Jesús a María Valtorta: ser confidentes confiados




28 de julio

Dice Jesús:

«No hace mucho tiempo que te he dicho que me ayudes a salvarles, a los culpables del último pecado. Pero tú no has entendido lo que quería decir. Has orado.

Esto me basta porque, en verdad, sólo para Mí es necesario entenderlo todo. Pero para vosotros, hijos míos, no es necesaria la revelación absoluta. Todo lo que os digo es un don al que no tenéis derecho, un don espontáneo del Padre a sus más amados, porque mi Corazón ama haceros mis confidencias, tomaros de la mano e introduciros en el secreto del Rey. Pero no debéis pretenderlo. Es tan hermoso ser confidentes de un Dios, pero también es tan hermoso y santo ser hijitos, total y ciegamente abandonados en el Padre que actúa por su cuenta y los hijos se dejan conducir sin querer saber a donde les conduce el Padre.

Estad seguros, ¡oh hijos!, de que Yo os guío por los caminos del Bien. Vuestro Padre sólo quiere vuestro bien.

Para la alegría de mi Corazón se necesita tanto de los confidentes como de los confiados, y es suma perfección ser, además, "confidentes confiados". Entonces sois discípulos, capaces ya de actuar en nombre del Maestro, y niños que se dejan conducir por el Padre. Sois, entonces, mi consuelo y mi alegría.

¡Es tan difícil para Mí encontrar almas de discípulos en un mundo como el vuestro! ¡Y aún más difícil es encontrar, incluso entre los niños, almas de niños! Tanto os ha corrompido el aliento de la Bestia que ha matado la sencillez, la confianza, la inocencia, en la que Yo descansaba, incluso en las almas de los niños.

Ayer no te dije nada, María, y tú estabas perdida como quien ha perdido el camino. Pero Yo no soy sólo tu Maestro, soy tu Médico y curo no sólo el espíritu sino también tu carne.

Ayer vi que estabas demasiado cansada y callé, reservando para hoy muchas palabras para ti. No quiero que mi pequeño portavoz se rompa por un esfuerzo superior a sus fuerzas. Hoy hablo por ayer y por hoy.

Tú has orado, ofrendado y sufrido según mi deseo de impedir que se cumpliera la última culpa. Y lo has logrado, aunque tú pensaras una cosa y en realidad "la última culpa" fuera otra. Había inspirado en las mejores almas muchos deseos de orar y sufrir por esta finalidad, porque se necesitaba mucho, mucho, mucho esfuerzo para vencer el peligro. Y todavía se necesita mucho, mucho, mucho esfuerzo para llevar esto a fin sin degeneraciones peores que el primer mal.

Ayer, el único signo de que estaba contigo para serte Luz y Voz, fue guiarte la mano al abrir el Libro por las páginas que, a distancia de siglos, hablan de ahora. Las leeremos juntos y Yo te las comentaré. Pero, desde ayer, has entendido que en ellas estaba "el hoy".

Un gran mal ha sido impedido, María, un gran mal. He tenido piedad por vosotros, pueblo que tenéis por corazón a Roma cristiana. Pero, ahora más que nunca, hay que rezar y sufrir mucho, María, y hacer rezar, y sufrir, si fuera posible -pero es más difícil porque son muy pocos los héroes del sufrimiento- para que el ''gran mal" vencido no germine, como planta maligna, en mil pequeños males que acabarían formando un bosque maldito en el que todos pereceríais con horror inimaginable.

He tenido piedad de vosotros. Pero ¡ay de vosotros si, a esta piedad arrancada a la Justicia, por instancia de mis oraciones, de mi Madre, de los Protectores y de las víctimas, vosotros, oh pueblo mío, respondierais con acciones que os hicieran desmerecer mi gracia! ¡Ay si a la única gran "auto idolatría" sucediese la pequeña y numerosa "auto idolatría"!

Uno sólo es Dios, y soy Yo, y no existe otro Dios fuera de Mí. Esto hay que recordarlo. Dios es paciente, pero no es, en su infinita paciencia, culpable hacia Sí mismo. Y sería culpable si llevara su paciencia, hasta no intervenir y decir: "Basta", hasta una indiferencia por el respeto de Sí mismo.

Por un ídolo caído no alcéis tantos pequeños ídolos, todos adornados con los mismos signos satánicos de lujuria, soberbia, fraude, prepotencia y parecidos.

Si sois buenos os salvaré hasta el fondo. Os lo prometo, y es promesa de un Dios. 'Y, en mi Inteligencia a la que nada está oculto -ni siquiera el delito más secreto, ni el movimiento humano más insignificante- no pretendo que todo un pueblo sea perfecto. Sé que si debiera premiaros cuando todos hubierais alcanzado la Bondad no os premiaría nunca, pero entiendo que aunque sea inevitable que alguno peque, la masa debe ser tal como para imponer a los Jefes una conducta digna de mi premio. Porque, recordadlo siempre, los Jefes cometen los Pecados, pero es la masa la que, con sus pecados menores, lleva a los Jefes al gran Pecar.

Y por ahora basta, alma mía. Más tarde releeremos juntos Isaías y, como en la sinagoga y en el Templo, Yo te lo comentaré».