Jesús nos poda para que demos más fruto





Todo sarmiento que en mí no da fruto lo corta, y todo el que da fruto lo poda para que dé más fruto.

El cristiano que rompe con los canales por los que le llega la gracia –la oración y los sacramentos– se queda sin alimento para su alma, y «esta acaba muriendo a manos del pecado mortal, porque sus reservas se agotan y llega un momento en que ni siquiera es necesaria una fuerte tentación para caer: se cae él solo porque carece de fuerzas para mantenerse de pie. Se muere porque se le acaba la vida. Pero si los canales de la gracia no están expeditos porque una montaña de desgana, negligencia, pereza, comodidad, respetos humanos, influencias del ambiente, prisas y otros quehaceres (...) los obstruye, entonces la vida del alma va languideciendo y uno malvive hasta que acaba por morir. Y, desde luego, su esterilidad es total, porque no da fruto alguno».


La voluntad del Señor, sin embargo, es que demos fruto y lo demos en abundancia. Por eso poda al sarmiento para que dé más fruto. Y dice Jesús a continuación: Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado. El Señor ha utilizado el mismo verbo para hablar de la poda de los sarmientos y de la limpieza de sus discípulos. Al pie de la letra habría que traducir: «A todo el que da fruto lo limpia para que dé más fruto».

Hemos de decirle con sinceridad al Señor que estamos dispuestos a dejar que arranque todo lo que en nosotros es un obstáculo a su acción: defectos del carácter, apegamientos a nuestro criterio o a los bienes materiales, respetos humanos, detalles de comodidad o de sensualidad... Aunque nos cueste, estamos decididos a dejarnos limpiar de todo ese peso muerto, porque queremos dar más fruto de santidad y de apostolado.

El Señor nos limpia y purifica de muchas maneras. En ocasiones permitiendo fracasos, enfermedades, difamaciones... «¿No has oído de labios del Maestro la parábola de la vid y los sarmientos? —Consuélate: te exige, porque eres sarmiento que da fruto... Y te poda, “ut fructum plus afferas” —para que des más fruto.

»¡Claro!: duele ese cortar, ese arrancar. Pero, luego, ¡qué lozanía en los frutos, qué madurez en las obras!».


También ha querido el Señor que tengamos muy a mano el sacramento de la Penitencia, para que purifiquemos nuestras frecuentes faltas y pecados. La recepción frecuente de este sacramento, con verdadero dolor de los pecados, está muy relacionada con esa limpieza de alma necesaria para todo apostolado.