7 Pistas para saber si estas caminando hacia al Cielo

 


La Biblia nos da pistas sobre el estado actual de nuestra salvación.

El tránsito en la tierra es una peregrinación a nuestro estado final que es la vida eterna en el Cielo.

Dios quiere que todos los hombres vivan la vida eterna junto a Él, para eso nos creó.

Y si bien es una gracia de Dios otorgar ese pase a la vida eterna, no es menos cierto que nuestro libre albedrío puede conspirar para que lleguemos a buen término.

Dios no nos exige que lo elijamos a Él, nosotros tenemos libertad para no hacerlo.

Pero debemos tener claro que nada manchado entra en el cielo.

Y que si no nos quitamos las manchas que nos hacen inelegibles para el cielo, entonces no entraremos en él.

Dios nos va a ayudar a quitarnos esas manchas si se lo pedimos y perseveramos.

Pero también nosotros deberíamos tener claro, las pistas que nos indican si vamos por el buen camino o no, para no llevarnos una sorpresa el último día.

Aquí hablaremos sobre las pistas que Dios ha dejado en la Biblia, que nos indican si estamos yendo por el buen camino hacia el cielo, o nos estamos desviando y con peligro de ir por otro camino.

La mayoría de las personas en el mundo creen que existe otra vida después de la muerte física.

Y que luego de la vida en la tierra tendremos una existencia eterna.

A su vez la mayoría cree que hay un filtro que permite a algunos entrar en esa vida eterna y a otros no.

A esto el cristianismo le llama salvación. Algunas personas serán salvadas para la vida eterna y otras no.

Dios creó a la humanidad para la vida eterna junto a Él, pero también optó por no obligarnos a aceptar su regalo de amor.

Los primeros padres de la humanidad se rebelaron contra Él.

Este pecado creó un abismo entre Dios y los humanos, y los alejó de la posibilidad de vivir la vida eterna junto a Él.

Y entonces su amor por la criatura humana hizo que Dios mandara a Su hijo a revertir el hecho.

La encarnación de Su hijo fue necesaria por la gravedad de la herida del pecado.

Y así pagó voluntariamente por nuestra desobediencia mediante su sufrimiento y crucifixión.

Con esto la raza humana mereció la redención, aunque seguimos teniendo una tendencia al pecado original, de nuestros primeros padres.

a partir de allí la salvación es un fenómeno individual, pero sigue siendo un regalo de Dios. 

El Concilio de Trento describió que el proceso de salvación individual comienza con la gracia de Dios que llama a la persona al arrepentimiento.

Esta gracia es gratuita, inmerecida, y su única fuente es el amor y la misericordia de Dios.

Pero aún con esta gracia se conserva el libre albedrío.

Porque cada persona puede aceptar la propuesta de Dios o puede rechazarla y permanecer en el pecado.

Quién acepta la salvación es porque asume que es pecador, cree en las promesas de Dios, espera su misericordia y tiene un santo temor de su justicia.

Desarrolla un amor hacia Dios, comienza a detestar el pecado y a amar la justicia de Dios.

Y a partir de allí viene la justificación de esa persona, que significa su santificación y renovación interior.

Esto se logra mediante la recepción voluntaria de los dones y la gracia de Dios.

Entonces el hombre deja de ser injusto, se convierte en amigo de Dios y desarrolla la esperanza en su salvación para la vida eterna.

El proceso de justificación es algo que dura toda la vida y comienza cuando nuestro bautismo y conversión.

Y el último escalón ocurre el último día de nuestra vida.

En Mateo 24:13 dice que el que persevere hasta el fin será salvo, esto quiere decir que la salvación final de una persona depende del estado de su alma al morir.

De modo que tenemos que estar atentos, porque existe la posibilidad de una pérdida de justificación.

Aunque también existe la posibilidad de una re justificación, cuando la persona peca y luego regresa a la comunión con Dios.

Para esto es muy importante el sacramento de la reconciliación, o sea la confesión.

Entonces, cuando a un católico le preguntan si está salvado, dirá que a nivel genérico ha sido salvado por el sacrificio de Jesucristo.

Pero a nivel individual está siendo salvado, tiene la esperanza de ser salvado, está confiando en las promesas de Dios y resolviendo su salvación, mediante el santo temor de no cumplir Sus mandamientos.

