El defecto dominante




 Dios concedió a San Juan una particular profundidad y finura en la caridad, tanto en su vida –¡el Señor lo destinó para que se hiciera cargo de su Madre!– como en sus enseñanzas. Él escribió, movido por el Espíritu Santo, estas palabras llenas de sabiduría: En esto se conocen los hijos de Dios y los hijos del diablo. El que no practica la justicia no es de Dios, y tampoco el que no ama a su hermano10. Nosotros no debemos desanimarnos por nuestros errores y flaquezas: el Señor cuenta con ellos, con el tiempo, con la gracia, y con nuestros deseos de luchar.


Para combatir con eficacia en la vida interior debemos conocer bien lo que los autores espirituales han llamado el defecto dominante, el que en cada uno tiende a prevalecer sobre los demás y, como consecuencia, se hace presente en la manera de opinar, de juzgar, de querer y de obrar. Es aquel que de alguna manera se manifiesta en lo que hacemos, queremos, pensamos: la vanidad, la pereza, la impaciencia, la falta de optimismo, la tendencia a juzgar mal... No subimos todos por el mismo camino hacia la santidad: unos han de fomentar sobre todo la fortaleza; otros, la esperanza o la alegría. «En la ciudadela de la propia vida interior, el defecto dominante es el punto débil, el lugar desguarnecido. El enemigo de las almas busca precisamente, en cada uno, ese punto débil, fácilmente vulnerable, y con facilidad lo encuentra. Por consiguiente, nosotros también debemos conocerlo». Para esto es preciso preguntarnos dónde tenemos puestos habitualmente nuestros deseos, qué es lo que más nos preocupa, lo que nos hace sufrir a menudo o lo que con frecuencia nos lleva a perder la paz o a caer en la tristeza... También está relacionado con el defecto dominante el mayor número de tentaciones que padecemos, pues es por donde el enemigo nos ve más débiles y, por eso mismo, por donde más ataca.


Para avanzar en la vida interior debemos conocer este punto flaco, y pedir con sinceridad a Dios su gracia para vencerlo: «Aparta, Señor, de mí, lo que me aparte de Ti», le repetiremos en incontables ocasiones; junto con la petición frecuente al Señor, el propósito firme de no pactar nunca con nuestros defectos, y aplicarles el examen particular, el examen breve y frecuente sobre ese defecto dominante que se pretende arrancar y sobre la virtud que se quiere adquirir: «Con el examen particular has de ir derechamente a adquirir una virtud determinada o a arrancar el defecto que te domina». En la dirección espiritual encontraremos una formidable ayuda para mantener esta lucha esperanzada hasta el final de nuestros días.

En María, nuestra Madre, encontraremos siempre la paz y el gozo para caminar hasta el Señor, pues «nuestra andadura ha de ser alegre, como la de la Virgen; pero como la de Ella, conociendo la experiencia del dolor, el cansancio del trabajo, el claroscuro de la fe.

»Marchemos de la mano de María, la llena de gracia. Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo le han colmado de dones, han hecho una criatura perfecta; es de nuestra raza y tiene por misión repartir solo cosas buenas. Más. Ella se nos ha convertido en vida, dulzura y esperanza nuestra.

»María, la Madre de Jesús, “signo de consuelo y de esperanza segura” (Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 68), marcha por la tierra Iluminando con su luz al Pueblo de Dios peregrinante.

»Ella, nuestra Madre, es el camino, la senda, el atajo para llegar al Señor. María llenará de alegría nuestras labores, nuestras tinajas, nuestros andares».



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