Dios vive en medio de nosotros



 A lo largo del Antiguo Testamento había revelado Dios la intención de habitar perennemente entre los hombres. La llamada Tienda de la reunión fue como el primer templo de Dios en el desierto, y allí se posaba una nube que era símbolo de la gloria de Dios y de su presencia: Entonces la nube cubrió la tienda del encuentro y la gloria del Señor llenó el santuario. Esta nube era el signo de la presencia divina.


Más tarde, el Templo de Jerusalén sería el lugar en el que los israelitas encontraban a Dios; el lugar que añoraban en el destierro, recordando cuando iban a la casa de Dios con cantos de alegría y de alabanza: ¡Qué deseables son tus moradas, // Señor de los ejércitos! // Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne exultan por el Dios vivo4. Estar lejos del suntuario era estar privados de toda felicidad verdadera: Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo iré a ver el rostro de Dios?5.


Llegada la plenitud de los tiempos, el Verbo se hizo carne. En el momento de la Encarnación el poder del Altísimo cubre con su sombra a Nuestra Señora6; es la expresión de la omnipotencia de Dios. Y después de descender el Espíritu Santo sobre María, la Virgen queda constituida en el nuevo Tabernáculo de Dios: el Verbo de Dios habitó entre nosotros. La palabra griega que emplea San Juan correspondiente a habitar «significa etimológicamente “plantar la tienda de campaña” y, de ahí, habitar en un lugar. El lector atento de la Escritura recuerda espontáneamente el tabernáculo de los tiempos de la salida de Egipto, en el que Yahvé mostraba su presencia en medio del pueblo de Israel mediante ciertos signos de su gloria, como la nube posada sobre la tienda. En multitud de pasajes del Antiguo Testamento se anuncia que Dios habitará en medio del pueblo (cfr. p. ej. Jer 7, 3). A las señales de la presencia de Dios primero en la Tienda del santuario peregrinante en el desierto y después en el Templo de Jerusalén, sigue la prodigiosa presencia de Dios entre nosotros: Jesús, perfecto Dios y perfecto hombre, en quien se cumple la antigua promesa más allá de lo que los hombres podían esperar. También la promesa hecha por medio de Isaías acerca del Enmanuel o “Dios con nosotros” (Is 7, 14) se cumple plenamente en este habitar del Hijo de Dios Encarnado entre los hombres»8. Desde entonces podemos decir con total exactitud que Dios vive entre nosotros. Cada día podemos estar junto a Él en una cercanía como jamás hombre alguno pudo soñar. ¡Qué cerca estamos del Señor! ¡Dios está con nosotros!