Convertir los días de la vida en una ofrenda a Dios



Con Jesucristo se cumplirá lo que había sido anunciado: por la muerte de uno solo podrán salvarse todos5. El misterio de la solidaridad humana alcanza en Cristo una plenitud insospechada. Nada ha sido ni será jamás, con una distancia infinita, tan agradable a Dios como el ofrecimiento –el holocausto– que Jesús hizo de su vida por la salvación de todos, y que culminó en el Calvario: «para que se diese en la tierra, en un alma humana, un acto de amor de Dios de valor infinito, era necesario que esa alma humana fuera la de una Persona divina. Tal fue el alma del Verbo hecho carne: su acto de amor tomaba en la Persona divina del Verbo un valor infinito para satisfacer y para merecer»


Enseña Santo Tomás de Aquino que Jesucristo ofreció a Dios más de lo que exigiría la justa compensación de la ofensa inferida por todo el género humano. Y esto se cumplió: por la grandeza del amor con que padecía; por la dignidad de la Vida que entregaba en satisfacción por todos, pues era la vida del Dios-Hombre; por la enormidad del dolor que padeció.... «Mayor fue la caridad de Cristo paciente que la malicia de los que le crucificaron, y por eso pudo Cristo satisfacer más con su Pasión que ofender los que le crucificaron dándole muerte, hasta tal punto que la Pasión de Cristo fue suficiente y sobreabundante por los pecados de los que le crucificaron», y por los de todos los hombres de todos los tiempos, tanto los personales como el pecado original de todas las almas, «como si un médico preparara una medicina con la que pueden curarse cualesquiera enfermedades aun en el futuro».


Jesucristo ha dado plena satisfacción al amor eterno del Padre. Así lo ha enseñado siempre la Iglesia. El amor de Cristo muriendo por nosotros en la Cruz agradaba a Dios más de lo que pueden desagradarle todos los pecados de todos los hombres juntos. Y en la medida en que vamos identificando nuestra voluntad con la del Señor, nos apropiamos los méritos de Cristo. ¡Reparamos a Dios haciendo nuestros el amor y los méritos de su Hijo! Aquí se fundamenta el valor incomparable que un solo hombre santo tiene para Dios. Aunque son muchos los pecados que se cometen cada día, ¡hay también muchas almas que, pese a sus miserias, desean agradar a Dios con todas sus fuerzas!


No importa si nuestra vida no tiene una gran resonancia externa; lo que importa es nuestra decisión de ser fieles, al convertir los días de la vida en una ofrenda a Dios. Quien sabe mirar a su Padre Dios, quien le trata con la confianza y amistad de Abrahán, no cae en el pesimismo, aunque el empeño constante por servir al Señor no dé resultados externos de los que uno pueda ufanarse. ¡Qué engaño tan grande cuando el diablo intenta que el alma se llene de pesimismo ante resultados aparentemente escasos, y, en cambio, el Señor está contento, a veces muy contento, por la lucha diaria puesta, por el recomenzar continuo!


«“Nam, et si ambulavero in medio umbrae mortis, non timebo mala” –aunque anduviere en medio de las sombras de la muerte, no tendré temor alguno. Ni mis miserias, ni las tentaciones del enemigo han de preocuparme, “quoniam tu me cum es”– porque el Señor está conmigo». Siempre has estado presente en mi vida, Señor.