Humildad de María



La Virgen nos enseña el camino de la humildad. Esta virtud no consiste esencialmente en reprimir los impulsos de la soberbia, de la ambición, del egoísmo, de la vanidad..., pues Nuestra Señora no tuvo jamás ninguno de estos movimientos y fue adornada por Dios en grado eminente con esta virtud. El nombre de humildad viene del latín humus, tierra, y significa, según su etimología, inclinarse hacia la tierra. La virtud de la humildad consiste esencialmente en inclinarse ante Dios y ante todo lo que hay de Dios en las criaturas4, reconocer nuestra pequeñez e indigencia ante la grandeza del Señor. Las almas santas «sienten una alegría muy grande en anonadarse delante de Dios, y reconocer prácticamente que Él solo es grande, y que en comparación de la suya, todas las grandezas humanas están vacías de verdad, y no son sino mentira». Este anonadamiento no empequeñece, no acorta las verdaderas aspiraciones de la criatura, sino que las ennoblece y les da nuevas alas, les abre horizontes más amplios. Cuando Nuestra Señora es elegida para ser Madre de Dios, se proclama enseguida su esclava. Y en el momento en que escucha la alabanza de que es bendita entre todas las mujeres se dispone a servir a su prima Isabel. Es la llena de gracia, pero guarda en su intimidad la grandeza que le ha sido revelada. Ni siquiera a José le desvela el misterio; deja que la Providencia lo haga en el momento oportuno. Llena de una inmensa alegría canta las maravillas que le han sucedido, pero las atribuye al Todopoderoso. Ella, de su parte, solo ha ofrecido su pequeñez y su querer. «Se ignoraba a sí misma. Por eso, a sus propios ojos no contaba. No vivió pendiente de sí misma, sino pendiente de Dios, de su voluntad. Por eso podía medir el alcance de su propia bajeza, de su, a la vez, desamparada y segura condición de criatura, sintiéndose incapaz de todo, pero sostenida por Dios. La consecuencia fue el entregarse, el vivir para Dios». Nunca buscó su propia gloria, ni aparentar, ni primeros puestos en los banquetes, ni ser considerada, ni recibir halagos por ser la Madre de Jesús. Ella solo buscó la gloria de Dios.


La humildad se funda en la verdad, en la realidad; sobre todo en esta certeza: es infinita la distancia que existe entre la criatura y su Creador. Cuanto más se comprende esta distancia y el acercamiento de Dios con sus dones a la criatura, el alma, con la ayuda de la gracia, se hace más humilde y agradecida. Cuanto más elevada está una criatura más comprende este abismo; por eso la Virgen fue tan humilde. Ella, la Esclava del Señor, es hoy la reina del Universo. En Ella se cumplieron de modo eminente las palabras de Jesús al final de la parábola: el que se humilla, el que ocupa su lugar ante Dios y ante los hombres, será ensalzado. El que es humilde oye siempre a Jesús que le dice: amigo, sube más arriba. «Que sepamos ponernos al servicio de Dios sin condiciones y seremos elevados a una altura increíble; participaremos en la vida íntima de Dios, ¡seremos como dioses!, pero por el camino reglamentario: el de la humildad y la docilidad al querer de nuestro Dios y Señor».


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