Luz Amparo, sobre el Cielo



EL CIELO

Respecto al Cielo Luz Amparo nos dice: “Es algo tan grande que no se pueden expresar las grandezas que hay en el Cielo con palabras.

Cuando uno cierra los ojos por última vez y el corazón deja de latir, el alma tiene una tendencia natural a ir a Dios porque Él la creó, la tuvo en sus manos. Si está en gracia de Dios y el alma llega a Dios su creador, se encuentra el amor con el Amor.

Pero cuando el hombre está en pecado no puede llegar a ver a Dios, porque es la muerte la que le acompaña. Tiene el alma muerta por el pecado. No puede encontrarse con Dios el desamor del hombre con el Amor de Dios. Ese alma como no ha querido servir a Dios ha servido al mundo, a las pasiones, a los placeres, los gustos, entonces se va al lugar donde el demonio es el rey. En esos momentos el demonio se aprovecha y se lleva ese alma.

Si uno está trabajando en una empresa no puede ir a pedir el sueldo a la otra. El Señor dice: “¿tú para quién has trabajado? ¿Has trabajado para ti, tus caprichos y tus placeres?” Dios nos da las riquezas y debemos ser buenos administradores y saber compartir con los demás. Hay almas muy necesitadas que necesitan que se les ayude. Que no nos pase el llegar allí y hayamos desaprovechado las oportunidades que se nos han dado.

Al llegar al Cielo se pasa por el Corazón de Dios, atravesando esta puerta que es su Corazón llegaremos a ver las grandezas que hay allí. Aquellas maravillas que nunca se acaban, los misterios de Dios nunca terminan. Las almas siempre estarán viéndolos y recibiéndolos a lo Dios. En el Cielo tú sabes que tus seres queridos están allí y eres feliz, pero también lo eres por todos los demás Bienaventurados”. 

Centrados en el propio TRÁNSITO que hemos de vivir, queda preguntarse cómo es la mejor forma de abrirnos a esta inexorable realidad. La clave está en AMAR LA PROPIA MUERTE.

Amar mi muerte me llena de gran confianza para ese tránsito, que en la experiencia personal no lo conozco; aunque la Fe me aliente y la Esperanza me dé confianza, no deja de ser ‘un salto en el vacío’, que me pondrá en las manos misericordiosas de Dios, momento en el que ya no habrá nada que temer.

Por tanto, si yo AMO el momento justo en el que voy al encuentro con mi Padre Dios, ¿por qué tengo que temer, ni darme miedo, ni angustiarme?

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