Jesús resucitado se aparece a varios niños —Valtorta




III. A los niños de Yuttá con su mamá Sara.

Es el huerto de la casa de Sara. Los niños juegan bajo los frondosos árboles. El más pequeño se revuelca junto a una tupida hilera de vides; los otros, más mayores, corren unos tras otros con gritos de golondrinas festivas, jugando a esconderse tras los setos y las vides y a descubrirse.

Jesús se aparece junto al pequeñuelo a quien dio el nombre. ¡Oh, santa sencillez de los inocentes! Iesaí no se asombra al verlo ahí de repente, sino que tiende a Él sus bracitos para que Jesús lo suba en brazos, y Jesús lo hace: la máxima naturalidad en el acto de ambos.

Acuden presurosos, los otros y -también aquí se ve esa sencillez gozosa de los niños-, sin expresiones de asombro, se acercan a Él felices. Parece como si para ellos nada hubiera cambiado. Quizás no saben lo que ha sucedido. Pero, después de la caricia de Jesús a cada uno de ellos, María, la más grandecita y de juicio más maduro, dice: -Entonces, ahora que has resucitado, ¿ya no sufres, Señor? ¡He sufrido mucho!...

-Ya no sufro. He venido a bendeciros antes de subir al Cielo, al Padre mío y vuestro. Pero desde allí seguiré bendiciéndoos siempre, si sois siempre buenos. Decid a los que me quieren que os he dejado hoy a vosotros mi bendición. Recordad este día.

-¿No entras en casa? Está nuestra mamá. A nosotros no nos creerán - dice María. Pero su hermano no pregunta. Grita:

-¡Mamá! ¡Mamá! ¡El Señor está aquí!... - y, corriendo hacia la casa, repite ese grito.

Sara, presurosa, sale, se asoma... a tiempo de ver a Jesús, hermosísimo en el linde del huerto, anulándose en la luz que lo absorbe...

-¡El Señor! ¿Pero por qué no me habéis llamado antes?... - dice Sara en cuanto puede hablar.
-¿Pero cuándo? ¿Por dónde ha venido? ¿Estaba solo? ¡Qué calamidades que sois!
-Lo hemos encontrado aquí. Un minuto antes no estaba... Por el camino no ha venido, ni tampoco por el huerto. Y tenía 
en brazos a Iesaí... y nos ha dicho que había venido a bendecirnos y a darnos la bendición para los que lo quieren de Yuttá, y que recordemos este día. Ahora va al Cielo. Pero nos querrá si somos buenos. ¡Qué guapo estaba! Tenía las manos heridas. Pero ya no le hacen daño. También los pies estaban heridos. Los he visto entre la hierba. Esa flor de ahí tocaba justo la herida de un pie. Voy a cogerla... - hablan todos al tiempo, encendidos de emoción. Hasta sudan con la ansiedad de hablar.

Sara los acaricia susurrando:

-¡Dios es grande! Vamos. Venid. Vamos a decírselo a todos. Hablad vosotros, que sois inocentes. Vosotros podéis hablar de Dios.

IV Al jovencito Yaia, en Pel.la.

El jovencito está trabajando con ardor en cargar un carrito de verduras (recogidas en un huerto cercano). El burrito golpea con su casco en el suelo duro del camino campestre.

Al volverse para coger un canasto de lechugas, ve a Jesús, que le sonríe. Deja caer el cesto al suelo y se arrodilla; se restriega los ojos, incrédulo de lo que ve, y susurra:

-¡Altísimo, no me pongas ante un espejismo; no permitas, Señor, que me engañe Satanás con falsas imágenes seductoras! ¡Mi Señor está bien muerto! Y fue sepultado y ahora dicen que robaron el cadáver. ¡Piedad, Señor altísimo! Muéstrame la verdad.

-Yo soy la Verdad, Yaia. Yo soy la Luz del mundo. Mírame. Veme. Por esto te devolví la vista, para que pudieras dar testimonio de mi poder y de mi Resurrección.

-¡Oh, es realmente el Señor! ¡Eres Tú! ¡Sí! ¡Tú eres Jesús!
Se arrastra de rodillas para besarle los pies.
-Dirás que me has visto y que has hablado conmigo, y que estoy bien vivo. Dirás que me has visto hoy. La paz a ti y mi 
bendición.

Yaia está otra vez solo. Feliz. Se olvida del carrito y de las verduras. En vano el burro patea inquieto el camino y rebuzna protestando por la espera... Yaia está en éxtasis.

Una mujer sale de la casa cercana al huerto y lo ve allí, pálido de emoción y con un rostro ausente. Grita:
-¡Yaia! ¿Qué te pasa? ¿Qué te ha sucedido?
Se acerca a él, lo zarandea, le hace volver a este mundo...
-¡El Señor! ¡He visto al Señor resucitado! Le he besado los pies y le he visto las llagas. Han mentido. Era realmente Dios y 
ha resucitado. Yo tenía miedo de que fuera un engaño. ¡Pero es Él! ¡Es El!

La mujer tiembla por un escalofrío de emoción y susurra:
-¿Estás completamente seguro?
-Tú eres buena, mujer. Por amor a Él nos has aceptado como criados, a mí y a mi madre. ¡No quieras no creer!...
-Si tú estás seguro, creo. ¿Pero era verdaderamente de carne y hueso? ¿Estaba caliente? ¿Respiraba? ¿Hablaba? ¿Tenía 
verdaderamente voz o sólo te lo ha parecido?

-Estoy seguro. Su carne tenía el calor de la carne viva. Era una voz verdadera. Era respiración. Hermoso como Dios, pero Hombre como yo y como tú. Vamos, vamos a decírselo a los que sufren o dudan.