Jesús a Sor Josefa Menéndez



Bien sabéis que desde el primer instante de mi Encarnación me sometí a todas las miserias de la naturaleza humana.

Pasé por toda clase de trabajos y de sufrimientos; desde niño sentí el frío, el hambre, el dolor, el cansancio, el peso del trabajo, de la persecución, de la pobreza.

El amor me hizo escoger una vida oscura, como un pobre obrero; más de una vez fui humillado, despreciado, tratado con desdén como hijo de un carpintero. ¡Cuántos días, después de soportar mi Padre adoptivo y Yo una jornada de rudo trabajo apenas teníamos por la noche lo necesario para el sustento! ¡Y así pasé treinta años!

Más tarde, renunciando a los cuidados de mi Madre, me dediqué a dar a conocer a mi Padre Celestial. A todos enseñé que Dios es caridad.

Pasaba haciendo bien a los cuerpos y a las almas.

A los enfermos devolvía la salud, a los muertos la vida, a las almas... ¡Oh, a las almas...! Les daba la libertad que habían perdido por el pecado y les abría las puertas de su verdadera y eterna patria, pues se acercaba el momento en que para rescatarlas el Hijo de Dios iba a dar por ellas su sangre y su vida.

Y, ¿cómo iba a morir?... ¿Rodeado de sus discípulos?... ¿Aclamado como bienhechor?... No, almas queridas; ya sabéis que el Hijo de Dios no quiso morir así. El que venía a derramar amor fue víctima del odio. El que venía a dar libertad a los hombres fue preso, maltratado, calumniado. El que venía a traerles la paz, es blanco de la guerra más encarnizada. Sólo predicó la mutua cari- dad y muere en la cruz entre ladrones. ¡Miradle pobre, desprecia- do, despojado de todo!

¡Todo lo ha dado por la salud del hombre!

Así cumplió el fin por el cual dejó voluntariamente la bienaven- turanza que gozaba al lado de su Padre. El hombre estaba enfermo y el Hijo de Dios bajó hasta él, y no sólo le devolvió la vide por su muerte, sino que le dio también fuerzas y medios con qué trabajar y adquirir la fortuna de su eterna felicidad.

¿Cómo ha correspondido el hombre a semejante favor? ¿Se ofrece, a ejemplo del servidor, a trabajar por su dueño con fidelidad y sin interés de retribución?

Preciso es distinguir las diferentes respuestas del hombre a Dios.

***

Unos me han conocido verdaderamente, y movidos a impulsos del amor, sienten vivos deseos de entregarse por completo al servicio de mi Padre, sin ningún interés personal.

Preguntando qué podrían hacer para trabajar por su Señor con más fruto, mi Padre les ha respondido: «Deja tu casa, tus bienes, déjate a ti mismo y ven; haz cuanto yo te pida.»

Otros sintieron conmoverse su corazón ante lo que el Hijo de Dios ha hecho por salvarlos y, llenos de buena voluntad se presentan a El, buscando cómo podrán publicar la bondad de su Señor y, sin abandonar sus propios intereses, trabajar por los de Jesucristo.

A éstos mi Padre les ha dicho: Guardad la Ley que os ha dado vuestro Dios y Señor. Guardad mis Mandamientos y, sin desviaros a derecha ni a izquierda, vivid en la paz de mis fieles servidores.

Otros no han comprendido el amor con que su Dios los ama: no les falta buena voluntad; viven bajo la ley, pero sin amor; siguen la inclinación natural hacia el bien, que la gracia depositó en el fondo de su corazón.

No son servidores voluntarios, pues que no se presentaron nunca a recibir las órdenes de su Señor; pero como no tienen mala voluntad, les basta, a veces, una invitación para prestarse gustosos a los servicios que se les pide.

Otros, en fin, movidos más por interés que por amor, ejecutan lo estrictamente necesario para merecer, al fin de la vida, la recompensa de sus trabajos.

Pero... ¿Se han presentado todos los hombres para ofrecerse al servicio de su Dios y Señor?... ¿Han conocido todos el amor inmenso que tiene hacia ellos? ¿Saben agradecer cuanto Jesucristo les ha dado? ¡Ah!, muchos lo ignoran; muchos, conociéndolo, la desprecian.

A todos Jesucristo va a decirles una palabra de amor.


Un llamamiento al Amor. Jesús a Sor Josefa Menéndez