Necesidad de la oración para seguir de cerca al Señor

 

Jesús nos contempla en aquella noche con una simple mirada. Mira las almas y los corazones a la luz de su sabiduría divina. Ante sus ojos desfila el espectáculo de todos los pecados de los hombres, sus hermanos. Ve la deplorable oposición de tantos que desprecian la satisfacción que Él ofrece por ellos, la inutilidad para muchos de su sacrificio generoso. Siente una gran soledad y dolor moral por la rebeldía y la falta de correspondencia al Amor divino.

Por tres veces busca la compañía en la oración de aquellos tres discípulos. Velad conmigo, estad a mi lado, no me dejéis solo, les había pedido. Y al volver los encontró dormidos, pues sus ojos estaban pesados; y no sabían qué responderle. Quizá busca en aquel tremendo desamparo un poco de compañía, de calor humano. Pero los amigos abandonaron al Amigo. Era aquella una noche para estar en vela, para estar en oración; y se duermen. No aman aún bastante y se dejan vencer por la debilidad y por la tristeza, y dejan a Jesús solo. No encuentra el Señor un apoyo en ellos; habían sido escogidos para eso y fallaron.

Hemos de rezar siempre, pero hay momentos en que esa oración se ha de intensificar. Abandonarla sería como dejar abandonado a Cristo y quedar nosotros a merced del enemigo. ¿Por qué dormís?, les dice –nos dice también a nosotros–. Levantaos y orad para no caer en la tentación. Por eso le decimos a Jesús: «Si ves que duermo; si descubres que me asusta el dolor; si notas que me paro al ver más de cerca la Cruz, ¡no me dejes! Dime como a Pedro, como a Santiago, como a Juan, que necesitas mi correspondencia, mi amor. Dime que para seguirte, para no volver a dejarte abandonado con los que traman tu muerte, tengo que pasar por encima del sueño, de mis pasiones, de la comodidad».

Nuestra meditación diaria, si es verdadera oración, nos mantendrá vigilantes ante el enemigo que no duerme. Y nos hará fuertes para sobrellevar y vencer tentaciones y dificultades. Si la descuidáramos nos encontraríamos en manos del enemigo, perderíamos la alegría y nos veríamos sin fuerzas para acompañar a Jesús.

También hoy Jesús desea nuestra compañía. Y «sin oración, ¡qué difícil es acompañarle!»; nuestra experiencia personal nos lo dice. Pero si nos hacemos fuertes en nuestro trato diario con Él, podremos decirle con certeza: Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré. Pedro no pudo cumplir su promesa aquella noche, entre otras cosas, porque no perseveró en la oración que le pedía su Señor. Después de su arrepentimiento, sería fiel a su Maestro hasta dar la vida por Él, años más tarde.


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