Pero, ¿puede haber respeto por quienes han violado a niños y niñas sin piedad, destruyendo sus vidas? Gente que pasó el resto de su vida en un asilo porque quedó marcada por esa violencia. ¿O a otros que se quitaron la vida?
Pues bien, aparte de don Alessandro Minutella, cuya columna diaria en Radio Domina Nostra me ha llamado la atención, nadie parece haberse escandalizado por esta grave ofensa a la memoria del pueblo italiano y de la propia Iglesia que, con Pío XII, también salvó a Roma de la furia de los marroquíes. Existen documentos históricos que confirman cómo, gracias a la intervención del Vaticano, informado de lo ocurrido al sur de Roma, se impidió la entrada de los goumiers franceses y se evitó la posibilidad de que fueran culpables de los mismos horrendos crímenes en la ciudad santa de la cristiandad. Un papel decisivo lo desempeñó el cardenal Eugène Gabriel Gervais Laurent Tisserant que, como francés, mantenía relaciones muy estrechas con sus compatriotas. El historiador Pier Luigi Guiducci reconstruyó y publicó hace años la rica correspondencia entre Tisserant y el comandante francés; el cardenal, en nombre de Pacelli, denunció las atrocidades cometidas por los marroquíes en Ciociaria y recordó que Roma había sido proclamada "ciudad abierta". Por ello, insistió en que los goumiers no pasaran por la capital y que no se permitieran más episodios similares, ni en Roma ni en el resto de Italia. Tras mucha insistencia, se aseguró al Vaticano que no se permitiría a los marroquíes pasar por Roma y que el ejército francés se aseguraría de que no se cometieran más crímenes del tipo de los ocurridos en la zona de Frosinone.