Ver a Dios en nuestra vida ordinaria





Pocos días después de la Resurrección del Señor se encuentran algunos de sus discípulos junto al mar de Tiberíades, en Galilea, cumpliendo lo que les ha dicho Jesús resucitado. Están dedicados de nuevo a su oficio de pescadores. Entre ellos se encuentran Juan y Pedro.


El Señor va a buscar a los suyos. El relato nos muestra una escena entrañable de Jesús con los que, a pesar de todo, han permanecido fieles. «Pasa al lado de sus Apóstoles, junto a esas almas que se han entregado a Él; y ellos no se dan cuenta. ¡Cuántas veces está Cristo, no cerca de nosotros, sino en nosotros; y vivimos una vida tan humana! (...). Vuelve a la cabeza de aquellos discípulos lo que, en tantas ocasiones, han escuchado de los labios del Maestro: pescadores de hombres, apóstoles. Y comprenden que todo es posible, porque Él es quien dirige la pesca.

»Entonces, el discípulo aquel que Jesús amaba se dirige a Pedro: es el Señor. El amor, el amor lo ve de lejos. El amor es el primero que capta esas delicadezas. Aquel Apóstol adolescente, con el firme cariño que siente hacia Jesús, porque quería a Cristo con toda la pureza y toda la ternura de un corazón que no ha estado corrompido nunca, exclamó: ¡es el Señor!

»Simón Pedro apenas oyó es el Señor, vistiose la túnica y se echó al mar. Pedro es la fe. Y se lanza al mar, lleno de una audacia de maravilla. Con el amor de Juan y la fe de Pedro, ¿hasta dónde llegaremos nosotros?».

¡Es el Señor! Ese grito ha de salir también de nuestros corazones en medio del trabajo, cuando llega la enfermedad, en el trato con aquellos que conviven con nosotros. Hemos de pedirle a San Juan que nos enseñe a distinguir el rostro de Jesús en medio de esas realidades en las que nos movemos, porque Él está muy cerca de nosotros y es el único que puede darle sentido a lo que hacemos.

Además de sus escritos inspirados por Dios, conocemos por la tradición detalles que confirman el desvelo de San Juan para que se mantuviera la pureza de la fe y la fidelidad al mandamiento del amor fraterno. San Jerónimo cuenta que a los discípulos que le llevaban a las reuniones, cuando ya era muy anciano, les repetía continuamente: «Hijitos, amaos los unos a los otros». Le preguntaron por su insistencia en repetir siempre lo mismo. San Juan respondió: «Este es el mandamiento del Señor y, si se cumple, él solo basta»

A San Juan podemos pedirle hoy muchas cosas: de modo especial que los jóvenes busquen a Cristo, lo encuentren y tengan la generosidad de seguir su llamada; también podemos acudir a su intercesión para nosotros ser fieles al Señor como él lo fue; que sepamos tener al sucesor de Pedro el amor y el respeto que él manifestó al primer Vicario de Cristo en la tierra; que nos enseñe a tratar a María, Madre de Dios y Madre nuestra, con más cariño y más confianza; le pedimos que quienes están a nuestro alrededor puedan saber que somos discípulos de Jesús por el modo en que los tratamos.

Dios y Señor nuestro, que nos has revelado por medio del apóstol San Juan el misterio de tu Palabra hecha carne; concédenos, te rogamos, llegar a comprender y a amar de corazón lo que tu apóstol nos dio a conocer

Meditación diaria