Siempre ''fiat'' a los deseos de Dios —Valtorta



(
)Es generosidad ofrecerse víctimas por el mundo. Es una gran generosidad porque os hace semejantes a mi Jesús, Víctima inocente, santa, consumida por el amor. Pero existe aún una generosidad mayor: la generosidad heroica en la heroicidad general.

Dios, grande de una manera inconcebible para vosotros, compensa con ríos de delicias a las almas generosas. Se comunica a ellas con contactos espirituales. Da luces que son palabras y palabras que son luces. Da vitalidad que es descanso y descanso en su Corazón que es vitalidad. Se hace soporte del alma generosa y se une a la misma cuando ve que la generosidad de la criatura ha sido tan violenta que no ha medido las fuerzas, de modo que la criatura se doble, como mi Hijo, bajo un peso exorbitante que no rechaza, pero que pide que se le levante tan sólo un momento para poder realzarse y continuar, hasta la cumbre, porque sabe que alcanzará la alegría en el sacrificio total.

Pues bien, la heroicidad de las heroicidades en el sacrificio es cuando una criatura impulsa su amor a saber ser generosa incluso renunciando a este consuelo de recibir la ayuda y la presencia sensible de Dios.

María (a María Valtorta), yo lo he sentido. Yo sé. Yo te puedo instruir en esta ciencia del sacrificio. Porque ésta ya no es simple instrucción, es Ciencia. Quien llega a este punto ya no es un escolar: es un docente en la ciencia más difícil: saber renunciar no sólo a la libertad, a la salud, a la maternidad, al amor humano, sino saber renunciar al consuelo de Dios que hace soportables todas las renuncias, y más aún, las hace dulces y deseadas. Entonces se bebe el amargor que bebió mi Hijo y se conoce la soledad que ciñó mi Corazón desde la mañana de la Ascensión hasta mi Asunción. Es la perfección del sufrimiento. Y sin embargo, María, yo era feliz en mi sufrir. No había egoísmo en mí, sino sólo encendida caridad.

Al igual que había sabido, gradualmente, cumplir todas las ofrendas y separaciones, teniendo siempre presente en el espíritu que la ofrenda y la separación que lo traspasaban cumplían la voluntad y aumentaban la gloria de Dios, mi Señor, y el irme separando progresivamente de mi Hijo para su preparación a la misión, para su predicación, para su captura, para su muerte, para su sepultura -cosas de las que conocía su breve duración- así supe sonreír y bendecirle, sin tomar en cuenta las lágrimas del corazón, en el primer amanecer del cuadragésimo día de su vida gloriosa cuando, sin testigos como en la mañana de la Resurrección, Él vino a darme su beso antes de ascender al Cielo.

Yo, Madre, perdía al Hijo que me daba con su presencia una alegría inefable. Pero yo, su primera creyente, sabía que finalizaba para Él la permanencia en el mundo enemigo que, aunque ya no podía dañarle, porque ya no podían alcanzarle las insidias del hombre, no dejaba por ello de serle hostil.

Que se abrieran los Cielos para acoger en la gloria al Hijo que volvía al Padre después del dolor. Que el Amor trinitario volviera reunirse sin más necesidad de la separación. Que me faltase la luz y la respiración porque el mundo ya no estaba habitado por mi Jesús y ya su aliento no estaba en el aire para santificarlo. Pero que Él, tras haber sido "Hijo del hombre", volviese a ser "Hijo de Dios" revestido de su gloria divina para siempre. Mi último "¡Fiat!" no fue menos inmediato ni generoso que el de Nazaret.

Siempre ''fiat'' a los deseos de Dios. Ya venga a nosotros para hacerse parte nuestra, ya se separe para subir a prepararnos la morada en su Reino. Circundarlo de amor cuando está con nosotros, vivir de amor mirando allí donde se encuentra Él, para recordarle que su sierva le ama y espera su sonrisa de invitación para morir en un arrebato de alegría, que es inicio luminoso del resplandeciente, eterno día del Paraíso. Tras haberlo acogido, servido, escuchado mientras que está con nosotros, vivir sin disminuir ni un grado en el amor porque Él ya no está visiblemente presente.

Ofrendar esta renuncia por su gloria y por los hermanos. Para que nuestra soledad se transforme en su divina compañía, y el silencio, que ahora es nuestro penar, se transforme en Palabra para muchos que necesitan ser evangelizados por el Verbo.

Nosotros tenemos los recuerdos, María. Otros no tienen nada. Nosotros tenemos la certeza de que Él trabaja para prepararnos la morada. Otros miran al tiempo como un río cuya desembocadura es la nada. Digo "nosotros" porque te uno a mis pensamientos de en- tonces.

Demos, da -y contigo los generosos que quieren alcanzar las cimas de la generosidad- también esta renuncia si se te solicita, para que tu tesoro sea el tesoro de muchos otros y los indigentes del espíritu sean revestidos de esa Luz, los analfabetos de espíritu de esa Ciencia porque, una vez infundidas ya no dejan de estar vivas y activas, y que la Bondad ha concedido a sus predilectos para convertirlos en sus elegidos».


Cuadernos Valtorta 1943, 14 diciembre