El alma advierte la venida de su Dios —Valtorta



(
) Algunas veces, más bien casi siempre, el alma advierte la venida de su Dios, siente su intento de entrar y, dado que el alma recuerda que ha sido creada por Dios, se siente estremecer de dulzura.

Vosotros oprimís el alma, no la seguís en sus deseos, pero ella se resiste a morir en vosotros. Es la última que muere, muere después de que ha muerto la mente y ha muerto el corazón por la soberbia y la lujuria; muere sólo cuando vosotros la matáis quitándole la Luz, el Amor, la Vida, o sea Dios. Pero hasta que no está muerta, se estremece de alegría y late de amor cuando Dios se le acerca. ¡Ay de quienes no quieren secundar estos movimientos del alma! Se parecen a los enfermos que, con continuas imprudencias y desobediencias al médico, agravan cada vez más la enfermedad hasta volverla mortal.

Cuando vuestra alma se deshace de dulzura porque siente a Dios tras las rejas, seguid el movimiento del alma, dejad toda atención a la carne, poned de rodillas vuestra carne soberbia, reconoced los derechos de la reina encerrada en vosotros, de la reina que quiere seguir a su Rey y adorar la benevolencia del Rey que ha venido hasta vosotros para amar vuestra alma que teníais apartada, que ha venido para amaros, para daros la garantía de salvación también para vuestra carne, que tanto os importa pero por la que no sabéis hacer nada realmente provechoso.

Dios quiere que en la resurrección final también vuestras carnes resplandezcan de luz y de belleza sobrenatural y eterna. Resplandezcan por las obras santas cumplidas en la vida terrena, por las obras cumplidas siguiendo los impulsos del alma movida por Dios.

¡Si supierais qué enorme gracia supone cada venida de Dios Amor! Si lo comprendierais diríais a cada momento: "¡Ven, Señor Jesús! ¡Ven a guiar mi alma! Sé mi Rey y mi Maestro". Si lo supierais, señalaríais cada encuentro, cada venida, entre los días más dichosos de vuestra vida de hombres. Y en verdad ningún acontecimiento es tan dichoso como el que Yo entre con mi amor en vuestro corazón para salvaros y conduciros, más allá de la vida, a la Vida verdadera, eterna y bienaventurada.

Cuando por vuestra negligencia habéis dejado pasar de largo a vuestro Maestro, afligido por vuestra indolencia espiritual; cuando el remordimiento, grito de la conciencia que nunca calla completamente, ni siquiera en los más depravados, despierta vuestra alma que habéis aturdido en la tibieza y en la materialidad, sed diligentes en la reparación. Buscad inmediatamente a Dios.

Pensad que sin Dios se vaga por caminos de muerte hasta perecer para siempre. Pensad también que Dios es piadoso y tiene entrañas de caridad con vosotros. Él escucha inmediatamente vuestro grito que lo llama y, aunque si para vuestro castigo está escondido durante algún tiempo, no está lejos. Vosotros no le veis, pero Él está cerca de vosotros con el corazón de Padre que perdona al hijo desviado y anhela estrecharlo contra su corazón.

Buscad inmediatamente a Dios. Rebasad las guardias de ronda: las insidias que el Enemigo emplaza a lo largo del camino para impedir que un alma se le escape para refugiarse en Dios. No os importe que Satanás, envidioso y cruel, os despoje por venganza.

Es mejor para vosotros entrar desnudos de humanidad en la vida eterna, ricos tan sólo de riquezas espirituales, que acompañados a los umbrales de Dios por afectos, honores, alegrías terrenas, para ser arrojados fuera porque ya lo habéis tenido todo y no merecéis más, habiendo preferido tener este "todo", que cae y os arrastra al caer, a lo único que es necesario tener: la moneda para entrar en la Vida eterna, acumulada con fatigas, esfuerzos, paciencia espiritual, brotes santos que van granando poco a poco obedeciendo mi Ley por amor, perlas místicas adquiridas con dolor sufrido por amor, rubíes eternos creados por vuestro querer ser mis hijos, contra las voces de la naturaleza carnal, contra los escarnios y las venganzas del mundo, contra las seducciones y las iras de Satanás, queridas venciéndose a sí mismos y a los enemigos de sí mismos: sean hombres o demonios, queridas triturando la carne con tal de hacer triunfar al espíritu que quiere seguir la Voluntad de Dios, queridas hasta sudar sangre viva como Yo ante la mayor de las tentaciones, el mayor de los temores, la mayor Voluntad divina que hombre alguno haya podido sufrir.

¡Si supierais qué es un vuestro "no" dicho a las fuerzas de la carne, de los afectos, de las riquezas, de los honores, para ser fieles a Quien os ama! ¡Si supierais lo que significa estar preparados para dejarse despojar aún de las cosas queridas con tal de ser totalmente de Dios!

Ciertas privaciones, sufridas con resignación si bien no con júbilo, porque aún puede uno regocijarse con la salud inmolada según los fines de Dios, pero no puede hacerlo ante una tumba que se cierra sobre un padre, una madre, un esposo, un hijo, un hermano - también Yo he sido Hombre entre los hombres y recuerdo lo que es el no volver a oír una voz querida, el no volver a ver la casa animada por un pariente y vacía de su presencia la morada de un amigo-ciertas privaciones, sufridas con resignación tienen el valor de un martirio, María, recuérdalo. Lo tienen como lo tiene el de la vida ofrecida por el adviento de mi Reino en los corazones, las fiebres, las enfermedades padecidas porque caigan las fiebres de las almas y las enfermedades de los espíritus.

El uno y el otro martirio tendrán el premio del martirio: la estola escarlata de quienes vinieron a Mí a través de una gran tribulación, cortejo de fuego que seguirá al Cordero junto al cándido cortejo de las vírgenes, el segundo a mi derecha, el primero a mi izquierda, porque estos héroes del espíritu son verdaderamente los hijos de mi Corazón desgarrado por un martirio de amor, así como los primeros son los nacidos de María que más se parecen a la Madre y al Hijo de la Madre, son los que vivieron con aspecto de hombres y sentimientos de ángeles: más allá de la carne y de la sangre.

Buscad al Señor con todos vuestros medios, con santa audacia. Buscadlo para reparar la desidia anterior. Y una vez que lo hayáis encontrado no volváis a separaros de Él.

En Él está el Bien que no muere. En Él está la Vida y la Verdad. Si permanecéis en Él no pereceréis. Si vivís en Él no moriréis, no os equivocaréis. Como la barca que entra segura en el puerto porque su piloto la ha sabido conducir, vosotros, guiados por Cristo, entraréis en el puerto de la Paz. Os lo digo Yo, que no miento.

No os resignéis nunca, hijos que amo. Sed fieles a Mí y Yo os daré la gloria».


Cuadernos Valtorta 1943