El secreto del alma que no quiere perder a Dios -- Valtorta



Dice Jesús:

«El secreto del alma que no quiere perder a su Amor, Dios, debe ser -ya te hablé de ello 147 - permanecer siempre unida a Dios con las potencias del alma.

Hagáis lo que hagáis, tened el espíritu firme en Mí. De este modo santificaréis todas vuestras acciones haciéndolas agradables a Dios y sobrenaturalmente útiles para vosotros. Para quien sabe permanecer en Dios todo es oración, porque la unión no es otra cosa que amor, y porque el amor transforma en adoraciones gratas al Señor hasta las acciones más humildes de la vida humana.

En verdad te digo que, entre quien está muchas horas en la iglesia repitiendo palabras con el alma ausente, y quien está en su casa, en su oficina, en su negocio, en su ocupación, amándome a Mí y al prójimo por Mí, permaneciendo unido a Mí, quien reza es el segundo y es a él a quien bendigo, mientras que el primero sólo está cumpliendo un precepto hipócrita que Yo condeno y desecho.

Cuando el alma ha sabido alcanzar esta amorosa ciencia de saber permanecer con sus potencias firmes en Mí, produce actos continuos de amor. Hasta en el sueño material me ama, porque la carne se adormece y se despierta con mi Nombre y pensando en Mí, y mientras que el cuerpo descansa el alma continúa amando.

Oh! ¡santos desposorios del alma con su Dios! Vínculo espiritual que no ve el ojo humano pero que, si pudiese vedo vería un círculo de fuego que rodea a Dios y a la criatura, y aumentando el gozo de Dios aumenta la gloria de la criatura, círculo santo que en el Cielo será aureola sobre la frente glorificada.

El alma, encerrada como está en la carne, padece a veces, de rebote, los cansancios de la carne. Las tentaciones de Satanás, faltas más o menos graves -no hablo del pecado mortal, que separa violentamente al alma de su Dios, sino que hablo de las faltas más leves las cuales, en cuanto leves, tienen como consecuencia una postración del espíritu- desilusiones, dolores, acontecimientos de la vida que provocan con las otras causas, en los menos formados en la vida del espíritu, cansancios del alma.

Pero tenéis que reaccionar ante éstos. Son como esos languideceres físicos que preceden al agotamiento de la carne. ¡Ay si no se combaten desde el inicio! Pero tres veces peor si no se combaten los languideceres del espíritu que llevan al sopor espiritual y lentamente a la muerte del alma.

Dios no ama a los perezosos, no ama a quienes prefieren sus comodidades al buen Señor. Dios castiga a los que se vuelven tibios. Se retira.

Vuestro buen Dios os llama para despertaros, os ruega que le acojáis, se os muestra fatigado por haberos cercado y os pide el corazón para ampararse en él. ¿Pero no sabéis que el tabernáculo más hermoso para vuestro Señor es vuestro corazón? El buen Dios lo in- tenta todo para sacaros del sueño espiritual y de la pereza espiritual. A veces incluso trata de forzar las místicas rejas del corazón e intenta entrar. Después se retira porque sólo en escasas ocasiones recurre a la violencia. Siempre os deja libres, aunque el dejaros tales sea dolor para Él, porque ve que hacéis mal uso de la libertad.

Algunas veces, más bien casi siempre, el alma advierte la venida de su Dios, siente su intento de entrar y, dado que el alma recuerda que ha sido creada por Dios, se siente estremecer de dulzura.

Vosotros oprimís el alma, no la seguís en sus deseos, pero ella se resiste a morir en vosotros. Es la última que muere, muere después de que ha muerto la mente y ha muerto el corazón por la soberbia y la lujuria; muere sólo cuando vosotros la matáis quitándole la Luz, el Amor, la Vida, o sea Dios. Pero hasta que no está muerta, se estremece de alegría y late de amor cuando Dios se le acerca. ¡Ay de quienes no quieren secundar estos movimientos del alma! Se parecen a los enfermos que, con continuas imprudencias y desobediencias al médico, agravan cada vez más la enfermedad hasta volverla mortal.

Cuando vuestra alma se deshace de dulzura porque siente a Dios tras las rejas, seguid el movimiento del alma, dejad toda atención a la carne, poned de rodillas vuestra carne soberbia, reconoced los derechos de la reina encerrada en vosotros, de la reina que quiere seguir a su Rey y adorar la benevolencia del Rey que ha venido hasta vosotros para amar vuestra alma que teníais apartada, que ha venido para amaros, para daros la garantía de salvación también para vuestra carne, que tanto os importa pero por la que no sabéis hacer nada realmente provechoso.

Dios quiere que en la resurrección final también vuestras carnes resplandezcan de luz y de belleza sobrenatural y eterna. Resplandezcan por las obras santas cumplidas en la vida terrena, por las obras cumplidas siguiendo los impulsos del alma movida por Dios.

