Medios que facilitan la actividad de este don




Este don de consejo es particularmente necesario a quienes tienen la misión de orientar y guiar a otras almas. Santo Tomás enseña que «todo buen consejo acerca de la salvación de los hombres viene del Espíritu Santo. Los consejos de la dirección espiritual –por los que tantas veces y de modo tan claro nos habla el Espíritu Santo– debemos recibirlos con la alegría de quien descubre una vez más el camino, con agradecimiento a Dios y a quien hace sus veces, y con el propósito eficaz de llevarlos a la práctica. En ocasiones estos consejos tienen particulares resonancias en el alma de quien las recibe, promovidas directamente por el Espíritu Santo.


El don de consejo es necesario para la vida diaria, tanto para los propios asuntos como para aconsejar a nuestros amigos en su vida espiritual y humana. Este don corresponde a la bienaventuranza de los misericordiosos8, pues «hay que ser misericordiosos para saber dar discretamente un consejo saludable a quienes de él tienen necesidad; un consejo provechoso, que lejos de desalentarles les anime con fuerza y suavidad al mismo tiempo».


Hoy pedimos al Espíritu Santo que nos conceda ser dóciles a sus inspiraciones, pues el mayor obstáculo para que el don de consejo arraigue en nuestra alma es el apegamiento al juicio propio, el no saber ceder, la falta de humildad y la precipitación en el obrar. Facilitaremos la acción de este don, si nos acostumbramos a llevar a la oración las decisiones importantes de nuestra vida: «no tomes una decisión sin detenerte a considerar el asunto delante de Dios»; si procuramos despegarnos del propio criterio: «no desaproveches la ocasión de rendir tu propio juicio», aconseja San Josemaría Escrivá; si somos completamente sinceros a la hora de pedir un consejo en la dirección espiritual, o a la hora de hacer una consulta moral en algún asunto que nos afecta muy directamente: de ética profesional, o para valorar si Dios pide más generosidad para formar una familia numerosa... Si somos humildes, si reconocemos nuestras limitaciones, sentiremos la necesidad, en determinadas circunstancias, de acudir a un consejero. Entonces no acudiremos a uno cualquiera, «sino a uno capacitado y animado por nuestros mismos deseos sinceros de amar a Dios, de seguirle fielmente. No basta solicitar un parecer; hemos de dirigirnos a quien pueda dárnoslo desinteresado y recto (...). En nuestra vida encontramos compañeros ponderados, que son objetivos, que no se apasionan inclinando la balanza hacia el lado que les conviene. De esas personas, casi instintivamente, nos fiamos; porque, sin presunción y sin ruidos de alharacas, proceden siempre bien, con rectitud».

El que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Si procuramos seguir al Señor cada día de nuestra vida, no nos faltará la luz del Espíritu Santo en todas las circunstancias. Si tenemos rectitud de intención, no permitirá Él que caigamos en el error. Nuestra Madre del Buen Consejo nos conseguirá las gracias necesarias, si acudimos a Ella con la humildad del que sabe que por sí solo tropezará y tomará frecuentemente sendas equivocadas.



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