De modo que lo que dicen algunos protestantes, de que una vez salvado estas salvado para siempre, no es bíblico, ni funciona así en la realidad.

Si la persona muere en amistad con Dios irá al cielo, quizás con una etapa intermedia en el purgatorio.

Y si muere en estado de pecado mortal, rebelado contra Dios, su destino es el infierno.

Sin embargo los católicos no viven con terror si serán salvados o no.

Ya saben lo que tienen que hacer: alejarse de los pecados graves, evitar las tentaciones, y tener fe en las promesas de Dios.

Pero es necesario insistir que la salvación es un regalo de Dios, de modo que los no creyentes y los pecadores también pueden salvarse como sucedió con el buen ladrón en la cruz, a quien Jesús dijo que mañana estaría con Él en el paraíso.

Pero, ¿quién quiere jugar con su alma eterna y suponer que, justo antes de morir, Dios le dará el don de la fe en Jesucristo, la contrición perfecta por todos sus pecados mortales, e incluso el tiempo para arrepentirse?

La Iglesia Católica enseña que uno puede tener pistas sobre su propia salvación para no jugar a la ruleta rusa.

La pista central es que debemos creer que existe la vida eterna, que nuestra vida no se acaba en la tierra.

Juan 14 registra que Jesús dijo que en la casa de Su Padre hay muchas moradas y que Él fue a preparar el lugar para nosotros. 

La segunda pista es que debemos transitar el camino estrecho para llegar, no la calle ancha de los placeres terrenales.

Y esto se ejemplifica en la vida que llevaron Jesús y sus seguidores: automortificación, limosna, oración constante, perdón, etc.

La pista número tres en la lista es creer que Jesús es «el camino, la verdad y la vida», Juan 14:6. 

Llegar a la creencia de que Jesús es Dios nos inicia en el camino al cielo. 

Y no tener esa fe es el pecado que nunca será perdonado.

En cuarto lugar el bautismo, porque dice Marcos 16:16 que el que crea y sea bautizado será salvo.

En quinto lugar hacer el bien, o sea hacer obras que demuestren la fe. 

antiago 2:26 dice que «la fe sin obras es muerta» y la razón por la que Jesús maldijo la higuera es que no dio frutos, Marcos 11:21.

Entonces, si quieres ir al cielo, sal al mundo e imita la vida de Cristo haciendo tantas buenas obras como puedas, por fe y amor a Jesús.

En Mateo 25 se registra quienes heredarán el reino preparado por el Padre, y menciona estos gestos, 

«tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, fui forastero y me acogiste, estuve desnudo y me vestiste, estuve enfermo y me visitaste, estuve en la cárcel y me viniste a ver».

Y para complementar esto, también la bibla habla de las obras que nos alejan de la salvación, en Gálatas 5 vemos que son, fornicación, impureza, desenfreno, idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos, ira, contiendas, disensiones, partidismos, envidia, borracheras, orgías.

La sexta pista que nos da la biblia para entrar al cielo es lo que registra Mateo 13, dice «si no os volvéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos». 

Ser como un niño no es lo mismo que ser infantil. 

Ser como un niño significa ser inocente, manso y humilde, y tener total confianza en el Padre para que lo cuide, pase lo que pase. 

Ningún niño se preocupa por el dinero, la ropa o las promociones en el trabajo; lo que Jesús está diciendo es que los infantes tienen la fe para entrar al cielo. 

Y la séptima pista es que debemos ser limpios y santos.

Porque en Apocalipsis 21 dice que nada inmundo entrará en el cielo.

Permanecer limpios en esta sociedad dominada por lo inmundo sólo puede ser logrado a través del sacramento de la confesión.

En resumen, para entrar al cielo debemos ser santos.

¿Y cuál es la mejor manera de hacerlo en la práctica?

Pon a Dios primero en tu vida.

Ten total confianza en Jesús pase lo que pase. 

Ve a misa diaria y comulga.

Reza diariamente el Rosario y la Coronilla de la Divina Misericordia, por la conversión de los pecadores y por las almas del purgatorio.

Ve a adoración y confesión con frecuencia. 

Perdona a los demás como hizo Jesús desde la cruz a sus torturadores. 

Da limosna a los pobres y ayuda a los desposeídos, aunque sea solo escuchándolos. 

Conságrate a Jesús a través del Inmaculado Corazón de María. 

Agradece a Dios por todo, incluso por tus cruces.

Sé humilde.