¡Si supierais qué enorme gracia supone cada venida de Dios Amor! Si lo comprendierais diríais a cada momento: "¡Ven, Señor Jesús! ¡Ven a guiar mi alma! Sé mi Rey y mi Maestro". Si lo supierais, señalaríais cada encuentro, cada venida, entre los días más dichosos de vuestra vida de hombres. Y en verdad ningún acontecimiento es tan dichoso como el que Yo entre con mi amor en vuestro corazón para salvaros y conduciros, más allá de la vida, a la Vida verdadera, eterna y bienaventurada.

Cuando por vuestra negligencia habéis dejado pasar de largo a vuestro Maestro, afligido por vuestra indolencia espiritual; cuando el remordimiento, grito de la conciencia que nunca calla completamente, ni siquiera en los más depravados, despierta vuestra alma que habéis aturdido en la tibieza y en la materialidad, sed diligentes en la reparación. Buscad inmediatamente a Dios.

Pensad que sin Dios se vaga por caminos de muerte hasta perecer para siempre. Pensad también que Dios es piadoso y tiene entrañas de caridad con vosotros. Él escucha inmediatamente vuestro grito que lo llama y, aunque si para vuestro castigo está escondido durante algún tiempo, no está lejos. Vosotros no le veis, pero Él está cerca de vosotros con el corazón de Padre que perdona al hijo desviado y anhela estrecharlo contra su corazón.

Buscad inmediatamente a Dios. Rebasad las guardias de ronda: las insidias que el Enemigo emplaza a lo largo del camino para impedir que un alma se le escape para refugiarse en Dios. No os importe que Satanás, envidioso y cruel, os despoje por venganza.

Es mejor para vosotros entrar desnudos de humanidad en la vida eterna, ricos tan sólo de riquezas espirituales, que acompañados a los umbrales de Dios por afectos, honores, alegrías terrenas, para ser arrojados fuera porque ya lo habéis tenido todo y no merecéis más, habiendo preferido tener este "todo", que cae y os arrastra al caer, a lo único que es necesario tener: la moneda para entrar en la Vida eterna, acumulada con fatigas, esfuerzos, paciencia espiritual, brotes santos que van granando poco a poco obedeciendo mi Ley por amor, perlas místicas adquiridas con dolor sufrido por amor, rubíes eternos creados por vuestro querer ser mis hijos, contra las voces de la naturaleza carnal, contra los escarnios y las venganzas del mundo, contra las seducciones y las iras de Satanás, queridas venciéndose a sí mismos y a los enemigos de sí mismos: sean hombres o demonios, queridas triturando la carne con tal de hacer triunfar al espíritu que quiere seguir la Voluntad de Dios, queridas hasta sudar sangre viva como Yo ante la mayor de las tentaciones, el mayor de los temores, la mayor Voluntad divina que hombre alguno haya podido sufrir.

¡Si supierais qué es un vuestro "no" dicho a las fuerzas de la carne, de los afectos, de las riquezas, de los honores, para ser fieles a Quien os ama! ¡Si supierais lo que significa estar preparados para dejarse despojar aún de las cosas queridas con tal de ser totalmente de Dios!

Ciertas privaciones, sufridas con resignación si bien no con júbilo, porque aún puede uno regocijarse con la salud inmolada según los fines de Dios, pero no puede hacerlo ante una tumba que se cierra sobre un padre, una madre, un esposo, un hijo, un hermano - también Yo he sido Hombre entre los hombres y recuerdo lo que es el no volver a oír una voz querida, el no volver a ver la casa animada por un pariente y vacía de su presencia la morada de un amigo-ciertas privaciones, sufridas con resignación tienen el valor de un martirio, María, recuérdalo. Lo tienen como lo tiene el de la vida ofrecida por el adviento de mi Reino en los corazones, las fiebres, las enfermedades padecidas porque caigan las fiebres de las almas y las enfermedades de los espíritus.

El uno y el otro martirio tendrán el premio del martirio: la estola escarlata de quienes vinieron a Mí a través de una gran tribulación, cortejo de fuego que seguirá al Cordero junto al cándido cortejo de las vírgenes, el segundo a mi derecha, el primero a mi izquierda, porque estos héroes del espíritu son verdaderamente los hijos de mi Corazón desgarrado por un martirio de amor, así como los primeros son los nacidos de María que más se parecen a la Madre y al Hijo de la Madre, son los que vivieron con aspecto de hombres y sentimientos de ángeles: más allá de la carne y de la sangre.

Buscad al Señor con todos vuestros medios, con santa audacia. Buscadlo para reparar la desidia anterior. Y una vez que lo hayáis encontrado no volváis a separaros de Él.

En Él está el Bien que no muere. En Él está la Vida y la Verdad. Si permanecéis en Él no pereceréis. Si vivís en Él no moriréis, no os equivocaréis. Como la barca que entra segura en el puerto porque su piloto la ha sabido conducir, vosotros, guiados por Cristo, entraréis en el puerto de la Paz. Os lo digo Yo, que no miento.

No os resignéis nunca, hijos que amo. Sed fieles a Mí y Yo os daré la gloria».


146 La escritora añade sobre una copia mecanografiada: Continúa comentando el Cantar 147 En los dictados del 26 de junio y del 10 de octubre

page244image1703280

Cuadernos Valtorta 1943