Junto al sagrario aprendemos a amar

 

Ha sido constante la práctica de la Iglesia de adorar a Cristo presente en el Tabernáculo. Si los israelitas tenían tanta reverencia por aquella Tienda del encuentro en el desierto, y más tarde por el Templo de Jerusalén, que eran figuras anticipadoras o imágenes de la realidad, ¿cómo no vamos nosotros a honrar a Cristo, que se ha quedado con nosotros para siempre en el Sagrario? En los primeros siglos de la Iglesia, la razón principal para guardar las Sagradas Especies era prestar asistencia a aquellos que se veían impedidos para asistir a la Santa Misa, especialmente los enfermos y moribundos, y los encarcelados a causa de la fe. El Sacramento del Señor era llevado con unción y fervor para que también ellos pudieran comulgar. Más tarde, la fe viva en la presencia de Cristo llevó no solamente a visitar con frecuencia el lugar donde se reservaba, sino que originó el culto al Santísimo Sacramento. La autoridad de la Iglesia lo ha ratificado y enriquecido constantemente: «los cristianos –declaraba el Concilio de Trento– tributan a este Santísimo Sacramento, al adorarlo, el culto de latría que se debe al Dios verdadero, según la costumbre siempre aceptada de la Iglesia católica».


En el siglo xiii, Santo Tomás compuso un himno eucarístico que, de una manera fiel y piadosa, contiene la fe de la Iglesia. Nosotros podemos hacerlo nuestro en muchas ocasiones para alimentar nuestra piedad y honrar a Jesús Sacramentado: Adoro te devote latens deitas... Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias. A ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte; acato con humildad y agradecimiento –deslumbrado ante el poder de Dios, pasmado por su misericordia– todo lo que nos enseña la fe. Dios mismo se entrega, inerme, en nuestras manos: ¡qué gran lección para mi soberbia! Y, con la confianza que se acrecienta al tenerle ahí, tan cerca, pedimos al Señor su gracia para someter nuestro yo a su Voluntad...


Junto al Sagrario aprendemos a amar; allí encontramos las fuerzas necesarias para ser fieles, el consuelo en momentos de dolor. Él nos espera siempre y se alegra cuando estamos –aunque sea un tiempo corto– junto a Él. En el Sagrario Jesús espera a los hombres maltratados tantas veces por las asperezas de la vida, y los conforta con el calor de su comprensión y de su amor. Junto al Sagrario cobran diariamente su más plena actualidad aquellas palabras del Señor: Venid a Mí, todos los que andáis fatigados y cargados, que Yo os aliviaré. No dejemos de visitarlo. Él nos espera, y son muchos los bienes que nos tiene reservados.



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