Ser cónyuges ejemplares. Santidad de la familia



El cristiano no debe dejarse impresionar, a la hora de recordar el valor y la santidad del matrimonio, por las dificultades o incluso por las burlas que puede encontrar en el ambiente, de igual manera que al Señor no le importó que el clima existente en el pueblo de Israel fuese contrario a sus enseñanzas. Al defender la indisolubilidad de la institución matrimonial llevamos a cabo un bien inmenso a todos.


Jesucristo, en contra del ambiente de aquella época acerca de la institución matrimonial, le devuelve toda su dignidad originaria y la eleva al orden sobrenatural, al instituir el matrimonio como uno de los siete sacramentos que habrían de santificar a los cónyuges y la vida familiar. Y hoy, cuando en tantos ambientes se ataca la dignidad de este sacramento y sus propiedades esenciales, o tratan de ridiculizarlo con toscas parodias, es deber de los cristianos, como hiciera Jesús en su tiempo, hacer su apología y poner las bases para que la familia, unida y sólida, sea cimiento de la misma sociedad.


La familia «tiene que ser objeto de atención y de apoyo por parte de cuantos intervienen en la vida pública. Educadores, escritores, políticos y legisladores han de tener en cuenta que gran parte de los problemas sociales y aun personales tienen sus raíces en los fracasos o carencias de la vida familiar. Luchar contra la delincuencia juvenil o contra la prostitución de la mujer y favorecer al mismo tiempo el descrédito o el deterioro de la institución familiar es una ligereza y una contradicción.


»El bien de la familia en todos sus aspectos tiene que ser una de las preocupaciones fundamentales de la actuación de los cristianos en la vida pública. Desde los diversos sectores de la vida social hay que apoyar el matrimonio y la familia, facilitándoles todas aquellas ayudas de orden económico, social, educativo, político y cultural que hoy son necesarias y urgentes para que puedan seguir desempeñando en nuestra sociedad sus funciones insustituibles (cfr. Familiaris consortio, n. 45).


»Hay que advertir, sin embargo, que el papel de las familias en la vida social y política no puede ser meramente pasivo. Ellas mismas deben ser “las primeras en procurar que las leyes no solo no ofendan, sino que sostengan y defiendan positivamente los derechos y deberes de la familia” (Ibídem, n. 44), promoviendo así una verdadera “política familiar” (Ibídem)».


La ejemplaridad y la alegría de los esposos cristianos han de preceder en el apostolado con sus hijos y con otras familias a quienes tratan por razones de amistad, relaciones sociales, objetivos comunes en la educación de los hijos, etc. Esa alegría, en medio de las dificultades normales de toda familia, nace de una vida santa, de la correspondencia a la vocación matrimonial. Y los hijos, siguiendo su propia vocación, realizan un bien muy grato al Señor cuando se esfuerzan en poner todos los medios a su alcance para mantener el ambiente propio de una familia cristiana en la que todos viven las virtudes humanas y las sobrenaturales: alegría, cordialidad, sobriedad, laboriosidad, respeto mutuo...