Un poder ultraminoritario pretende dominar el mundo




El mes de diciembre se encuentra marcado litúrgicamente todos los años por la celebración del “tremendo misterio” de la Encarnación de Dios en la persona de Jesús de Nazareth.

Junto con la celebración anual de la Resurrección, constituyen los dos tiempos fuertes del año litúrgico, precedidos por un tiempo de preparación de ambos acontecimientos: el Adviento (4 semanas) en el primero de los casos, la Cuaresma y la Semana Santa en el segundo. Tiempo de preparación que no tiene la finalidad de recordar un suceso pasado lejano en el tiempo, sino de actualizarlo, “sumergiéndose en mente, alma y con todos los sentidos” en lo acaecido hace más de dos mil años en Belén.

En otras palabras: en la celebración navideña no se trata de hacer presente un simple recuerdo, sino de vivir plenamente en espíritu el misterio de la venida de Dios al mundo, haciéndose ser humano como nosotros. No se trata de recordar lo que pasó “allá lejos y hace tiempo”, sino de vivir y revivir el por qué Dios hizo lo que hizo.

La Navidad no es acto que Dios ha hecho como diversión o atracción, un acto de magia para entretenernos. Como dice el apóstol san Pablo, al hacerse hombre Dios se vació de sí mismo, se hizo nada (Carta a los Filipenses 2, 7), comenzando un camino para redimir y rescatar a la humanidad de las garras de la muerte, a través de su Pasión y Resurrección.

Este hacerse hombre de Dios en Jesucristo es el “tremendo misterio”, porque en su Amor infinito el Todopoderoso se hace el más impotente de todos los seres humanos, se hace niño en el vientre de la joven doncella María de Nazareth. Nos enseña así que la esencia del poder no consiste en someter, esclavizar o mandar, sino en hacerse nada por amor, para rescatar al otro del poder diabólico de la muerte, que ya no tiene la última palabra ni es el último destino del ser humano.

Y la maternidad de María Virgen nos enseña que Dios interviene en la vida humana, pero no en forma mágica ni solitaria, sino que actúa y obra mediante la cooperación y colaboración de los seres humanos, asociándonos -haciéndonos socios- de su acción salvífica y redentora.

Estamos viviendo una época que no sólo es la más anticristiana de todas, sino -y por ello mismo- la más inhumana y antihumana de todas.

Una época en la cual un poder ultraminoritario, que no reconoce otro “dios” que él mismo, pretende dominar el mundo y la creación a su antojo; un poder que no sólo rechaza a Dios, sino que pretende él mismo ser un dios eterno; un poder que en las últimas décadas se ha lanzado a la conquista del mundo para su exclusivo goce y beneficio, promoviendo una concentración brutal de la riqueza, un criminal control del crecimiento poblacional, el relativismo moral y la relajación de las costumbres, la disolución familiar y la descomposición social de las comunidades humanas, el olvido de la Tradición, el placer como fuente del obrar y como finalidad de la vida humana, la trata de personas, el comercio infantil de órganos, la narcotización y animalización del ser humano, etc. En definitiva, la anti civilización del enemigo de Dios y de la raza humana, la “ciudad del diablo” de la que ya habló san Agustín en el siglo V d. C.


Frente a esta guerra espiritual desatada contra la humanidad, celebrar la Navidad, asociándose y impregnándose del Amor Divino encarnado en Jesús de Nazaret, es la respuesta que debemos y el compromiso que debemos afrontar para alcanzar la victoria definitiva contra el Mal y todas sus ramificaciones, simplemente porque Dios lo ha vencido de una vez para siempre, y sólo nos pide que nos unamos a Él, como colaboradores y cooperadores de su Triunfo final.



José Arturo Quarracino
Navidad de 2022