Unión con Cristo


Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí.

En el trato personal con Jesucristo nos disponemos y aprendemos a ser eficaces, a comprender, a estar alegres, a querer de verdad a los demás y a llevarlos más cerca de Dios; a ser buenos cristianos, en definitiva. «Por tanto –comenta San Agustín–, todos nosotros, unidos a Cristo nuestra Cabeza, somos fuertes, pero separados de nuestra Cabeza no valemos para nada (...). Porque unidos a nuestra cabeza somos vid; sin nuestra cabeza (...) somos sarmientos cortados, destinados no al uso de los agricultores, sino al fuego. De aquí que Cristo diga en el Evangelio: Sin mí no podéis hacer nada. ¡Oh Señor! Sin ti nada, contigo todo (...). Sin nosotros Él puede mucho o, mejor, todo; nosotros sin Él nada».


Son muy diversos los frutos que el Señor espera de nosotros. Pero todo sería inútil, como el intentar recoger buenos racimos de un sarmiento que quedó desgajado de la cepa, si no tenemos vida de oración, si no estamos unidos al Señor. «Mirad esos sarmientos repletos, porque participan de la savia del tronco: solo así se han podido convertir en pulpa dulce y madura, que colmará de alegría la vista y el corazón de la gente (Cfr. Sal 103, 15), aquellos minúsculos brotes de unos meses antes. En el suelo quedan quizá unos palitroques sueltos, medio enterrados. Eran sarmientos también, pero secos, agostados. Son el símbolo más gráfico de la esterilidad».


La vida de unión con el Señor trasciende el ámbito personal y se manifiesta en el modo de trabajar, en el trato con los demás, en las atenciones con la familia..., en todo. De esa unidad con el Señor brota la riqueza apostólica, pues «el apostolado, cualquiera que sea, es una sobreabundancia de la vida interior». Ya que Cristo es «la fuente y origen de todo apostolado de la Iglesia, es evidente que la fecundidad del apostolado de los laicos depende de la unión vital que tengan con Cristo. Lo afirma el Señor: El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. Esta vida de unión íntima con Cristo en la Iglesia se nutre con los auxilios espirituales comunes a todos los fieles... Los laicos deben servirse de estos auxilios de tal forma que, al cumplir debidamente sus obligaciones en medio del mundo, en las circunstancias ordinarias de la vida, no separen la unión con Cristo de su vida privada, sino que crezcan intensamente en esa unión, realizando sus tareas en conformidad con la Voluntad de Dios.


En todas las facetas de la vida pasa lo mismo: «nadie da lo que no tiene». Solo del árbol bueno se pueden recoger frutos buenos. «Los sarmientos de la vid son de lo más despreciable si no están unidos a la cepa; y de lo más noble si lo están (...). Si se cortan no sirven de nada, ni para el viñador ni para el carpintero. Para los sarmientos una de dos: o la vid o el fuego. Si no están en la vid, van al fuego; para no ir al fuego, que estén unidos a la vid».


¿Estamos dando los frutos que el Señor esperaba de nosotros? A través de nuestro trato, ¿se han acercado nuestros amigos a Dios? ¿Hemos facilitado que alguno de ellos se encamine al sacramento de la Confesión? ¿Damos frutos de paz y de alegría en medio de quienes más tratamos cada día? Son preguntas que nos podrían ayudar a concretar algún propósito antes de terminar nuestra oración. Y lo hacemos junto a María, que nos dice: Como vid eché hermosos sarmientos, y mis flores dieron sabrosos y ricos frutos. El que me halla a mí, halla la vida y alcanzará el favor de Yahvé. Ella es el camino corto por el que llegamos a Jesús, que nos llena de su vida divina.