Somos colaboradores del Señor



Salió el sembrador a sembrar su semilla, nos dice el Señor en el Evangelio1. El campo, el camino, los espinos y los pedregales recibieron la semilla: el sembrador siembra a voleo y la simiente cae en todas partes. Con esta parábola quiso declarar el señor que Él derrama en todos su gracia con mucha generosidad. Lo mismo que el labrador no distingue la tierra que pisa con sus pies, sino que arroja natural e indistintamente su semilla, así el Señor no distingue al pobre del rico, al sabio del ignorante, al tibio del fervoroso, al valiente del cobarde. Dios siembra en todos; da a cada hombre las ayudas necesarias para su salvación.


En la oficina, en la empresa, en la farmacia, en la consulta, en el taller, en la tienda, en los hospitales, en el campo, en el teatro..., en todas partes, allí donde nos encontremos, podemos dar a conocer el mensaje del Señor. Él mismo es quien esparce la semilla en las almas y quien da a su tiempo el crecimiento. «Nosotros somos simples braceros, porque Dios es quien siembra». Somos colaboradores suyos y en su campo: Jesús, «por medio de los cristianos, prosigue su siembra divina. Cristo aprieta el trigo en sus manos llagadas, lo empapa con su sangre, lo limpia, lo purifica y lo arroja en el surco, que es el mundo», con infinita generosidad.


Nos toca preparar la tierra y sembrar en nombre del Señor de la tierra. No deberíamos desaprovechar ninguna ocasión de dar a conocer a nuestro Dios: viajes, descanso, trabajo, enfermedad, encuentros inesperados..., todo puede ser ocasión para sembrar en alguien la semilla que más tarde dará su fruto. El Señor nos envía a sembrar con largueza. No nos corresponde a nosotros hacer crecer la semilla; eso es propio del Señor5: que la semilla germine y llegue a dar los frutos deseados depende solo de Dios, de su gracia que nunca niega. Debemos recordar siempre «que los hombres no son más que instrumentos, de los que Dios se sirve para la salvación de las almas, y hay que procurar que estos instrumentos estén en buen estado para que Dios pueda utilizarlos»6. Gran responsabilidad la del que se sabe instrumento: estar en buen estado.


En todas partes cayó la semilla del sembrador: en el campo, en el camino, en los espinos, en los pedregales. «Y ¿qué razón tiene el sembrar sobre espinas, sobre piedras, sobre el camino? Tratándose de semilla y de tierra, ciertamente no tendría razón de ser, pues no es posible que la piedra se convierta en tierra, ni que el camino no sea camino, ni que las espinas dejen de ser tales; mas con las almas no es así. Porque es posible que la piedra se transforme en tierra buena, y que el camino no sea ya pisado ni permanezca abierto a todos los que pasan, sino que se torne campo fértil, y que las espinas desaparezcan y la semilla fructifique en ese terreno». No hay terrenos demasiado duros o baldíos para Dios. Nuestra oración y nuestra mortificación, si somos humildes y pacientes, pueden conseguir del Señor la gracia necesaria que transforme las condiciones interiores de las almas que queremos acercar a Dios.