SIgnos misteriosos en el relevo de BXVI


La muerte del Papa Benedicto XVI marca un hito. En el libro de entrevistas Ultime conversazioni, publicado en 2016, tres años después de su renuncia al papado, el periodista y escritor alemán Peter Seewald le hizo esta pregunta al papa emérito: "Usted conoce la profecía de Malaquías, que en la Edad Media compiló una lista de futuros pontífices prediciendo también el fin del mundo, o al menos el fin de la Iglesia. Según esta lista, el papado terminaría con su pontificado. ¿Y si de verdad fuera el último en representar la figura del Papa tal y como lo hemos conocido hasta ahora?". La respuesta del Papa Ratzinger es sorprendente ( y más estando ya Francisco en la Sede Petrina desde 2013). "Todo puede ser. Probablemente esta profecía nació en los círculos cercanos a Felipe Neri. En aquella época los protestantes afirmaban que el papado estaba acabado, y él sólo quería demostrar, con una larguísima lista de papas, que no era así. Sin embargo, no debe deducirse que efectivamente acabaría. Más bien que su lista aún no era lo suficientemente larga".


Las Profecías de Malaquías es un texto publicado en Venecia en 1595 por un monje benedictino, Armand de Wion, atribuido al obispo irlandés san Malaquías, amigo de san Bernardo de Claraval, que vivió a principios del siglo XII, en el que se enumeran 111 papas, a partir de 1143, poco antes de la muerte del santo irlandés. El último de los 111 de la lista es Joseph Razinger. Como dice Seewald, el último de los papas, ya que acabaría con la propia Iglesia, o "el último en representar la figura del papa tal y como lo hemos conocido hasta ahora". Y de hecho, el actual obispo de Roma, Jorge Mario Bergoglio, que desde hace nueve años no vive en los pisos pontificios, sino en la residencia de Santa Marta, lleva años apartándose significativamente de los estilos, contenidos y doctrinas de sus predecesores.


Pero con respecto al período posterior a Benedicto XVI, es decir, después del último de los papas de la lista de Malaquías, ¿qué dice la profecía? "Durante la última persecución de la Santa Iglesia Romana se sentará Pedro Romano, que pastoreará el rebaño en medio de muchas tribulaciones; cuando éstas terminen, la ciudad de las siete colinas será destruida, y el terrible Juez juzgará a su pueblo. Que así sea".


En realidad, la profecía de Malaquías habla de Pedro el Romano, Pedro II, que finalmente llevará el nombre de primer pontífice, pero no lo indica como centésimo duodécimo, sino como último. Así que, teóricamente, podría haber otros papas entre el número 111, De gloria Olivae, y Petrus Romanus. Habríamos entrado entonces en una fase particular de la historia de los papas y de la Iglesia.


Ciertamente, lo que hemos visto en los últimos nueve años ha representado una situación muy especial, como no se había visto en siglos: la copresencia de dos Papas. Un hecho absolutamente extraordinario. Y, de hecho, en la Edad Media la presencia de dos papas significaba que uno de ellos era en realidad un antipapa.

Sobre la presencia simultánea de dos papas en el fin de los tiempos del mundo habló una vidente alemana, Anna Katharina Emmerick, que entre 1819 y 1824, año de su muerte, dictó al escritor Clemens Brentano descripciones de las visiones que había recibido.

A la gran santa medieval Hildegarda de Bingen, contemporánea de Malaquías, también se le atribuye la profecía de que habrá dos papas en los últimos tiempos. El primero caerá bajo los golpes de un cardenal celoso que se convertirá en antipapa, el segundo será el último de la historia, el más santo de todos.

En efecto, el relevo entre Benedicto XVI y su sucesor se produjo en circunstancias especiales, que causaron asombro y emoción. A pesar de vivir en el mundo hipertecnológico del siglo XXI, muchos también habían advertido signos misteriosos e inquietantes que acompañaban a este traspaso.

La primera señal fue el rayo que cayó sobre el crucifijo de la cúpula de San Pedro durante una tormenta a las 17.56 horas del 11 de febrero de 2013, el día en que Benedicto XVI anunció su dimisión. El suceso fue documentado por un fotógrafo de la agencia Ansa, y la foto se hizo muy famosa.

El segundo signo es del 26 de enero de 2014, no menos significativo: al final de la oración del Ángelus, Francisco soltó dos palomas blancas en el cielo sobre San Pedro, que fueron atacadas inmediatamente por una gaviota (blanca) y un gran cuervo (negro). La atacada por el cuervo fue matada delante de los miles de personas presentes en la plaza.

Un año antes, en enero de 2013, Benedicto XVI también había liberado una paloma desde la misma ventana, también atacada por una gaviota, que se había salvado al volver a entrar en el piso papal. Una diferencia que puede hacer reflexionar.

En otros tiempos, estos acontecimientos habrían adquirido un fuerte significado simbólico. Desde hace siglos, la paloma es uno de los símbolos más importantes de la Iglesia: símbolo de paz, pero también del Espíritu Santo, cuya acción parecería -en clave simbólica- ser atacada por seres voraces y despiadados como un ave de rapiña.

Más allá de estos pequeños hechos, queda la realidad de una Iglesia que no goza de buena salud. Una realidad ciertamente no de hoy. El 29 de junio de 1972 - Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, durante la homilía que marcó el inicio de su décimo año de Pontificado - el Papa Pablo VI afirmó con tristeza que tenía la sensación de que "el humo de Satanás había entrado en el templo de Dios por alguna grieta".


