Trabajar para que el mensaje divino de la salvación sea conocido



Cuando rezamos venga a nosotros tu Reino también pedimos, en relación a la Iglesia, que se dilate y propague por todo el mundo para la salvación de los hombres. Rogamos entonces por el apostolado que se realiza en toda la tierra, y nos sentimos comprometidos a poner los medios a nuestro alcance para la extensión del Reino de Dios. Porque «no es suficiente pedir con insistencia el Reino de Dios si no añadimos a nuestra petición todas aquellas cosas con que se busca y se halla», con los medios, por pequeños que sean, con las iniciativas apostólicas que podamos poner en práctica.


En un mundo que se presenta en no pocos aspectos como si hubiese vuelto al paganismo, se nos impone a todos los cristianos «la dulcísima obligación de trabajar para que el mensaje divino de la salvación sea conocido y aceptado por todos los hombres de cualquier lugar de la tierra».


La primera obligación será, de ordinario, orientar el apostolado hacia las personas que Dios ha puesto a nuestro lado, a quienes están más cerca, a los que tratamos con frecuencia. En este apostolado, del que no podemos excusarnos, está en primer lugar todo aquello que se refiere a la salvación eterna de las personas que tratamos. Esto es lo primero; inmediatamente después, hemos de preocuparnos los cristianos de ordenar realmente todo el universo hacia Cristo: la dignidad de la persona humana, los derechos de la conciencia, el respeto debido al trabajo, la preocupación por un más equitativo reparto de bienes, el sincero deseo de paz entre los pueblos, etc., es un quehacer de todos los cristianos, junto a los hombres de buena voluntad que trabajan en el mundo por estos mismos ideales.


Venga a nosotros tu Reino. Y «Jesucristo recuerda a todos: et ego, si exaltatus fuero a terra, omnia trahm ad meipsum (Jn 13, 32), si vosotros me colocáis en la cumbre de todas las actividades de la tierra, cumpliendo el deber de cada momento, siendo mi testimonio en lo que parece grande y en lo que parece pequeño, omnia traham ad meipsum, todo lo atraeré hacia mí. ¡Mi reino entre vosotros será una realidad! (...).


»A esto hemos sido llamados los cristianos, esa es nuestra tarea apostólica y el afán que nos debe comer el alma: lograr que sea realidad el reino de Cristo, que no haya más odios ni más crueldades, que extendamos en la tierra el bálsamo fuerte y pacífico del amor. Pidamos hoy a nuestro Rey que nos haga colaborar humilde y fervorosamente en el divino propósito de unir lo que está roto, de salvar lo que está perdido, de ordenar lo que el hombre ha desordenado, de llevar a su fin lo que se descarría, de reconstruir la concordia de todo lo creado». Comencemos, como siempre, por lo pequeño, por lo que está a nuestro alcance en la convivencia normal de todos los días.