Acudir a la Virgen en nuestras peticiones

 


Junto a la acción de gracias continua, la petición reiterada, porque son muchas las ayudas que necesitamos, sin las cuales no podremos salir adelante. Aunque el Señor nos concede de hecho muchos dones sin que se los pidamos, ha dispuesto otorgarnos otros teniendo en cuenta la fuerza de la oración de sus hijos. Y como no sabemos cuál es la medida de oración que su insondable Providencia espera para otorgarnos esas gracias, es necesario que pidamos incansablemente: es preciso orar siempre y no desfallecer16. Y el Señor, en el Evangelio de la Misa, nos da la seguridad más plena de que serán siempre atendidas nuestras oraciones. Él mismo sale fiador con su palabra: todo lo que pidamos y sea para nuestro bien se nos concederá siempre. Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre.


Hay además una razón para ser perseverantes en la oración: cuanto más pedimos, más nos acercamos a Dios, más crece nuestra amistad con Él. En la tierra, cuando hay que pedir un favor a un poderoso se busca un lazo que nos una a él, el momento oportuno, en que se encuentre de buen ánimo... A nuestro Padre Dios siempre le encontramos dispuesto a escucharnos. ¿Hay acaso alguno entre vosotros que, pidiéndole pan un hijo suyo, le dé una piedra? ¿O si le pide un pez, le dé una culebra? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas cosas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará cosas buenas a los que se las pidan? Disponemos de todos los motivos para acudir con confianza a nuestro Dios. Nada puede quebrantar esa fe, nada puede legítimamente atenuarla.


¿Y qué tenemos que pedir? «¿Quién no tiene cosas que pedir? Señor, esa enfermedad... Señor, esta tristeza... Señor, aquella humillación que no sé soportar por tu amor... Queremos el bien, la felicidad y la alegría de las personas de nuestra casa; nos oprime el corazón la suerte de los que padecen hambre y sed de pan y de justicia; de los que experimentan la amargura de la soledad; de los que, al término de sus días, no reciben una mirada de cariño ni un gesto de ayuda.


»Pero la gran miseria que nos hace sufrir, la gran necesidad a la que queremos poner remedio es el pecado, el alejamiento de Dios, el riesgo de que las almas se pierdan para toda la eternidad».

Y tenemos además un camino que la Iglesia nos ha señalado desde siempre, para que nuestras oraciones lleguen con más prontitud ante la presencia de Dios. Este camino es la mediación de María, Madre de Dios, y Madre nuestra. Y entre las oraciones que la piedad cristiana ha dirigido a Santa María a lo largo de los siglos, el Santo Rosario, que la Iglesia nos propone como devoción particular de este mes de octubre, ha sido camino eficaz para toda petición, para toda necesidad. «No dejéis de inculcar con todo cuidado la práctica del Rosario aconsejaba Pío XI, la oración tan querida de la Virgen y tan recomendada por los Sumos Pontífices, por medio de la cual los fieles pueden cumplir de la manera más suave y eficaz el mandato del Divino Maestro: Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá». No desechemos el consejo.



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