Jesús cura a un niño paralítico —Valtorta





(…)La multitud, la pequeña multitud reunida, prorrumpe en un griterío de alegría y de aclamaciones al Mesías, mas luego calla y se abre para dejar pasar a una madre que lleva en brazos a un niño paralítico de unos diez años. Ella lo coloca echado a 
los pies de la escalera, como si se lo ofreciera a Jesús.

-Es una criada mía. Su hijo varón se cayó el año pasado desde la terraza y se partió la columna. Toda la vida tendrá que yacer sobre la espalda - explica el dueño de la casa.Ha esperado en ti todos estos meses... - añade la dueña.

-Dile que se acerque.


Pero la pobre mujer está tan emocionada, que parece como si tuviera ella la parálisis. Tiembla toda y se le enredan los 
pies en el largo vestido al subir los altos escalones con su hijo en brazos.

María, piadosa, se pone en pie y baja hacia ella.
-Ven. No temas. Mi Hijo te quiere. Dame a tu niño. Así podrás subir mejor. Ven, hija. Yo también soy madre - y le coge el 
niño, al cual sonríe dulcemente. Y sube con el peso de esta conmovedora carga sobre sus brazos. La madre del niño la sigue, llorando.

Ya está María ante Jesús. Se arrodilla y dice:
-¡Hijo! ¡Por esta madre! 
No dice nada más.


Jesús ni siquiera solicita su consabido "¿qué deseas que te haga? ¿Crees que puedo hacerlo?". No. Hoy sonríe y dice:

-Mujer, ven aquí.

La mujer se coloca justo junto a María. Jesús le pone una mano sobre la cabeza y se limita a decir: «Alégrate». Aún no ha terminado de decir esta palabra y el niño, que hasta ahora había estado extendido como un cuerpo muerto, colgándole las piernas en brazos de María, se sienta como impulsado por un resorte y prorrumpe en un grito de alegría « ¡Mamá!», y corre a refugiarse en el pecho materno. Los gritos de hosanna parece como si quisieran penetrar en el cielo completamente rojo del atardecer.


La mujer, con su hijo apretado contra el corazón, no sabiendo qué decir, lo pregunta:

-¿Qué... qué tengo que hacer para decirte que soy feliz?


A lo que Jesús, que sigue acariciándola, contesta:
-Ser buena, amar a Dios y a tu prójimo, educar en este amor a tu hijo.
Pero la mujer no se muestra todavía satisfecha. Quisiera... quisiera... y, por fin, pide:
-Dadle un beso Tú y tu Madre a mi niño.


Jesús se inclina y lo besa, y María también. Y mientras la mujer se marcha feliz, entre las aclamaciones de un cortejo de amigos, Jesús le explica a la dueña de casa:

-No ha hecho falta más. Él estaba en los brazos de mi Madre. Incluso sin mediar palabra alguna lo habría curado, porque Ella se siente feliz cuando puede consolar una aflicción, y Yo deseo hacerla feliz.

Entonces Jesús y María se intercambian una de esas miradas cuyo significado es tan profundo, que sólo quien las ha viso las puede entender.


Primer año de la vida pública de Jesús