Del relato de aquella histórica homilía, editado por la Santa Sede en la página web dedicada al Papa Montini, se lee: "Se diría que de alguna misteriosa, no, no es misteriosa, de alguna grieta ha entrado el humo de Satanás en el templo de Dios. Hay duda, incertidumbre, inquietud, insatisfacción, confrontación. Ya no confiamos en la Iglesia, confiamos en el primer profeta profano que venga a hablarnos desde algún periódico o algún movimiento social para perseguirle y preguntarle si tiene la fórmula de la verdadera vida. Y no nos sentimos ya sus amos y señores. La duda ha entrado en nuestras conciencias, y ha entrado por ventanas que, en cambio, deberían haberse abierto a la luz. (...) La escuela se convierte en un campo de entrenamiento para la confusión y las contradicciones a veces absurdas. Se celebra el progreso para luego demolerlo con las revoluciones más extrañas y radicales, para negar todo lo conquistado, para volver a lo primitivo después de haber ensalzado tanto el progreso del mundo moderno".


La Iglesia para Pablo VI está, pues, intoxicada por el "humo de Satanás". ¿Cómo entró en él? El Papa tiene cada vez más claro que hay algo profundo y negativo que empieza a afligir a la Iglesia. Es quizás el primer momento en que el Papa siente seriamente que el camino del secularismo y la falta de unidad interna se están convirtiendo en dos grandes problemas para la Iglesia. La grieta se encuentra en el postconcilio. "Se creía que tras el Concilio llegaría un día soleado para la historia de la Iglesia. En su lugar, llegó un día de nubes, de tormenta, de oscuridad, de búsqueda, de incertidumbre... Intentamos cavar abismos en lugar de llenarlos...".


El escenario descrito por Pablo VI ha empeorado con los años. Tras el entusiasmo del dinámico pontificado de Juan Pablo II, en el que asistimos al derrumbamiento de los muros, al fin de la Unión Soviética y al final de la Guerra Fría, el nuevo milenio se abrió con nuevas y graves crisis internacionales, con la aparición del terrorismo islamista globalizado, con el acontecimiento dramático, también desde el punto de vista del imaginario colectivo, del atentado contra las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, las nuevas migraciones de dimensiones casi bíblicas y, por último, la pandemia de Covid con su gestión de "emergencia", con muchos países que introducen legislaciones antiliberales y con el Vaticano que se adhiere plenamente a la narrativa dominante.

Han surgido nuevos problemas en la Iglesia, como los escándalos sexuales del clero. Nuevos, pero quizá en realidad muy antiguos: eran aquellos contra los que había arremetido el profeta bíblico Malaquías, y que su homónimo irlandés, tantos siglos después, se había esforzado por curar con la palabra, los hechos y el ejemplo.


Si la presencia del humo de Satanás fue señalada con dolor y preocupación por Pablo VI, hoy parece que la Iglesia se ha resignado a convivir con él. Según muchos, incluso para alimentarlo. La renuncia de Benedicto XVI apareció como una rendición ante estas dificultades insuperables.


Si la profecía de Malaquías ya venía anunciando estos acontecimientos desde hacía siglos, fue a partir del siglo XIX cuando los hechos sobrenaturales empezaron a anunciar tiempos dramáticos para la Iglesia. En 1846 Nuestra Señora se apareció en una localidad de los Alpes franceses, La Salette, y entre los mensajes que dejó a los videntes estaba el de que Roma perdería la fe y se convertiría en la sede del Anticristo, y que la maldad y la perversión se extenderían cada vez más. El mensaje sobre la pérdida de fe de Roma era terrible, y aunque la Iglesia reconoció estas apariciones y permitió la devoción a Nuestra Señora de La Salette, el mensaje en cuestión fue minimizado y casi ocultado.

Fue una terrible revelación: la Iglesia experimentaría profundas desavenencias e incluso el caos: obispos contra obispos, cardenales contra cardenales, mientras el aterrorizado Papa huía del Vaticano.

Algunos podrían pensar que se trata de una exagerada profecía agorera, una visión sombría de una Iglesia que, en cambio, está llamada a ser portadora de esperanza. Sin embargo, estos temas fueron retomados setenta años más tarde en una de las apariciones marianas más famosas e importantes de la historia, la de Fátima. Una vez más, la humanidad fue llamada a la urgencia del arrepentimiento, de la reparación, de la conversión, para evitar descender por la pendiente que conduce a la autodestrucción del mundo.

Antes de esta catástrofe, sin embargo, parece que vendrá una crisis muy grave de la Iglesia. Tal vez las profecías de Malaquías se refieran principalmente al fin de la Iglesia, y no al fin del mundo. Antes de la venida de Cristo, la Iglesia debe pasar por una prueba final que sacudirá la fe de muchos creyentes. La persecución que acompaña a su peregrinación por la tierra desvelará el "misterio de iniquidad" en forma de impostura religiosa que ofrece a los hombres una aparente solución a sus problemas, al precio de la apostasía de la verdad. La última impostura religiosa es la del Anticristo, es decir, la de un pseudo-mesianismo en el que el hombre se glorifica a sí mismo en lugar de a Dios y a su Mesías venido en carne. Es el tiempo de la impostura anticristo, que tras la muerte de Benedicto XVI podría extenderse por todo el mundo.


trad por religionlavozlibre de Paolo Gulisano